No se puede ser ciego para el hombre y creer que estamos solamente contemplando la gloria de Dios.
Dios siempre nos alumbra ante el prójimo, nunca nos ciega. No creo que pueda decirse que hay cristianos que, estando cegados ante lo divino y arrobados por ello, olvidan lo humano. No. Tener una espiritualidad cristiana que, como nos dijo Jesús, debería tener en cuenta, debe considerar, a nivel de semejanza, lo divino y lo humano en la figura del prójimo.
Dios nunca nos ciega ante el hombre. Al contrario, nos abre los ojos, tanto los espirituales como los físicos. Dios, cuando nos centramos en él, queriendo practicar el seguimiento del Maestro, nos abre la vida ante lo humano. Lo otro, la ceguera ante el prójimo, está lejos de lo que es la auténtica vivencia de le espiritualidad del cristianismo. Si somos ciegos ante el prójimo que nos necesita, la relación con Dios se imposibilita. No hay posibilidad de auténtica oración ni de auténtica vivencia de la fe.
El hombre, quizás por la tentación satánica ya en el Huerto del Edén, de querer ser como Dioses, tiende a dejarse cegar por lo divino y dar la espalda a lo humano. Sin embargo, lo trascendente, el encuentro con Dios, nunca hace que el convertido dé la espalda al dolor de los hombres. Así, el resplandor de la gloria de Dios, no nos elimina la visión responsable y solidaria ante el prójimo.
Por eso, nos podríamos preguntar: ¿Cómo muchos dicen ser cristianos, mientras practican, abiertamente, la insolidaridad para con el extranjero, los pobres, sean migrantes o no, los oprimidos y los que sufren tirados al lado del camino? Esa ceguera no es compatible con la visión de lo espiritual, no es coherente con la experiencia de la vivencia de la visión de la gloria del Dios vivo que podemos captar a través de la fe.
No se puede ser ciego para el hombre y creer que estamos solamente contemplando la gloria de Dios. Sería la religión de los invidentes, de aquellos que tienen cegados sus ojos a la misericordia y al amor. Así, pues, cuidado, no sea que lo que consideramos visión de lo divino, nos ciegue ante lo humano. En el fondo, seríamos ciegos espirituales según loa parámetros de ls espiritualidad cristiana.
¿Sabéis cómo llama la Biblia a los ciegos ante lo humano? Malos prójimos. Se les condena por no poder ser movidos a misericordia abriendo sus ojos a la necesidad de aquellos que, por múltiples causas, quedan tirados al lado del camino, apaleados, heridos y robados. Hay muchos religiosos ciegos, no solamente el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano.
Causa de la ceguera: La religiosidad mal entendida, el ritual, la ética del cumplimiento religioso que, lejos del amor a Dios y al prójimo, deshumaniza. A veces, la obsesión por la práctica de un ritual deshumanizado, nos ciega. Nos deja sin luz no solamente ante el hombre, sino ante el mismo Dios. A veces, se cumple en el hecho religioso insolidario con el hombre, aquel aserto de Jesús: Ciegos que guían a otros ciegos. Todos acabarán cayendo en el hoyo.
La ceguera de muchos consiste, simplemente, en mirar para otro lado. Unas veces porque nuestra conciencia nos interpela ante la situación del prójimo, y queremos acallar nuestra conciencia mirando para otro lado. Otras, por comodidad, no nos paramos ante el herido y golpeado por la vida. Otras, porque consideramos prioritario el cumplimiento del ritual, y no queremos pararnos porque, entre otras cosas, no somos movidos a misericordia. Ciegos, ciegos. Un mundo lleno de ciegos, de los cueles muchos de ellos son religiosos.
Hay cegueras por falta de compasión. Ciegos porque su fe está muerta y no puede actuar a través del amor como decía el apóstol Pablo. Ciegos ante las manos tendidas como gritos sordos de una humanidad lacerada. Ciegos, ciegos que necesitan la interpelación de aquellos comprometidos con la auténtica espiritualidad cristiana y que la viven en compromiso. Ciegos porque no sienten las tragedias humanas y, así, quedamos envueltos por la red gris de los rituales de cumplimiento religioso dejando al hombre en la estacada. Un tipo de ciegos que, en el fondo, no quieren ver.
Se quedan así, envueltos en densas nieblas religiosas y rodeados de oscuros fantasmas que les impiden ver lo humano, al hombre en su tragedia, a las víctimas del mundo a las que Jesús ama y con las cuales se identifica pidiéndonos a todos nosotros, los que decimos creer en Él, que seamos sus manos y sus pies. Solo así se caerán las escamas de nuestros ojos, y nos abriremos a la luz. Es entonces cuando funcionarán tanto nuestros ojos físicos, como los espirituales.
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