El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La Palabra es verdad y en la Escritura está la única visión del mundo coherente con la experiencia humana, pero como dice Schaeffer, si mi experiencia no se corresponde con la autoridad de la Biblia, la norma es la Escritura, no yo.
Es esa conciencia de la gracia de Dios la que le hizo mostrar esa misma gracia a otros.
Cuando no entendemos nuestra relación con Dios, a cuya imagen hemos sido creados, creemos que somos autónomos, tanto los seres humanos como el resto de la naturaleza. Buscamos el valor de la Creación en sí misma.
Para él no tenía sentido hablar de salvación sin haber experimentado la realidad del pecado.
Sus tres primeros libros son meras transcripciones de conferencias, editadas por distintas personas. La enorme influencia que tuvo fue personal, no por sus libros.
A diferencia de los actuales debates de apologética como espectáculo, Schaeffer no entendía que se podía dar testimonio de la fe sin interesarse por las personas.
Era un gran discutidor, pero no agresivo, sino amablemente persuasivo. Trataba de convencerte hasta con lágrimas en los ojos. El interés no era académico, sino sobre la verdad de la vida.
Historias como la de L´ Abri quedan para los libros sobre “héroes de la fe”.
La diferencia para Schaeffer que hace al cristianismo distinto a cualquier otra religión, es que “Dios lo hizo todo”. Siempre acababa mostrando nuestra culpabilidad moral, para anunciar que Cristo murió por nosotros en la cruz.
Su pensamiento se vuelve europeo en Suiza durante los años 60, para acabar siendo precursor de la política moral cristiana al volver a Estados Unidos.
Schaeffer se dio cuenta que lo que le faltaba era el amor. No podía distinguir lo fundamental de lo secundario porque el amor a la verdad no hacía que mostrara la verdad en amor.
Él era pastor, misionero y conferenciante, pero tenía el valor de decir en voz alta, lo que muchos nos preguntamos en nuestro interior.
En estos días de amarga polarización social y política en nuestras sociedades, el mensaje de Francis Schaeffer es un toque de atención para que mostremos, en un ambiente tan enrarecido, que la fe cristiana contiene un llamamiento al amor a todos y no a la crispación.
En estos días de creciente preocupación ecológica en la sociedad es bueno consultar lo que pioneros evangélicos dijeron, en particular Schaeffer, pues su pensamiento está muy lejos de resultar irrelevante.
Schaeffer hablaba de la necesidad espiritual que mostraba la canción por la que los Stones confesaban que “no podían conseguir satisfacción”.
En un mundo tan aparentemente polarizado como el nuestro, en el que la enemistad, el encono e, incluso, el odio levantan sus feas cabezas, la fe cristiana ofrece un camino muy distinto, el del amor.
No captar la importancia de la Caída, como Schaeffer, es caer en los dos principales errores que tiene el cristianismo contemporáneo.
Lo que más lamentaba de su juventud era el celo inmisericorde con el que defendió “la sana doctrina”.
A diferencia de los actuales debates de apologética como espectáculo, o las actitudes batalladoras de tantos creyentes en las redes sociales, Schaeffer no entendía que se podía dar testimonio de la fe sin interesarse por las personas.
Toda la construcción fundamentalista se le vino abajo a Schaeffer en las montañas de Suiza, a principios de los años 50. La pregunta que todos se hacen es: ¿qué es lo que pasó?
En estos tiempos de negacionismo y teorías conspiratorias parece increíble que hubiera una época en que el cristianismo evangélico no fuera sinónimo de oscurantismo e irracionalidad.
La famosa Declaración cumple cuarenta años.
En busca de la autenticidad (y 5): Schaeffer me enseñó a llorar por el mundo en vez de juzgarlo. Creo que era un hombre de Dios, un profeta para su generación que vio más allá de su tiempo, que tan bien entendió.
En busca de la autenticidad (2): la diferencia para Schaeffer, por la que el cristianismo es distinto a cualquier otra religión, es que “Dios lo hizo todo”.
En busca de la autenticidad (I): dedicaré una serie de artículos al legado de Francis Schaeffer y al desafío que todavía significa para el mundo hoy.
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