“Algunos admiten la importancia del tema pero no lo consideran una responsabilidad personal. Quizá esta es la opinión mayoritaria entre los cristianos”. Un fragmento de “Ecología y cambio climático”, de Miguel y Pablo Wickham (Andamio, 2012).
Este es un fragmento de “Ecología y cambio climático”, de Miguel y Pablo Wickham (Andamio, 2012). Puedes saber más sobre el libro aquí.
En las últimas tres décadas, los desastres ecológicos (un importante número de ellos atribuidos al llamado “cambio climático”, tanto los esporádicos y locales, como los más generalizados y de carácter progresivo), han llevado a la humanidad a una mayor toma de conciencia de la enorme importancia que tienen los ecosistemas en nuestras vidas.
Hemos empezado a vislumbrar que nuestra propia supervivencia a medio y largo plazo en el planeta está en peligro, y nos hemos dado cuenta del efecto negativo de los desequilibrios ecológicos sobre nuestra calidad de vida, tanto en el presente como para el futuro.
Esta misma toma de conciencia, producto de un mejor conocimiento científico y también de un mejor acceso a la información por la eficacia de los medios de comunicación, ha hecho reflexionar también a muchos cristianos sobre el tema y han buscado en la Biblia, la Palabra de Dios, para entender las causas, las posibles consecuencias, y aun los remedios para estos desequilibrios.
Para algunos de ellos no hay respuestas ni tampoco les importa gran cosa. Influidos por las críticas al cristianismo de algunos filósofos y ecologistas, han caído en la apatía, haciendo una separación entre lo espiritual y lo físico. Entre aquéllos, hay quienes argumentan que el tema no debe preocuparnos, porque nuestras prioridades espirituales son más importantes, que estamos aquí para salvar almas, no la Creación que, en todo caso, Dios va a destruir antes de sacar a la luz su Nueva Creación.
Ponen mucho énfasis en que el espíritu es más importante que el cuerpo o la materia, pero esta idea no es bíblica sino pagana. Tuvo su origen en la filosofía griega que, desgraciadamente, a través del neo-Platonismo y el gnosticismo, infiltró el cristianismo en los primeros siglos. Sin embargo, es obvio que Jesús no ministró a espíritus incorpóreos: sanó y restauró cuerpos y resucitó con un cuerpo material que podía ser tocado, aun cuando se desconocen todas sus propiedades. Tampoco podemos afirmar que la Biblia enseña la total desintegración o destrucción de la Creación actual, sino más bien su renovación por el poder de Dios.
No pretendemos que el tema sea fácil. Hay muchas ideas erróneas acerca de los estudios medioambientales. Algunos creen que son temas demasiado complicados por tratarse de cuestiones científicas o de procedencia dudosa que los cristianos deberíamos evitar. Algunos de los grupos “Verdes” defienden la filosofía de la “Nueva Era” e incorporan reminiscencias del paganismo. Están muchas veces involucrados en la política y emplean métodos de presión sobre las autoridades, creando así suspicacias en algunos creyentes; además, a menudo culpan a los cristianos de haber exacerbado el problema.
Pero no debemos rechazar una idea porque algunos de sus propulsores no simpaticen con la fe cristiana. Creemos que nuestro Dios fue quien creó todas las cosas, el hombre entre ellas, por lo que todo lo que Él ha hecho, nos incumbe, y aún más, si se trata de nuestras propias responsabilidades por cuidar de la Creación. Además, como D. Bookless ha comentado, entre los que forman parte del movimiento de los Verdes hay “muchos que buscan abiertamente una realidad espiritual”, y eso debiéramos tomarlo en cuenta.
Otra postura que algunos adoptan es que el tema no va con ellos; admiten su importancia pero no lo consideran una responsabilidad personal. Quizá, como Bookless expresa, esta es la opinión mayoritaria entre los cristianos. Procuraremos demostrar en este libro que tal actitud no es una opción válida para los seguidores de Jesús; al contrario, constituye un grave pecado de omisión. Seguir a Jesús fielmente es mucho más que ser leal en testificar a otros de Él, leer su Palabra, orar con regularidad y asistir puntualmente a cultos religiosos; consiste en “contemplar la Creación de Dios con nuevos ojos”. Nos encontramos en una nueva encrucijada en la historia del cristianismo.
