El postulado de la física, de que no puede haber nada más rápido que la luz, tiene una excepción, que se llama oración.
Uno de los postulados modernos de la física es que no puede haber nada más rápido en el universo que la velocidad de la luz, que como se sabe es de 300.000 kilómetros por segundo, aunque como todas las cosas de este mundo están sujetas a cambios, también las de la ciencia, es factible que un día se llegue a la conclusión de que tal postulado no se cumple en determinada circunstancia o en cierto punto del universo, quebrándose así un principio que parecía inamovible, porque lo que sabemos de lo que está cerca de nuestro entorno no es ni una gota de un océano, pero lo que sabemos de lo que está lejos no es nada.
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Pero sea como sea, es difícil hacerse una idea de lo que supone la velocidad de la luz, que resulta ser de mil millones de kilómetros por hora. Son cifras que marean, que abruman, y antes las cuales nos quedamos sobrecogidos, todavía más cuando se ha llegado a usar esa velocidad para medir las distancias en el universo, dándose cantidades de miles de millones de años luz, es decir, de miles de millones de años que la luz tarda en llegar de un punto a otro, viajando a la velocidad que viaja. Eso significa que el universo tiene unas dimensiones descomunales, exorbitantes, que rompen todo lo que estamos acostumbrados a pensar.
Ante todo esto, la pregunta que inmediatamente nos viene a la mente es cuáles son las dimensiones del universo, lo cual lógicamente nos lleva a preguntarnos qué hay fuera del universo. Sabemos un poco de lo que hay fuera de nuestro sistema solar y una ínfima parte de lo que hay en nuestra galaxia, la Vía Láctea, pero ¿qué hay más allá de los límites de lo material? Y entonces es fácil, por nuestra ignorancia, caer en la especulación fantasiosa, imaginando que el universo no tiene límites y es infinito, de lo que se desprendería que es eterno. Pero aquí es donde viene en nuestra ayuda la Revelación, que nos dice que en el principio creó Dios los cielos y la tierra, con lo cual el universo no es eterno y tiene límites, porque es una creación, teniendo Dios su existencia aparte del universo. Ahora bien, si Dios está más allá del universo y las distancias dentro del mismo son las que hemos visto, ¿cuánto tiempo se tardaría en llegar a él? ¿Trillones de años luz, cuatrillones, quintillones…? La respuesta es: instantáneamente. Lo cual quiere decir que hay algo infinitamente más rápido que la velocidad de la luz y ese algo es la oración.
Cuando Nehemías estaba en la presencia del rey Artajerjes sirviéndole vino, el rey percibió que estaba triste y al exponerle la razón de su tristeza, Artajerjes le preguntó cuál era su petición. Antes de que salieran palabras de la boca de Nehemías, éste oró al Dios de los cielos, así es como denomina Nehemías a Dios, es decir, al que creó esos espacios interestelares descomunales, y a continuación dio su respuesta al rey. Fue una fracción de segundo lo que Nehemías necesitó para que su oración llegara a Dios; por tanto, su oración viajó a una velocidad tal, que la de la luz, en su comparación, es velocidad de tortuga.
¡Qué maravilla que algo que sobrepasa todo entendimiento y que la ciencia no puede alcanzar, esté disponible para todo aquel que cree! Sí, es posible ponerse en contacto no con sondas u ondas electromagnéticas enviadas a tal o cual objeto celeste, sino con el Creador de todo, a través de la oración, que recorre distancias inconmensurables en un abrir y cerrar de ojos. Es algo que no se puede explicar, pero que sí se puede, y se debe, practicar. Y lo importante es que no es la oración, en sí misma, la que tiene esta cualidad extraordinaria, como si tuviera autonomía propia, sino que ese poder deriva de Dios, que se ha complacido en otorgárselo. Eso quiere decir que desea que nos pongamos en contacto con él y que, por tanto, no es remoto, sin posibilidad de acceso, sino, al contrario, accesible y cercano, por encima de las distancias físicas.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Encomienda al Señor tus obras y tus pensamientos serán afirmados.’ (Proverbios 16:3). La palabra que se ha traducido como encomienda, tiene un significado de movimiento, con lo cual el mandato es a poner en acción esa capacidad que tenemos en la oración, no quedándonos pasivos ni inertes, sino activos, al echar mano de forma solícita y dinámica de ese precioso recurso. Se trata de presentar nuestras obras, nuestras ideas, antes de que vayamos a hacerlas, a Dios, lo que conlleva que hay una dependencia de su poder y voluntad para que se lleven a cabo, que hay una confianza en saber que él sabe más que nosotros y que sin su ayuda y guía podemos errar completamente.
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El texto tiene una segunda parte, porque el resultado de presentar a Dios nuestros proyectos es que nuestros pensamientos, que de otra forma serían tambaleantes, al no estar seguros de si daremos en la diana, serán afirmados, al tener el descanso y la paz que proviene de haberlos puesto en sus manos.
El postulado de la física, de que no puede haber nada más rápido que la luz, tiene una excepción, que se llama oración. Por tanto, ora diligentemente y trae ante Dios todos tus asuntos. Es lo que hizo Nehemías.
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