El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Mientras mantienen su condición, los verdaderos discípulos de Jesucristo benefician a la humanidad y al medio ambiente; caso contrario, se asemejan a la sal que ha perdido todo su valor y es pisoteada.
Según la tesis doctoral de Steven Van den Heuvel, la teología de Dietrich Bonhoeffer nos puede decir mucho sobre cómo los cristianos deberían cuidar el medioambiente.
El rey David era un hombre conforme al corazón de Dios; sin embargo, porque el Espíritu se lo reveló vio que su condición era la de todo pecador común que necesita ser limpio; entonces pudo clamar: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.”
Los pies del evangelista Lucas echaban sus raíces en el suelo sin dejar por ello de mirar al cielo.
Jesús no vino a aparentar nada ni hizo jamás distinción entre personas, y seguía un principio que sigue hoy también: visita y atiende a quien le abre su casa, su corazón.
Raramente se escucha a alguien quejándose por no poder llorar; más común es escuchar frases hechas blandidas cual verdades absolutas que no dejan bien a los que lloran. Sin embargo Jesús sorprendió a sus discípulos afirmando: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”
Uno de cada siete habitantes del planeta vive en la indigencia. Los seis restantes: ¿son todos ellos responsables por igual de esta cruel realidad? Las bienaventuranzas enseñan que el Señor Jesucristo otorga el Reino de los cielos a los pobres. ¿Qué recompensa reciben los que no son pobres?
Los que reciben la doctrina de Cristo sufren algún tipo de discriminación, dependiendo de la cultura donde vivan. También sufren persecuciones, encarcelamientos, torturas y muerte a manos de los poderosos de turno. Todo ello por no negar el nombre de Jesucristo bajo ninguna circunstancia1.
Los cristianos tenemos una doctrina del cuidado de la creación que debemos empezar a tomar en serio.
Por razones históricas, el paganismo se asocia siempre con la superstición. Se ve como un fenómeno rural, propio de sociedades primitivas, que desconocen la existencia del único Dios.
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