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Schaeffer ve muerte en la ciudad (9)

Para él no tenía sentido hablar de salvación sin haber experimentado la realidad del pecado.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 23 DE JULIO DE 2024 10:00 h
Al darle la espalda a Dios, Schaeffer ve a la ciudad bajo sitio, abandonada y sin sentido en la vida, hambrienta de amor.

El primer libro de Francis Schaeffer (1912-1984) que apareció después de su trilogía inicial fue Muerte en la ciudadSon nuevamente conferencias que dio en la universidad evangélica de Wheaton, cerca de Chicago, en 1968, pero el estilo literario que dio a la transcripción el editor, James Sire, no se parece en nada a la trilogía anterior. Tiene una prosa clara y brillante, que se percibe incluso en la traducción que publicó en 1974 en Barcelona José Grau para Ediciones Evangélicas Europeas. Para muchos es su mejor libro.



Sire fue a las conferencias con un compañero de la editorial de InterVarsity, Jim Nyquist. El segundo día le dijo que no veía cómo podían publicarse. El estilo con que hablaba era tan diferente como su aspecto. Ya no llevaba traje, sino el atuendo suizo de las montañas con pelo largo y barba de chivo. Al acabar la conferencia, Schaeffer concluye dramáticamente diciendo tres veces: “Hay muerte en la ciudad, muerte en la ciudad, muerte en la ciudad”. Se baja de la plataforma y se sienta sin decir una palabra más. Sire le dijo entonces a Nyquist: “¡Ya tenemos el título del libro!”.



Nyquist habló con Schaeffer de publicar las siguientes conferencias que dio en la Universidad de Stanford, dando a entender que lo de Wheaton era impublicable. A la semana siguiente, sin embargo, un representante del grupo de estudiantes de Wheaton llamó a Sire para decir que las habían grabado y transcrito. Al leerlas vio que, aunque había algunas de las vagas generalizaciones de la trilogía anterior, el contenido era mucho más bíblico, pero en relación con la cultura moderna. Se basaba en el texto de Romanos 1:18-22, pero también en las palabras de Jeremías en Lamentaciones. 



Ya no había nada de su “teoría apologética”, como Schaeffer la llamaba ahora. Al contrario, hablaba de la “vanidad de razonamiento” en relación con el lado cognitivo del ser humano, su pensamiento. Usaba expresiones que Sire no había oído antes, como que vivimos en un “mundo post-cristiano”. Eso no quería decir que América o Europa fueran “cristianas” en los años 20, sino que la gente entendía entonces conceptos básicos del cristianismo. Para aclarar que no se refería a una fe bíblica, llamaba a la cultura “cristiana” entre comillas. Hablaba de la necesidad de una “reforma”, pero también de “avivamiento” y la importancia de la doctrina bíblica para la vida cristiana.



[photo_footer]EL libro lleva ahora, en inglés, la reproducción del cuadro de Gauguin en la portada que cita Schaeffer, Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos (1897).[/photo_footer]



Mensaje profético



El mensaje de Jeremías daba un sentido “profético” a sus palabras sobre la cultura de los años 60. Al darle la espalda a Dios, “la ciudad estaba bajo sitio”. Ya no creían que Alguien cuidara de ellos en el universo. No se sentían amados, ni veían sentido a su vida. En su asedio, sufrían hambre espiritual. Su filosofía materialista les decía que esta vida es todo lo que ahí, pero la falta de sentido los lleva a una desesperación que se muestra en una falta misma de humanidad.



Las referencias culturales eran sorprendentes. Iban desde el arte surrealista de De Chirico a la novela En la playa, de Nevil Shute, que inspira la película de Stanley Kramer La hora final, con Gregory Peck y Ava Gardner, sobre la tierra tras una guerra nuclear que ha destruido la civilización. La portada misma era una obra de arte. Schaeffer cita a menudo el filme de Antonioni, Blow-Up (Deseo de una mañana de verano), basado en un cuento del argentino Julio Cortázar, Las babas del diablo, de su libro Las armas secretas. Presenta a un fotógrafo de moda como David Bailey en Londres en pleno swinging 60s con la música de jazz de Herbie Hancock y el “blues-rock” de los Yardbirds de Jimmy Page y el ahora fallecido Jeff Beck. Todo ello con los primeros desnudos totalmente de frente en la historia del cine británico. Schaeffer repetía entonces la frase de los carteles de la película, Crimen sin culpa, amor sin sentido.



