El tweet de Dios sobre la soberbia y la humildad

La lista de los soberbios a lo largo de la historia es muy larga, pero es una lista que cuenta con el mismo número de humillados, dado que cada uno de los soberbios acaba al final humillado, lo cual quiere decir que el número de humillados es igualmente largo. Se trata de una igualación justa, porque pone las cosas en el sitio que le es debido, pues, ¿qué ocurriría si los soberbios no fueran humillados? Pero su caída enseña dos cosas muy importantes: Que existe una mano que interviene y que hay una provechosa lección que se puede sacar, para todo aquel que quiera obtener beneficio de ella.

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Entre la grandeza y la soberbia hay una delgada línea que las separa, siendo en algunos idiomas la misma palabra para ambos conceptos, dependiendo del contexto si va a tener un significado u otro. Es por eso por lo que no resulta difícil que en aquellos que han alcanzado puestos de grandeza se abra paso la soberbia, porque lo verdaderamente fácil es caer en ella.

Y así es como en la historia aparecen, entre otros, los nombres de Faraón, Nabucodonosor y Herodes Agripa I, personajes que alcanzaron grandeza y fueron dominados por la soberbia, convirtiéndose en prototipos de ella. Es llamativo que los tres fueron gobernantes, es decir, personas que detentan el poder, teniendo a su disposición todos los resortes para mandar e imponer su voluntad, siendo esa misma capacidad la que les llevó a ensoberbecerse. Sin embargo, en los tres casos su humillación aconteció de manera ostensible. 

Aunque la soberbia de estos hombres tenía diferentes matices, pues en el caso de Faraón consistió en resistir a Dios, en el de Nabucodonosor en atribuirse a sí mismo sus propios logros, es decir, en pensar que era Dios, y en el de Herodes Agripa I en recibir la gloria que es propia de Dios, en los tres hay un denominador común, que fue negar la grandeza de Dios para adjudicársela a ellos mismos.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espíritu sustenta la honra.’ (Proverbios 29:23). Hay una diferencia entre ser humillado y humillarse, pues lo primero se efectúa en contra de la voluntad del individuo, mientras que lo segundo nace de la voluntad del individuo. Lo primero se recibe, lo segundo se hace. Lo primero viene de fuera, lo segundo de dentro.

La palabra que en el texto se ha traducido justamente como hombre es adán, lo que quiere decir que lo que allí se dice es aplicable a cualquiera y, por tanto, que la soberbia no es patrimonio exclusivo de los que han alcanzado grandeza de poder, sino que en cada uno hay una potencialidad latente, que fácilmente arraiga y puede dar su fruto. Sí, la soberbia es del hombre, no solamente del que está encumbrado sino del de a pie también, no solamente del que lo tiene todo sino también del que apenas tiene.

Y esa soberbia, por una ley inmutable que nadie puede abolir, tampoco el soberbio, desemboca en humillación, es decir, en ser humillado. Aunque se ha traducido como ‘le abate’, la traducción literal sería ‘le humilla’, lo cual prepara el terreno para lo que se va a decir a continuación. Pero antes de llegar ahí, hay que hace notar que la humillación es producto de la soberbia, su resultado natural, siendo una la causa y la otra el efecto. ¡Qué paradoja! Pues soberbia y humillación son dos realidades contrapuestas, al estar una en lo alto y la otra en lo bajo, y, sin embargo, el texto dice que la segunda es hija de la primera.

La segunda parte del pasaje está en contraste con la primera, no solamente en cuanto a la verdad que encierra, sino en cuanto a las palabras que contiene, porque el humilde, es decir, el auto-humillado, es sostenido por la honra, o la gloria. Así que el que a sí mismo se humilla, el que se baja del pedestal por propia iniciativa, es mantenido en grandeza. Aquí estamos ante otra paradoja, pero esta vez a la inversa que la anterior. Porque si antes la grandeza que es soberbia engendra la humillación, ahora la humillación tiene como fundamento la grandeza.

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La norma que establece este tweet de Dios es inmutable y, por tanto, vigente siempre. Ya lo dijo Jesús con palabras parecidas en dos ocasiones (Lucas 14:11; 1814): ‘Cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido’. En la primera ocasión referida a nuestras relaciones horizontales, con nuestro prójimo; en la segunda referida a nuestra relación vertical, con Dios.

Resta saber qué haremos con esta verdad, si escogeremos ser humillados o buscaremos humillarnos.

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