El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Las estrellas tienen que nacer, producir elementos pesados y luego morir para que estos elementos puedan utilizarse para formar planetas, y luego tienen que pasar unos cuantos miles de millones de años antes de que la vida llegue hasta nosotros.
El orden de la creación, el de los días o períodos en que se crea el universo, la Tierra, los mares y aparecen los continentes, las plantas, los animales y el propio ser humano, coincide sorprendentemente con lo que hoy han descubierto las ciencias experimentales.
El postulado de la física, de que no puede haber nada más rápido que la luz, tiene una excepción, que se llama oración.
Eso es lo que hace la religiosidad en nuestra vida: matar la relación con el Señor.
Se podría decir que si el macrocosmos refleja la grandeza del Creador, el microcosmos se constituye en su elocuente portavoz.
Podemos descubrir misterios, anhelar ignotos sueños, amar intensamente por segundos, correr detrás de lo eterno.
Los exobiólogos no pierden la esperanza de encontrar otro planeta similar a la Tierra, que esté situado en la zona de habitabilidad de su estrella y también posea vida.
La Tierra posee un ciclo hidrogeológico exclusivo que no se encuentra en ningún otro lugar del sistema solar.
Sólo un Dios creador misericordioso es el único que puede habernos creado un hogar cósmico tan increíblemente adecuado.
El Sol tampoco está quieto en el espacio sino que se desplaza a una velocidad superior a la de la Tierra. Se mueve a unos 220 km/s en dirección a la constelación de Hércules.
¿Qué importancia tiene el ser humano para merecer todo este maravilloso escenario universal?
El ser humano sólo puede contar a simple vista entre 5 000 y 6 000 estrellas en una noche sin Luna. Hoy sabemos que en el universo hay alrededor de diez cuatrillones de estrellas.
Todo parece preparado a conciencia, como si Dios nos hubiera construido un hogar adecuado en un tiempo adecuado.
Nadie sabe lo que hay dentro de un agujero negro, pero los investigadores afirman que en el centro del mismo existe lo que en astrofísica se llama una “singularidad”. Es decir, un estado en el que el tiempo se detiene, el espacio deja de existir y la densidad alcanza valores infinitos.
Las leyes y constantes físicas del universo parecen exquisitamente ajustadas para la vida y el desarrollo de la ciencia humana.
Solo Dios puede vernos e interesarse por cada uno de nosotros a pesar de nuestra pequeñez.
Aquella antigua imagen del átomo, formado por un núcleo positivo de neutrones y protones sobre el que circulaban electrones negativos a la velocidad de la luz, ha quedado hoy algo anticuada.
Actualmente hay que reconocer que solo sabemos cómo es el 15% del universo. Realmente es mucho todavía lo que nos queda por descubrir.
Desde Honduras, Alejandro Escobar, del Banco Interamericano de Desarrollo, nos ha hecho llegar un texto que compartimos con nuestros lectores.
Cada pueblo inventó sus propias constelaciones, aunque solo se impusieran por motivos históricos las que han llegado hasta el presente.
El origen del universo no tuvo ningún centro o lugar de inicio ya que el espacio todavía no existía. Por no existir, no existía absolutamente nada, ni espacio, ni energía, ni materia, ni tiempo.
El universo está en expansión, y pasando la película al revés llegaremos al Big Bang. El TEJW no cambia nada de esto.
Lo que predomina en el cosmos no son los cuerpos celestes, como planetas, satélites, estrellas o galaxias, sino el inmenso vacío que los envuelve. Un vacío oscuro, frío, silencioso y aterrador.
Este planteamiento tan especulativo del multiverso o de los universos burbuja tiene más de filosófico que de científico y responde al deseo de no querer aceptar lo que resulta evidente.
Ninguna forma de vida, mucho menos la nuestra, podría haber prosperado en un cosmos estático y eterno, bombardeado continuamente desde la eternidad por una radiación tan intensa y letal como la que nos llegaría de las interminables estrellas.
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