Schaeffer habla en el libro del determinismo químico o biológico de Crick, que relaciona con el pensamiento del marqués de Sade en el siglo XVIII, la psicología de Freud y la influencia del medio ambiente de Skinner. Su creencia como presbiteriano en la predestinación nunca le llevó a un determinismo filosófico. De hecho, una de las razones por las que salió del seminario de Westminster en Filadelfia es porque decía que notaba, los primeros años allí, un hipercalvinismo que tendía a verlo todo a partir de la elección del decreto divino. La dignidad del ser humano no está, para él, sin embargo, en el libre albedrío, sino en el hecho de haber sido creados a imagen de Dios. Es tu responsabilidad la que hace tan grave el pecado. 



Su juicio a la cultura occidental del siglo XX incluye la “religión vacía”, que Schaeffer relaciona con la falsa confianza en el “culto al templo” de la generación del Exilio a Babilonia. Observa que ya nadie habla de “apostasía” desde los años 30, pero la teología “liberal” de los 60 no es más que la psicología y sociología moderna en lenguaje teológico. Si esto mantiene de su primer “fundamentalismo”, ya nada recuerda al anticomunismo de McIntire. Hace una crítica a la “prosperidad de Estados Unidos y el norte de Europa”, que repite en todos sus libros de los años 70.  Su visión de la riqueza no tiene nada que ver todavía con la apología del capitalismo que hará luego la “derecha cristiana”, que apoya al final de su vida. Compara su opulencia con la de los “caballos bien alimentados por la mañana que relinchan tras la mujer de su prójimo”. Riqueza e inmoralidad son dos caras de la misma realidad que condena el mensaje profético. 



Nuestro problema



Esta es la primera vez también que expresa su conocido principio de que, para entender la respuesta del Evangelio, hay que comprender primero la realidad del problema. El mundo evangélico repite una y otra vez que “Jesús es la respuesta”, cuando nadie sabe cuál es la pregunta. “Cristo salva” pero, ¿de qué? En Muerte en la ciudad, Schaeffer muestra que, para responder a esta cultura, hay que desvelar antes primero su mal, pero no desde la superioridad moral del que se cree mejor, sino reconociendo que somos parte del problema. 



“No podemos gritar a la gente, chillando desde lo alto, sino que tienen que sentir que estamos donde ellos están, diciendo que también somos pecadores y eso no son sólo palabras”. Esto es algo que cambió toda mi forma de ver la evangelización. Cuando él dice que “decir la verdad es el primer paso para el evangelismo”, no quiere decir, como muchos cristianos creen, que hay que denunciar con valor la inmoralidad de los que nos rodean, como si nosotros fuéramos mejores. Si el problema es el pecado, ese es nuestro problema, tanto nuestro como de ellos.



El actual discurso cristiano de “valores” es todo lo contrario. Primero sugiere que los demás no tienen “valores”, cuando lo que Schaeffer diría es que no viven conforme a ellos. Tienen que experimentar la realidad de su fracaso, como nosotros tenemos que llegar a la “línea de la desesperación”, para encontrar la esperanza de Dios en Cristo. Una vez Edith le preguntó a Fran si no tenía miedo de que la gente se suicidara con sus palabras. De hecho, una chica lo intentó una vez en L´Abri, pero para él no tenía sentido hablar de salvación sin haber experimentado la realidad del pecado.



[photo_footer]El libro tiene una prosa clara y brillante, que se percibe incluso en la traducción que publicó en 1974, en Barcelona, José Grau para Ediciones Evangélicas Europeas.[/photo_footer]



Schaeffer creía que si tenía tres cuartos de hora para hablar con alguien en un tren, debía dedicar sólo diez minutos a la respuesta del Evangelio, para centrarse la mayor parte del tiempo en el problema al que responde. En un barco de Lisboa a Génova se encontró a un ateo que le decía que él vivía conforme a su visión materialista del mundo. Fran observó que parecía muy enamorado de su mujer y le preguntó cómo podía saber que su amor era real. El incómodo silencio que vino a continuación hizo que le fastidiara, si no todo el crucero romántico, por lo menos aquella velada. Como le oí una vez al fallecido evangelista motero australiano John Smith, “nadie quiere invitar a un profeta a cenar”. Te arruinará la velada. 



