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Manos caídas como pesados fardos

Desde el individualismo podemos llegar a pensar solamente en “mi Dios” y no en el “Padre nuestro”.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 07 DE OCTUBRE DE 2014 17:13 h
Manos Forgotten Hands / Hamed Parham (Flickr CC BY-ND 2.0)

Es una pena que los cristianos en el mundo no muestren una coherencia total entre lo que predican y lo que hacen, lo que dicen y sus realizaciones concretas. Es como si se sintieran cómodos ante sus posturas de manos insolidarias caídas que les pesan como fardos inútiles. 



Entre los cristianos, la solidaridad y el compromiso deberían ser simplemente como un estilo de vida no impuesto ni forzado, sino asumido en coherencia con la vivencia de la espiritualidad cristiana que decimos profesar y practicar. Los cristianos deben cambiar las manos caídas en manos que se mueven como si fueran las manos del Señor actuando en el mundo. Si preferimos la comodidad de las manos caídas quizás sea también porque las exigencias de una solidaridad cristiana para con el prójimo nos compromete, nos muestra unas exigencias profundas, duras e interpelantes… y nos acobardamos.



A veces profesamos creer en la solidaridad cristiana y en la ayuda incondicional al prójimo, pero nuestro individualismo nos aparta de la misericordia y nos convierte en personas que dicen ser cristianas pero carcomidas por la insolidaridad. Cristianos de manos caídas e inútiles. Es toda una contradicción que nos va a hacer vivir el cristianismo de forma mutilada y falsa.



Muchas veces, este individualismo, este querer protegernos a nosotros mismos en nuestros círculos familiares, nos lanza al sálvese quien pueda y damos la espalda al grito de los sufrientes. No podemos ser las manos del Señor actuando en medio de un mundo de dolor. No queremos que los pobres, los desclasados y marginados de la tierra nos interpelen. ¿Por qué? Porque nos sentimos incómodos con esa interpelación y así, poco a poco, nuestras conciencias quedan adormiladas o anestesiadas ante el grito de los sufrientes del mundo. Nuestras manos caen hacia la tierra como si fueran atraídas por un imán maldito que nos paraliza. 



Lo importante, cuando somos atrapados por esta visión individualista del mundo, es nuestra vida privada, el ámbito de lo personal y familiar. Desde estos parámetros, no estamos muy lejos de pasar de largo ante el herido y el apaleado, en lugar de sentirnos llamados a misericordia. Esta interpelación de los apaleados nos incomoda y así, poco a poco, vamos cauterizando nuestra conciencia ante la solidaridad cristiana. Nuestras manos nos pesan como si fueran de plomo y nuestra lengua no puede clamar por justicia.



Desde el individualismo podemos llegar a pensar solamente en “mi Dios” y no en el “Padre nuestro”. El individualismo en el que  nos movemos muchos cristianos nos impide el comprender el “Padre nuestro” que nos dejó Jesús en su oración modelo.  Desde el individualismo lo importante es ser los primeros, ocupar los primeros puestos incluyendo lógicamente también la iglesia. El convertirnos en servidores de los demás nos duele, pasamos de largo. Así rompemos los lazos comunitarios que deben reinar en la iglesia, en la sociedad y en los ámbitos internacionales donde se dan tantos países pobres, tanta hambre y tanta miseria ante la cual no deberíamos, de ninguna manera, pasar sin sentirnos movidos a misericordia.



 



Egotism / Scott Morris (Flickr CC BY-NC-SA 2.0)



Otras veces en lugar de ser conformados por el individualismo somos moldeados falsamente desde una impasibilidad indiferente ante el mal del prójimo. Damos la espalda a sus gemidos y a su sufrimiento. Es la indiferencia, la falsamente cómoda indiferencia que nos cubre cual un manto denso del que no nos podemos desprender, manto que con sus aparentemente bellos cordones nos ata las manos y nos las paraliza. Y así, cubiertos por ese manto, queremos acercarnos al Dios de la vida que nos rechaza y nos manda que hagamos justicia y practiquemos la misericordia, que nos manchemos las manos ejercitándolas en la ayuda al que nos necesita convirtiéndolas en manos activas y liberadoras. 



Otras veces nuestras manos quedan caídas como pesados fardos porque tenemos otras prioridades religiosas, fingimos que nos da miedo, buscamos la comodidad que nos ofrece cierto nivel de indiferencia. Así, nos refugiamos en el culto, en el ritual en el rezo, pero no tardará en sonar la sentencia de Dios: ¡Falso, falso! El Señor nos anima a sentirnos llamados a misericordia, a mancharnos las manos y a no pasar de largo. No nos refugiemos nunca en el ritual para ser sordos ante el grito del prójimo sufriente.



Cuando movemos nuestras manos, cuando las convertimos en manos misericordiosas, comenzamos a dar pasos. Uno de estos primeros pasos en relación con la solidaridad humana es buscar el porqué y las causas de la pobreza en el mundo, las causas de las torturas, de los malos tratos, de las injusticias. El tacto de nuestras manos en contacto con los sufrientes de la tierra nos sensibiliza ante la necesidad de una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra entre los hombres, de ser conscientes de la maldad que anida en las acumulaciones desmedidas de bienes. Porque a través de nuestras manos serviciales hemos captado todas estas necesidades. Así, para los cristianos  comienza a tener sentido el concepto bíblico de justicia, de denuncia social, de rechazo de toda opresión o abusote los débiles. 



En estas líneas de acción, de vivir con manos activas y solidarias, de manos ligeras que rechazan el vivir inactivas como si fueran pesados fardos, nos damos cuenta de que no vivimos solamente para el más allá en una vivencia desencarnada de la espiritualidad, sino que sabemos que hemos de comprometernos con el prójimo en nuestro aquí y nuestro ahora trabajando para acercar al mundo entero los valores del Reino que nos dejó Jesús.



Desde la solidaridad como estilo de vida, nos damos cuenta de la importancia del servicio, de ser las manos del Señor actuando y no manos caídas impregnadas de insolidaridad. Desde el compromiso con el prójimo seguimos al Señor que nos dio ejemplo incluso lavando los pies a los cansados. “Ejemplo os he dado” nos dijo para que nosotros hagamos como Él hizo. 



Así, pues, nos atrevemos a lanzar algunos gritos de llamada a la solidaridad cristiana: ¡Arriba las manos caídas! ¡Despertadlas y hacedlas ligeras y activas en la práctica de la projimidad! Así, nos convertiremos en personas nacidas de nuevo, cambiadas para coadyuvar a la construcción de un mundo más humano. Manos cariñosas, manos de Jesús, manos activas que rechazan la pasividad insolidaria.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Carlos Sánchez
08/10/2014
17:48 h
2
 
La manos caídas que primero hay que alzar son las de los pobres que los son por causa del desempleo. Para ello hay que incentivar la creación de empresas. Pero ¿cómo se crearán en un ambiente hostil donde se reprocha el beneficio, la plusvalía y su acumulación, bases cabales de la empresa y el libremercado? Paz y bien
 
Respondiendo a Carlos Sánchez

benjamin
08/10/2014
16:34 h
1
 
Estimado Juan: Es correcto el llamado de atención. Y la vehemencia es válida. Me hubiera gustado que ampliara en las alternativas de solidaridad y compromiso que tenemos los cristianos en nuestros contextos. Darnos ideas. Proponer opciones. Le agradezco por su artículo.
 



 
 
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