Es esa conciencia de la gracia de Dios la que le hizo mostrar esa misma gracia a otros.
“La ortodoxia bíblica sin compasión”, era para Schaeffer, “la cosa más fea del mundo”. Si hay alguien a quien le importaba la verdad, ese era él –la “verdadera verdad”, la llamaba–, pero sin amor, le resultaba monstruosa. Es lo que más lamentaba de su juventud, el celo inmisericorde con el que defendió “la sana doctrina”. Entendía a sus críticos, porque él había sido uno de ellos.
Tras la crisis que le lleva a fundar la comunidad de L´Abri en 1955, su antiguo colaborador Carl McIntire le acusa nada menos que de “comunista”. Así de disparatados eran los argumentos del nuevo fundamentalismo en plena “guerra fría”. Veía fantasmas donde no los hay. Ya que, si de alguna manera habría que describir las ideas políticas de Schaeffer, sería como conservadoras –aunque como vamos a ver, evolucionaron con el tiempo, como las de todos los evangélicos–. En los 70 critica el capitalismo de una forma que hoy se consideraría de izquierdas. A lo que probablemente McIntire se refería era a su concepto de comunidad, pero en L´Abri se compartían comidas, reuniones, paseos y trabajos prácticos, pero no era una comunidad tipo menonita.
Hasta el año 54, Fran siguió dando clase de teología pastoral en el Seminario de Fe de la Iglesia Presbiteriana Bíblica, que había nacido de la escisión del Seminario de Westminster y la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. La división del fundamentalismo histórico que da lugar al nuevo fundamentalismo se basa siempre en el grado de separación de los “culpables por asociación” y la cuestión de la “libertad cristiana”, que lleva a un sectarismo y legalismo que sigue caracterizando este tipo de iglesias hasta el día de hoy.
El conflicto estalló en el mensaje de graduación de curso en 1954, que tituló Lenguas de fuego. Habló de la necesidad de mantener la verdad por “la única fuente de poder que el pueblo de Dios tiene, Cristo mismo”. Al acabar, un dirigente de la denominación dijo a su esposa Edith que iba a haber una división. Lo que ocurrió al año siguiente de comenzar L´Abri, cuando el sínodo se divide en dos y nace Covenant College, donde está ahora el instituto que lleva el nombre de Schaeffer. Como L´Abri no era una iglesia, las comunidades que nacieron de su obra tenían una congregación al lado, que forma una denominación que ha crecido mucho en Gran Bretaña, la Iglesia Presbiteriana Internacional. La más conocida hoy, es la que está en el barrio londinense de Ealing, donde comenzó L´Abri en Inglaterra.
[photo_footer]En L'Abri se compartían comidas, reuniones, paseos y trabajos prácticos, pero no era una comunidad tipo menonita.[/photo_footer]
Si en su visión del arte Schaeffer no era nada conservador, tampoco lo era a mitad de los 70 en la cuestión racial y económica. En sus charlas como en sus libros, se opone a lo que llama un “uso no compasivo de la riqueza acumulada”. Cuando estaba en Europa, era crítico con la enriquecida clase media americana. Así, en su mensaje al Congreso Internacional de Evangelización Mundial de Lausana en 1974, dice que si tuviera que volver a publicar algunos de sus libros cambiaría sólo una cosa: que los cristianos han fallado en el área de la raza y la riqueza.
En Lausana califica de “tendencia platónica” la manera en que los evangélicos apoyan económicamente las misiones, pero consideran el uso de la “riqueza acumulada” para necesidades sociales como una cuestión “no espiritual”. Aunque aclara que no hay justificación en la Biblia para el comunismo moderno, resalta que la enseñanza de la Iglesia primitiva era que se debía usar la “riqueza acumulada” para necesidades sociales. Añade que “no podemos esperar que los jóvenes dejen de tener una ideología marxista-leninista si no tomamos en serio esta enseñanza de la Escritura y la mostramos en práctica sobre el uso compasivo de la riqueza acumulada”.
