Es su entendimiento del Evangelio lo que ha llevado a Hans Küng al desarrollo de una teología que una y otra vez llama por regresar a la radicalidad de las enseñanzas originales de Jesús.
En una reciente carta dirigida al papa Francisco, Hans Küng regresa a uno de los tópicos que una y otra vez recorre su fecunda y voluminosa obra: el de la autoproclamada supremacía del obispo de Roma y su pretendida infalibilidad. La misiva, Un llamamiento a Francisco puede leerse aquí.
Recordemos que por haber cuestionado la infalibilidad del papa a Hans Küng le fue retirada el 18 de diciembre de 1979 la licencia para enseñar como teólogo católico. La instancia ejecutora fue la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucesora de la Santa Inquisición. La orden para prohibirle a Küng el ministerio de la enseñanza provino del papa Juan Pablo II.
Es el mismo Hans Küng quien rememora la sanción en su contra. Consigna que “en el segundo volumen de mis memorias, Verdad controvertida [libro publicado por Editorial Trotta], demuestro, apoyándome en una extensa documentación, que se trataba de una acción urdida con precisión y en secreto, jurídicamente impugnable, teológicamente infundada y políticamente contraproducente”.
Küng enfrentó con posiciones claras al régimen papal de Juan Pablo II. Igualmente lo hizo con quien le sucedió. En el 2010 escribió un corto documento en el cual convocaba a los obispos católico romanos a dejar de obedecer ciegamente a Benedicto XVI. Hans Küng sabe bien de qué habla cuando se refiere al autoritarismo del papa en turno. Él fue quien muy al principio del papado de Juan Pablo II criticó que el régimen del clérigo polaco estaba restaurando el estado de cosas anterior al Concilio Vaticano II.
Entre las opiniones de Küng mal vistas por el Vaticano está la que ha sostenido sobre Lutero y el movimiento de reforma que desató en el siglo XVI. Para él la responsabilidad del cisma recae más en el autoritarismo de la jerarquía católica que en el teólogo agustino alemán: “Todo el que haya estudiado esta historia no puede albergar dudas de que no fue el reformista Lutero, sino Roma, con su resistencia a las reformas –sus secuaces alemanes (especialmente Johannes Eck)–, la principal responsable de que la controversia sobre la salvación y la reflexión práctica de la iglesia sobre el Evangelio se convirtiera rápidamente en una controversia diferente sobre la autoridad e infalibilidad del papa y los concilio […] La Reforma de Lutero fue un cambio mayúsculo del paradigma católico romano medieval al paradigma evangélico protestante: en teología y en el ámbito eclesiástico equivalía a un alejamiento del eclesiocentrismo, humano en demasía, de la iglesia poderosa hacia el cristocentrismo del Evangelio. Más que en otra cuestión, la Reforma de Lutero puso el énfasis en la libertad de los cristianos” (La Iglesia católica, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 168-169).
Congruente con ideas que ha sostenido desde que fue nombrado, en 1962, consultor teológico del Concilio Vaticano II, llama a los obispos de la Iglesia católica a no cerrar los ojos frente a la que sostiene es la peor crisis de credibilidad de la institución desde la Reforma.
Consideró al papado de Benedicto XVI como uno de oportunidades perdidas: “se perdieron las oportunidades para el acercamiento con las iglesias protestantes, para la reconciliación a largo plazo con los judíos, para un diálogo con los musulmanes en una atmósfera de confianza mutua, para la reconciliación con los pueblos indígenas colonizados de Latinoamérica y para el suministro de asistencia al pueblo de África en su lucha contra el sida. También se perdió la oportunidad de hacer del espíritu del Segundo Concilio Vaticano la brújula para toda la Iglesia Católica”.
Al igual que su antecesor Juan Pablo II, Joseph Ratzinger ha privilegiado la regresión de la Iglesia católica a posiciones preconciliares. Los dos son restauradores del conservadurismo que simplemente niega los cambios necesarios en una organización que aspirara a ser pertinente al mundo contemporáneo.
En el restauracionismo de Benedicto XVI, Küng enumera medidas tomadas por el papa que denotan su espíritu conservador a ultranza: abrir los brazos para recibir, y sin ninguna condición previa, en el seno de la Iglesia católica a los obispos tradicionalistas de la Sociedad Pío X; promover intensamente que se oficie la misa tridentina (en latín y de espaldas a los congregantes); negativa a poner en vigor los acuerdos de acercamiento con la Iglesia anglicana, acuerdos que son oficiales y sancionados por organismos católicos y anglicanos.
No falta en la epístola de Küng el asunto de los escándalos de abusos sexuales contra infantes por parte de sacerdotes en varios países. A la ofensa perpetrada contra infantes y adolescentes se suma la operación encubrimiento armada desde Roma para poner a salvo a los delincuentes, sobre todo cuando son obispos. Küng subraya que para “empeorar las cosas, el manejo de estos casos ha dado origen a una crisis de liderazgo sin precedentes y a un colapso de la confianza en el liderazgo de la Iglesia”.
Para salir de la crisis, el teólogo suizo llamaba a la implementación de seis acciones muy puntuales: Küng urge a los obispos a: 1) No guardar silencio frente al férreo verticalismo del Papa, “¡envíen a Roma no manifestaciones de su devoción, sino más bien llamados a la reforma!” 2) Dar pasos concretos en su esfera de influencia para iniciar la reforma; grandes movimientos han sido iniciados por grupos pequeños. 3) Recobrar la colegialidad y oponerse a la curia romana, recuperar el decreto del Concilio Vaticano II sobre que el gobierno de la Iglesia católica debe realizarse en común, entre el Papa y los obispos. 4) No rendirle obediencia incondicional al apa, porque “sólo Dios merece obediencia incondicional… presionar a las autoridades romanas en el espíritu de la fraternidad cristiana puede ser permisible e incluso necesario cuando no cumplen con las expectativas del espíritu del Evangelio y su misión”. 5) Trabajar para alcanzar soluciones regionales, en tanto que existen mejores condiciones generales para reformar a toda la institución. 6) Convocar a un concilio, ya que los obispos tienen autoridad para hacerlo, cuyo objetivo sería “solucionar los problemas dramáticamente intensos que ameritan una reforma”.
