Este poderoso tridente está compuesto del mandamiento, la enseñanza y la reprensión, aportando cada uno de ellos un elemento esencial para el bien de quien los hace suyos.
El tridente era el arma de tres puntas que se usaba en el circo romano en las luchas entre gladiadores, acompañado normalmente por la envolvente red, siéndonos familiar por la escena de la película Espartaco, en la que el gladiador negro de nombre Draba, interpretado por Woody Strode, lucha contra Espartaco, interpretado por Kirk Douglas, y le vence. Pero cuando se le ordena que aseste el golpe mortal a su adversario con el arma, tras unos momentos de vacilación, la arroja contra el dignatario romano que contempla el espectáculo, quien la esquiva y acaba él mismo con el atrevido gladiador.
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Seguramente una de las asociaciones más conocidas del tridente es la que lo representa siendo portado, en la mitología pagana, por el dios Neptuno, del mismo modo que Júpiter manejaba los rayos y Marte la lanza. Aunque otras identificaciones son aún más tenebrosas, al aparecer en representaciones satánicas, especialmente en Halloween.
Pero el término tridente se puede emplear también para describir la acción de tres personas, que, obrando en una misma dirección, se complementan entre sí para lograr un objetivo. Por ejemplo, en equipos deportivos se denomina tridente al conjunto de tres jugadores que resultan decisivos para el resultado final. No es la acción de uno solo lo que hace la diferencia, sino la acción combinada de los tres lo que convierte en letal su ataque. Algunos tridentes han pasado a la galería de la fama, especialmente en el fútbol, por su eficacia.
Pero hay otra clase de tridente, consistente no de personas sino de entidades que son determinantes, tal como el que nos muestra el siguiente tweet de Dios: ‘Porque el mandamiento es lámpara y la enseñanza es luz y camino de vida las reprensiones que te instruyen.’ (Proverbios 6:23). Este poderoso tridente está compuesto del mandamiento, la enseñanza y la reprensión, aportando cada uno de ellos un elemento esencial para el bien de quien los hace suyos.
A primera vista, estas tres puntas que lo constituyen no parecen ser nada amables ni simpáticas, sino todo lo contrario. Porque, ¿cuál es la primera impresión que nos produce la primera punta de este tridente, es decir, el mandamiento? En los tiempos que vivimos mandamiento es sinónimo de dictadura o de camisa de fuerza, de intolerable imposición que atenta contra el sagrado principio de la libertad, con la cual es incompatible. Nada más repelente e irritante puede haber que el mandamiento, cuya sola mención ya provoca una visceral corriente de rechazo. Y sin embargo, a la clase de mandamiento a la que el texto hace referencia se le compara con una lámpara. Una lámpara hace tres mil años era el objeto que servía para portar el combustible que alimentaría la llama. Se han encontrado innumerables de ellas en las excavaciones arqueológicas en Oriente Medio, dado que la lámpara era un elemento esencial para la vida cotidiana; no un lujo, ni algo de lo que se podía fácilmente prescindir. Todos, hasta los más pobres, podían disponer de una lámpara, al estar hecha de arcilla mezclada con agua y cocida al fuego. Pues bien, el mandamiento es esa lámpara vital, que va ser el soporte donde alumbre la llama.
La segunda punta de este poderoso tridente la constituye la enseñanza, que literalmente es la ley. Ahora bien, si mandamiento despierta repudio, no digamos ley. Es un mal necesario, que no queda más remedio que soportar, aunque si se la puede burlar quedando impune, mejor que mejor. No es que la ley haya tenido nunca muchos amigos, pero ahora lo que tiene son muchos encarnizados enemigos. No casa con el espíritu de desenfreno actual, ni tampoco con la filosofía de la felicidad a toda costa, que consiste en que cada cual haga su voluntad. Al ser un impedimento en la consecución de ilícitos fines deseados, es el adversario número uno a abatir. Y no obstante, el pasaje dice que la ley es luz; es decir, que sin ley las tinieblas reinan. ¿Es posible vivir sin luz? Todas las criaturas, desde las plantas, pasando por los animales y llegando al ser humano, la necesitan. No es un extra, sino una exigencia, porque sin luz no hay vida, como se aprecia al ser lo primero que Dios creó. Ahora es cuando vamos viendo que la primera y la segunda puntas del tridente, el mandamiento y la enseñanza o ley, se complementan, porque la una sostiene a la otra, como la lámpara a la luz.
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La tercera punta es la reprensión, que está en plural en el texto, lo cual indica la cantidad de veces que es precisa su acción. Reprensión es otro término amargo a más no poder y que resulta irreconciliable con el dulce elogio y halago que se busca hoy. La reprensión es hermana de la disciplina, otra palabra que no es nada popular, porque supone esfuerzo y sacrificio, lo que está en las antípodas de lo fácil y lo inmediato que reina ahora. Pero la intervención de la reprensión culmina la acción de este tridente, porque si el mandamiento proporciona la lámpara y la ley la luz, la reprensión endereza los pies en el camino de vida por el que andar, con tal lámpara y tal luz. El resultado es que no hay tropiezo y se sabe adónde se va, siendo el camino no cualquier camino, sino el de la vida, pero no el de la vida biológica sin más, sino el de la vida con mayúscula, aquella de la cual Jesús dijo: ‘El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.’ (Juan 8:12).
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