Ese mismo año 1974 escribe un artículo en Christianity Today con el título Raza y economía, que repite lo que dijo en Lausana sobre lo que cambiaría si tuviera que escribir entonces alguno de sus primeros libros, pero dice algo más aún. Aunque una nación haya sido establecida sobre una base cristiana –como él creyó en los 80 que era el caso de Estados Unidos–, pensaba que hubo cosas desde la fundación que no eran cristianas, como muestra la historia americana de racismo y el fracaso de los cristianos en hablar contra ese “pecado nacional”. Lo atribuye a una falta de fe en la historicidad del ancestro común de la humanidad y se sorprende cómo se puede contar la parábola del Buen Samaritano sin ver la cuestión racial que pone en evidencia.
Sobre la cuestión económica, llega a decir Schaeffer en el artículo que el mundo se daría cuenta de lo que es el cristianismo si los empresarios creyentes tuvieran menos beneficios y sus empleados recibieran más de lo habitual en su salario. Creía que sería un gran testimonio si los hombres de negocios cristianos dedicaran los beneficios de sus empresas a la educación y la misión cristianas.
Así, cuando hace el libro y la serie de películas documentales con su hijo de ¿Cómo debemos vivir, entonces? (1976), argumenta que aunque América fuera fundada sobre una cosmovisión cristiana –lo que él llamaba “la base cristiana”–, la esclavitud y el prejuicio racial eran claros ejemplos de temas específicos en que los americanos no seguían la Biblia. Habla de la falta de “uso compasivo de la riqueza” en los excesos de la Revolución Industrial. Y cree que “si la industrialización hubiera sido acompañada de un fuerte énfasis en el uso compasivo de la riqueza acumulada y la dignidad de todo individuo, la Revolución Industrial hubiera sido una revolución para bien”.
[photo_footer]En su mensaje al Congreso de Lausana en 1974 dice que si tuviera que volver a publicar algunos de sus libros, cambiaría solo una cosa, que los cristianos han fallado en el área racial y económica.[/photo_footer]
El libro en que más claramente escribe contra el capitalismo y el materialismo es uno que nunca se ha traducido al castellano. Se llama No Little People (No hay gente pequeña) y es de 1974. Yo no lo conocía hasta que lo encontré estudiando teología en la universidad en los 80 en una librería en Holanda de segunda mano. El libro es una curiosa colección de dieciséis sermones –no seis, como dice Hankins–, muy bien editada en tela con pasta dura. El más conocido es el que lleva el extraño título de “Un montón vivo de cenizas” (Ash Heap Lives), que tiene la tesis de que “pasamos la mayor parte de nuestro tiempo y dinero con cosas que acabarán en el basurero de la ciudad”.
Schaeffer atribuye el materialismo de los cristianos al “espíritu de la época”, que considera que hay “dos valores fundamentales en nuestra cultura: la paz personal y la riqueza”. En ¿Cómo debemos vivir, entonces? define la “paz personal” como “dejarme solo, que no me preocupen los problemas de otras personas, sea al otro lado del mundo o al otro lado de la calle”. Y “riqueza” es para él, “una prosperidad creciente por la que abrumadoramente tu vida llega a consistir en cosas, cosas y más cosas –un éxito determinado por un nivel cada vez mayor de abundancia material–”.
Esta es una de las razones por las que conecta con la cultura hippie de los 60. Cuando esos jóvenes ven las vidas de sus padres, sólo encuentran esos valores –paz personal y riqueza–, en vez de respuestas a los anhelos profundos del ser humano. Schaeffer lloraba, a menudo, al hablar de esto. Escribió que “los jóvenes estaban en lo cierto en su análisis, aunque equivocados en sus soluciones”. Por eso, le parecía “peor cuando los jóvenes abandonaban toda esperanza de cambio y simplemente aceptaban los valores de sus padres –paz personal y riqueza–”.