Este estudio pretende mostrar, pues, que la Biblia sí tiene respuestas, especialmente en el análisis de las causas del problema ecológico, y que tiene mucho que decir sobre la estrecha relación del hombre con la naturaleza, ya que forma parte de la misma, creados ambos por Dios. Además, la misma degradación progresiva del equilibrio inicial que hubo entre el hombre y la naturaleza que le rodeaba, con sus graves consecuencias para los dos, es una muestra del acierto del análisis que hace la Biblia del ser humano, como veremos con más detalle más adelante.
Comprendiendo las causas del problema, podemos entonces proponer posibles soluciones y respuestas, partiendo en primer lugar de la persona, a fin de que podamos responder de una forma práctica, razonada y esperanzadora a la situación creada, no sólo en el ámbito individual, sino en el social y comunitario. Y estas respuestas serán una consecuencia lógica del análisis bíblico, porque somos llamados a ser testigos de Jesucristo, luz en las tinieblas (Mateo 5:14-16) también en esta área de la realidad humana.
¿Qué es la Ecología?
La Ecología es una disciplina relativamente joven. El término fue acuñado, en 1866, por el biólogo alemán Ernst Haeckel, siendo un compuesto de dos palabras griegas: “oikos” (casa) y “logos”(reflexión o estudio). Lo definió como “el estudio de la interdependencia y de la interacción entre los organismos vivos (animales y plantas) y su medio ambiente (seres inorgánicos)”, porque para él, en su tiempo, sólo constituía una rama de la biología. Pero Leonard Boff comenta que “posteriormente se abrió el concepto extendiéndose más allá de los seres vivos [...], [ahora] es [...] el estudio que se hace acerca de las condiciones y relaciones que forman el hábitat (casa) del conjunto y de cada uno de los seres de la naturaleza [...] no abarca solo la naturaleza [...] sino también la cultura y la sociedad (ecología humana, social, etc.)”.
Con todo, ha sido en los últimos treinta y cinco años cuando se han empezado a incluir cursos de Ecología como parte del programa de estudios de una licenciatura en Ciencias Biológicas, en Estudios Forestales o, más tarde, de Geografía o Ciencias Medioambientales. A partir de mediados de los ochenta, el incremento de cursos y licenciaturas de “estudios medioambientales” —especialmente en el mundo anglosajón— refleja la creciente preocupación por el tema, también demostrada por la creación de un cada vez mayor cupo de puestos de trabajo en empresas que se dedicaban al cuidado y la recuperación del medio ambiente y de las energías renovables. Esta toma de conciencia se debe inicialmente a una serie de grandes desastres ecológicos esporádicos producidos por fallos en la tecnología, siendo el accidente nuclear de Fukushima, en Japón, el ejemplo más reciente, y en los sistemas industriales y de transporte. Un mayor conocimiento científico acerca del efecto de los productos químicos y energéticos sobre la naturaleza ha resultado en que “lo verde” está ahora de actualidad, hasta en los programas políticos. Un libro clave en el comienzo de una nueva concienciación de la sociedad en esta área fue Silent Spring, de Rachel Carson, en 1962 (…).
Es preocupante que el interés sobre el cambio climático se manifieste tan tarde, y solo como respuesta a su incidencia sobre el propio bolsillo. El efecto de las alteraciones climáticas sobre grandes grupos de población en los países con mayor precariedad, acceso a los recursos y menos calidad de vida, no es un factor importante para la mayoría, demostrando la insolidaridad y el egocentrismo del hombre.
En el presente trabajo, cuando nos referimos al cristianismo, no estaremos hablando de la religión cristiana en general, sino de la fe bíblica, que se basa en la aceptación plena de la Biblia como la Palabra de Dios, que cree en un Dios Todopoderoso, Creador y Redentor, revelado de forma suprema en Jesucristo.
Trataremos de contestar a estas cuatro preguntas:
1. ¿Cuál es el problema y cuán grave es? (Capítulos 1 y 2).
2. ¿Es verdad que el cristianismo es responsable de los desequilibrios ecológicos? (Capítulo 3).
3. ¿Qué enseña la Biblia acerca de la crisis ecológica? (Capítulo 4).
4. A la luz de la Biblia, ¿cómo debiéramos vivir? (Capítulo 5).
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