¿Qué son los agujeros negros?

Uno de los fenómenos cósmicos más misteriosos, cuyas propiedades físicas despiertan la imaginación de legos y profesionales de la astronomía, son sin duda los llamados “agujeros negros”. En el libro del profesor de investigación del Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC), Antxon Alberdi, se definen así: “Un agujero negro es una región del espacio con una concentración de masa muy elevada, de manera que genera un campo gravitacional de magnitud tal que ni siquiera la luz alcanza la velocidad suficiente como para escapar de su atracción”.[1] Es como un pozo oscuro y sin fondo en el que nada de lo cae puede salir. Ni siquiera la luz, a pesar de su enorme velocidad. Por eso, precisamente el calificativo de “negro”. Cualquier cosa del cosmos que se acerque demasiado y traspase la frontera de no retorno -lo que se llama el “horizonte de sucesos”- será irremediablemente engullida por el agujero. ¿Cómo puede formarse algo así?

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En el universo hay estrellas más grandes y brillantes que el Sol. Algunas pueden incluso tener una masa hasta ocho veces superior a la de nuestro astro rey. Sin embargo, uno de los problemas de tales estrellas es que tienen una vida más corta. Al fusionar en su interior elementos cada vez más pesados, llega un momento en que ya no son capaces de mantener el equilibrio y explotan, dando lugar a las conocidas “supernovas”. Este es quizás uno de los mejores espectáculos que el universo depara a los astrofísicos. Como resultado de tal explosión, millones de toneladas de materiales son lanzados al espacio y la estrella deja de existir. Sin embargo, las cenizas que quedan pueden dar lugar a una nueva estrella más pequeña, llamada “estrella de neutrones” -si la masa no es demasiado grande- o a un agujero negro -si la masa es muy elevada-. En este último caso, la presión que ejerce la masa de las cenizas es enorme y equivaldría a la fuerza necesaria para comprimir toda la masa de la Tierra al tamaño de una canica que sólo midiera un par de centímetros de diámetro. Algo difícil de imaginar pero que ocurre en la realidad. Tal es la densidad que se requiere para crear un agujero negro.

Se cree que en las proximidades de un agujero negro el tiempo transcurre más lentamente porque se produce una deformación del espacio-tiempo. En realidad, nadie sabe lo que hay dentro de un agujero negro, pero los cálculos teóricos y los modelos elaborados por los investigadores afirman que en el centro del mismo existe lo que en astrofísica se llama una “singularidad”. Es decir, un estado en el que el tiempo se detiene, el espacio deja de existir y la densidad alcanza valores infinitos. Algo similar a las condiciones que se debieron dar en el origen del universo y a las que, desde luego, la ciencia no tiene acceso directo. Una distorsión total de la realidad. De ahí que tales singularidades hayan despertado la imaginación de algunos -tanto especialistas como profanos- para elaborar argumentos futuristas, que Hollywood ha aprovechado para llevar a la gran pantalla. Por ejemplo, se ha dicho que quizás los agujeros negros pudieran dar lugar a “agujeros de gusano”, capaces de comunicar regiones del universo muy alejadas entre sí o incluso poner en contacto universos distintos. En fin, pura especulación pseudocientífica que el astrofísico Antxon Alberdi descalifica con esta frase: “parece que el sueño del viaje interestelar a través de una “autopista” de agujeros de gusano deberá quedarse en eso: un sueño”.[2]

Lo cierto es que los agujeros negros son como enormes torbellinos cósmicos capaces de tragarse planetas, estrellas, nubes de gas y todo lo que se les acerque demasiado. Se ha calculado que en el universo observable puede haber unos 40 trillones de agujeros negros de masa estelar.[3] Es posible que en el futuro se produzcan importantes avances en el conocimiento de tales fenómenos cósmicos porque la inquietud del ser humano por saber más es algo inherente a su condición. No obstante, todavía no comprendemos bien cómo está conformado el cosmos material en el que habitamos y cada nuevo descubrimiento nos abre múltiples incógnitas más. 

Esto me hace pensar en aquellas palabras del Señor Jesús: “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (Jn. 3:12). Cada nuevo hallazgo nos conduce a un ámbito de mayor complejidad que no comprendemos. La antigua idea de creer que la materia era algo simple ha quedado obsoleta. El cosmos se nos revela como algo misterioso repleto de información y complicación creciente. El núcleo del universo parece provenir de una mente que todavía nos esconde muchas cosas materiales, pero ¿qué diremos de las espirituales? 

Notas

[1] Alberdi, A. 2015, Los agujeros negros, RBA, Villatuerta, Navarra, p. 8.

[2] Ibid., p. 143.

[3] Ver aquí.