Como español, se pueden imaginar mi sorpresa cuando leí la siguiente historia en este libro que nunca se publicó en nuestro idioma (“No hay gente pequeña”). Schaeffer cuenta en el sermón aquí transcrito sobre un misionero que conocía en España –no dice su nombre, pero podría ser cualquiera, la verdad–, que alquiló un piso de lujo en medio de la pobreza del país, pero se quejaba del alejamiento del pueblo español, que no podía llegar a evangelizar. Siendo yo también alguien que no tiene coche, ni sabe conducir, se imaginan también la cara de felicidad que se me puso cuando leía la crítica que hace a la cultura del automóvil, “el principal símbolo de riqueza americana”. No me extraña que no quisieran traducir el libro.
[photo_footer]El libro en que más claramente Schaeffer escribe contra el capitalismo es uno que nunca se ha traducido al castellano, No hay gente pequeña, publicado en 1974.[/photo_footer]
En su sermón Un montón vivo de cenizas resume, así, su visión de la propiedad. En un extremo está la idea capitalista de la propiedad privada como algo para ser usado según el deseo del propietario. Y en el otro la noción socialista de que el Estado posee todo”. Para él, hay una tercera vía, que es la cristiana: “La propiedad adquirida y usada con compasión”.
Es curioso que ya en los 40, el profesor Barry Hankins encontró un artículo suyo atacando “el cristianismo liberal y el socialismo”, en que advierte ya a sus hermanos “fundamentalistas” que “la mundanalidad es más que fumar, beber alcohol y jugar a las cartas”. Escribe que hay aún “una mundanalidad mucho peor que es mantener silencio y ser cómplice de lo que lleva a la gente al comunismo, ahogándoles en el proceso económico”. Es evidente que tenía una sensibilidad en ese sentido.
En parte, por supuesto, Schaeffer siguió siendo fundamentalista. Samuel Escobar recuerda su insistencia en el término “inerrancia”, durante las reuniones de preparación del Pacto de Lausana en 1974. Aunque la palabra significa lo mismo que “infalibilidad” –la expresión habitual en inglés que utilizan las confesiones históricas–, evangélicos conservadores como él, pensaron que no era suficiente. Al final prevaleció la opinión de Stott, que hace la redacción final del documento, donde no se habla de “inerrancia”. Schaeffer es uno de los descontentos que fundan el Concilio Internacional sobre Inerrancia Bíblica en 1976, que hace una declaración en Chicago, al año siguiente.
Por otro lado, es evidente que Fran se libra del concepto de separación fundamentalista, que había fomentado un pietismo alejado del mundo. Su mensaje es tremendamente contemporáneo, lleno de referencias a la cultura y el arte de su tiempo, que pone en relación con el Evangelio. Es más, habla de música, películas y libros que ni siquiera los teólogos liberales estaban comentando, ya que estaban más interesados en el “evangelio social”, que en la contracultura de los 60. No tiene miedo a asistir a conciertos de rock, ver cine considerado inmoral o leer literatura existencialista. Todo lo examina y prueba, a la luz de la Palabra de Dios, para mostrar la verdad de Cristo.
[photo_footer]En Cómo debemos vivir, Schaeffer dice que aunque América fuera fundada sobre una base cristiana, la esclavitud y el prejuicio racial eran claros ejemplos en que los americanos no seguían la Biblia.[/photo_footer]
Algunos académicos han despreciado la obra de Schaeffer como “simplista, superficial y tendenciosa”. La describen como una “concatenación de juicios sin fundamento, basados en medias verdades”, que bordean la “paranoia”. Y no han faltado profesores que han criticado su visión de Aquino o Kierkegaard, su idealización de la Reforma y su mantenimiento de “el mito de la América cristiana”. Todos ellos son aspectos discutibles de su obra, pero sus críticos olvidan que no era un académico, sino un evangelista.
