El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El amor incondicional de Cristo nos da la ayuda para soportar toda esa serie de situaciones dolorosas.
La humillación es producto de la soberbia, su resultado natural, siendo una la causa y la otra el efecto.
La Biblia lanza continuamente sus mensajes para que no nos ceguemos con ese metal amarillo, con el brillo de las monedas, con las falsas alegrías del consumo desmedido.
Aunque el escenario cambie, el corazón humano sigue siendo igual, saturado y satisfecho de sí mismo.
Si hay un rasgo que caracteriza al seguidor de Jesús, esa es “la humildad y mansedumbre”. Sin embargo, el mundo cristiano está lleno de personalismo y orgullo cubierto de falsa humildad.
El traspiés se produce, casi sin darnos cuenta, cuando empezamos a pensar que nosotros mismos, de ser Dios, haríamos las cosas de otra manera.
A veces llegamos a vivir absolutamente inmersos en el pecado mientras asistimos a la iglesia o incluso «servimos» a Dios, así que pensamos que estamos un poco mimados por él y nos sentimos especiales.
Ser humilde hoy es sinónimo de debilidad y lo débil es algo que en este ególatra mundo no tiene cabida.
El desprecio puede ser algo tan oculto que se puede cubrir hasta con el lenguaje religioso.
Nuestro mundillo cristiano está repleto de insulsos fanáticos intransigentes que sólo se miran el orgullo que anida dentro de sus sucios ombligos.
El Nuevo Testamento identifica ‘deuda’ con ‘pecado’; de allí que al perdonar Dios los pecados del hombre, le está condonando su deuda.
Lo peor sale justificado, porque se ha acercado a Dios reconociendo su pecado, y lo mejor sale como ha entrado, con su justicia propia. El que no tenía principios sale reconciliado con Dios y el que tenía principios sale reconciliado consigo mismo, pero no con Dios.
Sólo cuando reconocemos que nuestra vida pende de un hilo recordamos que no somos tan imprescindibles como creemos.
Al llegar arriba nos damos cuenta que no hay nada. «Siéntate en el suelo [...] pues ya no hay trono».
Los últimos trabajos de Barry Levinson han pasado bastante desapercibidos, pero no merece tal suerte “La sombra del actor”, convertida ya en una de sus películas más interesantes.
Cada mente fue hecha para crecer, para el conocimiento; y su naturaleza es herida cuando es ahogada en ignorancia. - William W. Channing
El precio de la voluntad de Dios
Pablo Acuña Blanco
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