El teólogo suizo está por cumplir 88 años. En el otoño del 2013 dio a conocer que le había sido detectado el mal de Parkinson. La reciente misiva a Francisco muestra que Küng mantiene lucidez intelectual, y su habitual enjundia para señalar los males que tienen maniatada a la Iglesia católica. En esta ocasión subraya que los pendientes señalados por él hace 35 años se han acrecentado, y ellos son: “el entendimiento entre las distintas confesiones; el mutuo reconocimiento de los ministerios y de las distintas celebraciones de la eucaristía; las cuestiones del divorcio y de la ordenación de las mujeres; el celibato obligatorio y la catastrófica falta de sacerdotes, y, sobre todo, el gobierno de la Iglesia católica”.
Ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI abrieron caminos para dar solución a los pendientes señalados por Küng. Al contrario, se atrincheraron en posiciones autoritarias. Ahora Küng vuelve a diagnosticar que el freno para los cambios necesarios en la institución, “el motivo decisivo de la incapacidad de introducir reformas en todos estos planos sigue siendo, hoy como ayer, la doctrina de la infalibilidad del magisterio, que ha deparado a nuestra Iglesia un largo invierno […] No nos engañemos: sin una re-visión constructiva del dogma de la infalibilidad apenas será posible una verdadera renovación”. Es a la luz de lo anterior que Hans Küng solicita a Francisco “permita que tenga lugar en nuestra Iglesia una discusión libre, imparcial y desprejuiciada de todas las cuestiones pendientes y reprimidas que tienen que ver con el dogma de la infalibilidad. De este modo se podría regenerar honestamente el problemático legado vaticano de los últimos 150 años y enmendarlo en el sentido de la Sagrada Escritura y de la tradición ecuménica”.
Es necesario recordar que el 18 de julio de 1870 el Concilio Vaticano I definió dos dogmas acerca del papa (entonces ocupaba la silla Pío IX)): “El papa disfruta de primacía legal en la jurisdicción sobre cada iglesia nacional y todo cristiano. El papa posee el don de la infalibilidad en sus decisiones solemnes sobre el magisterio. Estas decisiones solemnes (ex cathedra) son infalibles en base al apoyo especial del Espíritu Santo y son intrínsecamente inmutables (irreformables), no en virtud de la aprobación de la iglesia” (Hans Küng, La Iglesia católica, Mondadori, Barcelona, 2002, p. 216).
En la obra de Küng que hemos citado, publicada en inglés en 2001, es decir, bajo el papado de Juan Pablo II, el sacerdote y teólogo suizo proporciona ejemplos históricos del sistema papal que condenaba en otros lo que gustosamente para sí practicaba, a esto le llama “la institucionalización de la hipocresía”. Porque “los papas del Renacimiento mantuvieron el celibato para ‘su’ iglesia con mano de hierro, pero ningún historiador podrá descubrir nunca cuántos hijos concibieron esos ‘santos padres’ que vivían en la lujuria más licenciosa, la sensualidad desenfrenada y el vicio desinhibido” (p. 160). Quien escribe esto no es un enemigo de la Iglesia católica, sino alguien que la reconoce su “hogar espiritual”.
Párrafos como el siguiente le han ganado a Küng la abierta hostilidad dentro del catolicismo romano: “Una investigación cuidadosa de las fuentes del Nuevo Testamento en los últimos cien años ha mostrado que la constitución de esta iglesia [católica] centrada en el obispo, no responde en modo alguno a la voluntad de Dios ni fue ordenada por Cristo, sino que es el resultado de un desarrollo histórico largo y problemático. Es obra humana y, por lo tanto, en principio, puede cambiarse […] No puede verificarse que los obispos sean ‘sucesores’ de los apóstoles en un sentido directo y exclusivo. Resulta históricamente imposible encontrar en la fase inicial del cristianismo una cadena constante de ‘imposición de manos’ desde los apóstoles hasta los obispos de hoy en día” (La Iglesia católica, pp. 44 y 47).
Es su entendimiento del Evangelio lo que ha llevado a Hans Küng al desarrollo de una teología que una y otra vez llama por regresar a la radicalidad de las enseñanzas originales de Jesús. En esta tarea, confiesa, lo “impulsa una fe inquebrantable. Y no es una fe en la iglesia como institución, pues resulta evidente que la iglesia yerra continuamente, sino una fe en Jesucristo, en su persona y en su causa, que sigue siendo el motivo principal de la tradición eclesial, su liturgia y su teología. A pesar de la decadencia de la iglesia, Jesucristo nunca se ha perdido. El nombre de Jesucristo es como un ‘hilo dorado’ en el gran tapiz de la historia de la iglesia. Aunque a menudo el tapiz aparece deshilachado y mugriento, ese hilo vuelve siempre a penetrar en la tela”.
Francisco fue proclamado papa el 13 de marzo del 2013. Pocas semanas después, Hans Küng externó la esperanza que el castigo que le prohíbe oficiar como sacerdote y enseñar teología le fuese levantado por Francisco: “sería una señal para muchos el que esa injusticia fuese reparada”. Han pasado casi tres años, y no se vislumbran señales a favor de la esperanza de Küng.
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