Su doctorado del año 54 era honorífico. Nunca pretendió ser especialista en nada. Le interesaban las líneas generales de la Historia, no lo particular. Temía perder de vista “el bosque”, al mirar “los árboles”. No se puede juzgar la obra de Schaeffer por su visión equivocada de un autor o momento concreto. A él le gusta citar nombres, pero eso no significa que los conociera en profundidad. Son las referencias por las que busca identificarse con el no creyente, no el análisis de la obra de alguien en concreto. Y se caracterizan siempre por su amplitud de miras.
Es por eso que aunque su formación musical es clásica, le encanta citar grupos de rock. No era monotemático. Todo le interesaba. No habla de sus gustos, sino de la cultura que le rodea en su sentido más amplío. Es la curiosidad intelectual del que no conoce fronteras. Ya que lo malo no es no saber, sino no querer saber. Ese es el problema de la mayoría, no que no conozca algo, sino que no le interesa.
A Schaeffer, nada humano le era ajeno. Es por eso que rechaza el calificativo de “intelectual” para L´Abri. Le preocupa “la vida real”, no las discusiones académicas. Tenía tiempo para “preguntas genuinas”, no excusas para la controversia. Por otro lado, rehuía la superespiritualidad de “la experiencia en la cumbre de la montaña”. No quería que L´Abri fuera un lugar de retiro, donde uno se excluyera del mundo y la realidad de la vida. Es por eso que Fran siempre habló honestamente de sus luchas y fracasos.
A las críticas que recibió de fundamentalistas y académicos, se une la visión incómoda con la que se observa su papel político en la Mayoría Moral de la Era Reagan a principios de los 80, poco antes de su muerte. Es una época poco conocida en medios hispanos, porque su libro A Christian Manifesto (1981) nunca fue traducido, pero sí que Vida sacó el texto en que se basa la serie de documentales que hizo con el cirujano infantil cristiano Everett Koop –amigo de la familia, que trató a su hija Prisca ya en 1950–, cuando estaba al frente de la salud pública estadounidense, ¿Qué le pasó a la raza humana? (1983).
Hasta 1977 la obra de Schaeffer relaciona el cristianismo con la cultura, pero evita la lectura socio-política que caracteriza al medio conservador estadounidense del que provenía. Era una reflexión fundamentalmente europea, que desde una perspectiva histórica refleja la serie de documentales ¿Cómo debemos vivir entonces? (1976). La idea de hacer estas películas viene de su hijo Franky. Nacido tardíamente, después de sus tres hermanas, es el único hijo varón de la familia, que recibe toda la atención de su madre, al estar enfermo de polio desde los 2 años. Escapa del colegio donde estaba interno en Inglaterra y se educa en L´Abri, sin ir a ninguna escuela. Tenía 23 años cuando dirigió la serie.
Franky acusa ahora a su padre de ser el “arquitecto intelectual” de la derecha religiosa norteamericana, pero, ¿quién le metió en esa “guerra cultural” que enfrenta a la sociedad estadounidense desde finales de los años 70 por la ley del aborto? ¡Franky mismo! La compleja relación de este padre con su hijo se ha convertido ya en parte de la cultura popular americana, desde que Franky escribiera libros como Loco por Dios: cómo crecí como uno de los elegidos, ayudé a encontrar la derecha religiosa y viví para retractarme de todo (o casi todo) (2007) o su trilogía de novelas sobre Calvin Becker, “hijo de una familia misionera reformada presbiteriana de Kansas, basada en Suiza” y su “volcánica curiosidad sexual”, para acabar contando las intimidades de su madre en El sexo, Mamá y Dios (2011).
[photo_footer]Nacido tardíamente, después de sus tres hermanas, Frank es el único hijo varón de la familia, que recibe toda la atención de su madre, al estar enfermo de polio desde los dos años.[/photo_footer]
Después de pintar un tiempo, hace tres libros en los 80 con ideas de su padre, expresadas con dureza, pero sin su compasión, hasta que se dedica a dirigir cine de terror – no ya de serie B, sino Z, casi “gore” –. Deja de ser evangélico en 1990, para hacerse ortodoxo oriental y ahora se define como un “ateo que cree en Dios”. Tras lanzar a su padre como artífice de la Mayoría Moral de Reagan, deja el ala religiosa del partido republicano, dedicándose a ensalzar a los Marines, tras entrar su hijo en el cuerpo. Ahora es demócrata liberal, opuesto a Trump, pero no deja de hablar de sus padres.