Las dos sillas



En una de esas sorprendentes frases, que confundirá a los lectores de su trilogía inicial, Schaeffer dice que “el cristianismo es la religión más existencial que existe”. Lo intenta aclarar diciendo que no se refiere a la filosofía existencialista, que busca el sentido de la vida en el presente, negando su sentido trascendente, sino que habla de lo que llama “la realidad momento a momento”. O sea, quiere decir, que da sentido a la existencia presente, no sólo a la vida futura. Eso es para él, la salvación.



Para él, Hechos 14:15-17 y 17:16-32 es, junto a Romanos 1:18 – 2:16, un modelo para evangelizar en la sociedad secular a “gente sin Biblia”. En la profundidad del ser humano hay una necesidad a la que sólo el Creador puede responder. Explica así el misticismo de Einstein al final de su vida, o la pregunta de Sartre de por qué hay algo, en vez de nada. Hace referencia a una investigación por ordenador del científico Murray Eden en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, sobre la probabilidad de que el universo surgiera por azar, algo virtualmente imposible. Y confunde la frase de Darwin al final de su vida sobre que no puede creer en su mente que todo sea resultado de la casualidad. 



Más interesante me parece su forma de mostrar el pecado diciendo que ningún individuo tiene la misma consideración moral consigo mismo que tiene con otros. Todos dicen ser víctimas. Se quejan de que algo “no es justo”, cuando ellos no cumplen con la moralidad con que juzgan a otros. Todos somos culpables de no vivir conforme a nuestros “valores”. Esto me parece de una actualidad tal que no veo forma mejor de explicar el mensaje de Romanos de que tanto judíos como griegos están condenados, sea cual sea la norma que apliquemos. No hay otra forma de salvación que Cristo tomando nuestro lugar en la Cruz.



[photo_footer]En Muerte en la ciudad, Schaeffer muestra por primera vez su ortodoxia compasiva.[/photo_footer]



Esa condena del pecado va unida, sin embargo, a la necesidad de compasión por los perdidos. Lo compara con las fotos que vemos en la prensa de personas hambrientas o desplazadas. Lamenta, como el profeta Jeremías, que no sintamos su pérdida, ni mostremos compasión. Es ahí donde está el germen de su famosa frase de que “no hay nada más feo que la ortodoxia sin compasión”. Como lo dice en Muerte en la ciudad, es que “lo que la gente encuentra feo es ver a cristianos que mantienen la doctrina ortodoxa de que los seres humanos están perdidos, pero no muestran señales de compasión por ellos”. A lo que añade: “Eso sí que es feo y hace que la gente de nuestra generación no quiera saber de los evangélicos”. 



Schaeffer concluye este maravilloso libro con el capítulo de El universo y las dos sillas, que luego publicaría por separado como un artículo de la revista Christianity Today. Compara al universo con una habitación con la puerta y las ventanas cerradas. Dentro están sentados dos hombres, uno materialista y otro cristiano. Los dos tienen su silla, uno frente a otro. El materialista describe el universo al cristiano científicamente. Tiene un montón de libros que se lo mostrarán en detalle. El cristiano pasa meses, incluso años, estudiando los libros, pero le dice que su explicación es incompleta. Le falta otro libro, la Biblia. “Para entender la realidad del universo, tienes que considerar lo que ves, pero también lo que no ves”. Esta historia vale más para mí, que toda su trilogía inicial. No hay mejor forma de introducción al pensamiento de Schaeffer. 



 



 



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COMENTARIOS

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Alfredo
25/07/2024
18:00 h
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". No hay otra forma de salvación que Cristo tomando nuestro lugar en la Cruz" . Eso no es bíblico, sin resurrección nadie es justificado ( Rom. 4:25). La salvación , antes que perdón de los pecados ,es nueva vida ( Ef. 2:5). Por eso la fe sola, antes o aparte del amor, es nada ( 1 Cor. 13:2). "...para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo..."2 Pe. 1:4
 



 
 
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