Torre de Hércules, caminos sobre el mar

“Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre el mar…”

Cantares, Antonio Machado

Hace algunas noches hubo una tormenta terrible en mi ciudad, la preciosa ciudad gallega de La Coruña. Aquello realmente sobrecogía, los rayos, los truenos, la lluvia golpeando en las ventanas y hasta las olas del mar salpicando los cristales … creo que muertas de miedo por lo que estaba cayendo sobre ellas. Cuando empezaron a salir fotos realmente preciosas por todos los lugares, lo cierto es que me hizo pensar en muchas, pero que en muchas cosas acerca del cuidado de Dios sobre mi vida, su voz en los truenos… de alguna manera. Todo ello me estremeció, pero también me hizo meditar y darle vueltas en mi mente y corazón a verdades preciosas sobre mi Dios y mi relación con Él.

Hace algunos años, en las olimpiadas para personas con discapacidad de Seattle, las llamadas “Olimpiadas especiales”, nueve participantes, todos con deficiencia mental, se colocaron en la linea de salida de la carrera de los cien metros lisos. A la señal, todos partieron, no exactamente “disparados”, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar el premio. Todos, excepto un muchacho, que tropezó en el suelo, cayó y mientras rodaba comenzó a llorar; los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Cuando vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron.  Una de las chicas con síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo: ¡Listo, ahora vas a ganar!

Y todos, los nueve competidores con los brazos entrelazados y caminando juntos, llegaron a la vez hasta la línea de llegada. 

El estadio entero se puso en pie, y en ese momento no había ni un solo par de ojos en los que no hubiera lágrimas. Los aplausos duraron largos minutos, y las personas que estaban allí aquel día, repiten y vuelven a repetir esa historia hasta el día de hoy; porque en el fondo, todos sabemos que lo que importa en esta vida, más que ganar, es ayudar a los demás para vencer; aunque ello signifique disminuir el paso y cambiar el rumbo. Porque el verdadero sentido de esta vida, de forma especial la vida cristiana, no es que cada uno de nosotros gane en forma individual; sino que todos juntos ganemos, entrelazados unos a otros y ayudándonos a llegar todos a la meta.

Los días pasados, de modo especial aquella noche llena de truenos relámpagos, sal, viento y un tanto de miedo…. y algo muy especial, las fotos que me fueron llegando de nuestra torre de Hércules, además de esta preciosa historia real de aquellas olimpiadas especiales, me llevaron a diferentes pensamientos que, a la hora de la verdad, confluyeron en realidades parecidas y verdades preciosas de la Palabra de mi Dios y su aplicación a mi propia vida.

Por un lado, pienso en la vida del Cuerpo de Cristo, las terribles competencias que puedo observar en ocasiones, o el ansia por llegar el primero a la meta sin que importe que alguien al lado se caiga y ruede llorando por el suelo, el no pararse, detenerse, escuchar con cariño, ayudar, levantar… aunque eso signifique que yo no llegue antes que nadie a la meta y me lleve todos los laureles.

Por otro lado, me llegó una preciosa foto de mi torre en un día de niebla, pero en la que ella es tan alta, que fotografiada desde lo alto, se puede ver la torre cubierta de sol y radiante, mientras la niebla lo cubre todo por debajo. Eso me llevó a pensar en la soledad que lleva consigo todo aquel que sirve a Cristo con fidelidad y en ocasiones, cuando tiene que enfrentar solo lugares dificultosos.

Nuestra torre lleva siglos y siglos allí arriba, sobre un montículo que baja hasta la mar más que fiera, y si siempre sopla el viento de un modo terrible o caen truenos y relámpagos, su faro y ella misma, se mantienen en pie e imperturbables; y lo hacen por una razón, poder ayudar a esos barcos que en medio de la noche y entre un mar demasiado bravo, unas olas inmensas y unos escollos tremendamente peligrosos, pueden perder el rumbo o incluso hundirse.

Me encanta esta idea que uno con la de los chicos especiales de algún modo, ellos estaban juntos y luchaban juntos unos con y por los otros, la torre permanece sola con su faro encendido año tras año y siglo tras siglo, con el mismo sentido de ayudar a los barcos que lo necesitan.

Cuando sigo meditando en todo esto, pienso en lo que pide Dios de mí; en ocasiones una terrible soledad, viento y frío en el alma, todo por poder rescatar de una muerte segura a alguien, para poder iluminar el sendero en el mar, para poder estar quieta sin correr de un lugar para otro, y calladamente… secar lágrimas, dar consuelo, abrazar de corazón y con palabras, dar ánimos, ayudar a retomar el sendero…. Como escribía Machado ”caminos sobre el mar”. Eso hacía mi Maestro, y yo no puedo más que imitarle.

Sé demasiado bien que todo tiene su límite y que el Señor no nos exige dar más de lo que podemos, que aun en medio de la pandemia que estamos atravesando, tenemos que descansar, salir con todas las precauciones y mucho más; pero estoy cansada de escuchar…. ¡mira que día, déjalo todo y disfruta! Claro que lo necesito más que mucho, pero si hay algún alma que necesita de esta torre humilde y de su faro, para ser llevada a Cristo en cualquier modo, quiero permanecer imperturbable, en ocasiones sola, otras en compañía, pero siempre dispuesta a llevar y ayudar a los que me necesitan, a Cristo, en mi ruta al cielo.