Los críticos de Schaeffer no saben a qué atenerse con él; lo mismo exalta a su padre, que le acusa de maltratador. De quien más habla, sin embargo, es de su madre. Basta leer el obituario que escribió en Huffington Post para darse cuenta hasta qué punto estaba enfermizamente unido a ella. Su obsesión por la sexualidad le lleva a unos terrenos nada recomendables para los que idealizan L´Abri y los Schaeffer –cuyo matrimonio describe como “desastroso”–, pero tampoco para los que odian su “educación fundamentalista”, porque para Franky la familia lo es todo. En ocasiones tiene el genio y creatividad de su padre, pero a menudo es “adicto a la mediocridad” que él mismo desprecia. Lo que le ha faltado siempre es la compasión que tenía su padre.
Si “ningún crítico ha hecho tanto daño a la obra de su vida, que su hijo –dice Os Guinness–, con un hijo así, ¿quién necesita enemigos?”. La gracia que mostró su madre con él, después de las miserias que escribió sobre su matrimonio, es para mí un reflejo de la generosidad que tuvo siempre su padre. “El problema no es tanto que Frank revele y proclame los fallos y debilidades de sus padres”, dice Guinness –algo que honestamente siempre Schaeffer reconoció–, “sino que le acuse de hipocresía e insinceridad, algo que estaba en el corazón mismo de su vida y su obra”.
Alguien como Guinness, hijo de misioneros en China –como Edith–, fue parte de L´Abri durante seis años –cuando escribió, para mí, su mejor libro, Polvo de muerte–, pero abandonó la comunidad, acusando a los Schaeffer de nepotismo. Como en tantas organizaciones, se mezclaba la familia con el ministerio, pero “por muy grande que sean sus defectos y lo equivocado que pudiera estar en detalles de filosofía e historia”, Guinness dice que “nunca ha conocido a nadie como Francis Schaeffer, que se tomara a Dios, las personas y la verdad, tan apasionadamente en serio”.
Como decía mi maestro en el Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo, y miembro de L´Abri, Jerram Barrs: “Schaeffer creía apasionadamente que la Caída es un hecho histórico que ha cambiado todo en la vida. En particular, esto significaba para él que debía ser siempre consciente de que era un pecador en pensamiento, palabra y obra. Fue la misericordia y fidelidad de Dios la que trajo tan inesperada bendición a su ministerio, no sus dones, habilidades, poder o justicia propia.”
Es esa conciencia de la gracia de Dios la que le hizo mostrar esa misma gracia a otros. Le dio un sentido de la dignidad de todo ser humano –por el que “para Dios, no hay personas pequeñas”, como solía decir– y una compasión que le llevó a evitar un enfrentamiento agresivo con sus enemigos. Una de las historias más sorprendentes que he leído sobre Schaeffer es sobre una vez que dio un seminario en Londres y al llegar el tiempo de coloquio, alguien le hizo el típico comentario fuera de tono, que mostraba esa agresividad que caracteriza ahora las discusiones en Internet. ¿Saben lo que hizo?
Al acabar la reunión, muchos querían hablar con el conferenciante, pero él fue detrás de la persona que le había atacado para mostrarle que sus diferencias no significaban que no quería tener relación con él. Buscaba el contacto humano que abriera la comunicación que el debate había cerrado. Es la ortodoxia compasiva del que ha aprendido del Pastor que dejó sus noventa y nueve ovejas para buscar la que se había perdido (Lucas 15:4). Las redes serían otra cosa si los que aman la verdad siguieran su ejemplo.
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[title]Por un año más
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