Una nueva visión de las bienaventuranzas.
Entre las diversas interpretaciones propuestas, acerca del mensaje de las ocho bienaventuranzas, hay una que, a mi modo de ver, parece la más acertada. Se trata de lo que podríamos llamar la estructura en escalera asimétrica.
En efecto, imaginemos una escalera típica de pintor, de esas que se abren en forma de A, que por una parte tuviera sólo tres peldaños antes de alcanzar el rellano superior (donde se coloca el cubo de pintura), mientras que por la otra poseyera cuatro escalones de bajada, uno más que los de subida.
Pues bien, este ejemplo gráfico nos sirve para ilustrar lo que probablemente deseó transmitir el Señor Jesús mediante las bienaventuranzas.
La primera parte de dicha escalera plegable correspondería a los tres peldaños que reflejan la conciencia de la necesidad que debe experimentar todo discípulo de Cristo. La pobreza en espíritu que queda patente al compararnos con Dios, el llanto a causa de nuestra condición pecaminosa y la mansedumbre como consecuencia de haber entendido nuestro egocentrismo.
Se ascendería así al cuarto nivel, el de aquellos que son bienaventurados por tener hambre y sed de justicia. Después de haber reconocido la necesidad que tenemos de Dios y de experimentar el deseo de que su voluntad sea realizada también en la tierra, en este cuarto peldaño se alcanzaría la satisfacción de la necesidad: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Estamos en el nivel superior, quienes realmente son conscientes de su profunda necesidad de Dios, finalmente alcanzarán aquello que anhelan y serán saciados.
A partir de dicha situación, se empieza a descender la escalera pero por el otro lado. Pasamos a experimentar el resultado de dicha satisfacción.
Los seguidores de Cristo que han conseguido subir hasta el último peldaño pueden empezar ahora a descender experimentando la misericordia, la limpieza de corazón y esa paz capaz de contagiarse a otros.
La última consecuencia de dicho descenso, el postrer peldaño correspondiente a la octava bienaventuranza que convierte la escalera en asimétrica, es el resultado de padecer persecución por causa de la justicia, pero injustamente.
Hay algo interesante en este esquema. Resulta que las tres primeras exclamaciones correspondientes a los tres primeros escalones de subida están relacionadas con las tres de bajada.
Los pobres en espíritu son también quienes actúan con misericordia. Únicamente aquél que se da cuenta de que nada es y nada tiene delante de Dios, y que por tanto depende absolutamente de él, es el que está en condiciones de actuar con misericordia hacia sus semejantes.
De modo que la primera bienaventuranza está ligada a la quinta. De igual manera, el segundo peldaño se corresponde con el sexto. Los que lloran lo hacen porque han descubierto su condición pecadora. Lloran no solamente porque son conscientes de que cometen pecado sino, sobre todo, porque saben de esa tendencia innata al mal que posee el alma humana. Su llanto se debe al reconocimiento de la perversión del carácter del hombre.
Esta capacidad se relaciona estrechamente con los llamados limpios de corazón, ya que la única manera de llegar a tener el corazón limpio es caer en la cuenta de que se posee un corazón impuro y se sufre hasta el extremo de hacer lo único que puede conducir a la purificación y limpieza del mismo: arrepentirse y confesar a Cristo permitiendo así que su sangre nos limpie de todo pecado.
La tercera relación queda establecida también entre los mansos (tercera bienaventuranza) y los que hacen la paz (séptima bienaventuranza). El que no es manso está incapacitado para hacer la paz a su alrededor.
¿Quién puede ser embajador de la paz sino aquél que tiene paz en su alma y se comporta siempre con mansedumbre? Por último y de manera paradójica el Maestro concluye su mensaje con el resultado final que espera a todo cristiano que ha transitado por esta singular escalera: el octavo escalón de la persecución por causa de la justicia.
Estas serían, por tanto, las tres partes del esquema de las bienaventuranzas de Jesús, según las recoge Mateo: conciencia de la necesidad, satisfacción de la misma y resultados de dicha satisfacción.
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