Historias como la de L´ Abri quedan para los libros sobre “héroes de la fe”.
Muchos tienen una imagen distorsionada de Schaeffer como un pensador “encerrado en su torre de marfil”, leyendo libros y formulando teorías. Nada más lejos de la realidad. Su conocimiento era relacional y conversacional. Tenía que ver con lo que oía, según Edith, “hablando durante trece años con hombres y mujeres en medio de sus luchas”.
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Los que vivían en L´Abri no le recuerdan nunca con un libro en la mano. Los autores que citaba, raramente los había leído. No le interesaban “los detalles” de su pensamiento, fueran Hegel, Kierkegaard o Barth. Lo que sí leía y mucho, eran revistas y sobre todo, la Biblia. Para entender la importancia de Schaeffer, no hay que pensar en sus libros, sino en la influencia que tuvo en tantas personas.
Describir a Schaeffer como un intelectual es no comprender la capacidad que tenía para conectar con la gente emocionalmente. Era un hombre sensible, que fácilmente lloraba y veía la necesidad de las personas, más allá del problema evidente que pudieran tener con su conducta sexual o experimentación con las drogas.
[photo_footer]Schaeffer veía la necesidad de las personas, más allá del problema evidente que pudieran tener con su conducta sexual o experimentación con las drogas.[/photo_footer]
Si decimos que Schaeffer rompió con el fundamentalismo, podemos dar una impresión equivocada. Él siguió pensando que la teología de las iglesias del Consejo Mundial de Ginebra era un “nuevo modernismo” basado en la idea de Barth de que “la Biblia contiene, no es la Palabra de Dios”. Su desencanto fue con las luchas internas en torno a la separación. Ve lo superficial de la obsesión por el alcohol, el baile o el cine. Y se da cuenta de que la cuestión escatológica no da respuesta a los problemas de Europa en el siglo XX.
Ya después de su primer viaje a Europa en 1947, confiesa a MacRae –su tutor– que su visión del Consejo Internacional de Iglesias Cristianas –la razón por la que había venido ahora a Europa, ¡no lo olvidemos!, además de para evangelizar niños–, era otra que McIntire. No lo veía como una forma de combatir al Consejo Mundial de Iglesias, sino como un lugar de comunión y aprendizaje, mientras que McIntire lo veía como un medio para “hacer tragar etiquetas e ideas americanas en las gargantas europeas”, según él.
A sus cuarenta años, Schaeffer está en medio de una crisis espiritual y teológica, por la que está empezando a cambiar. Se da cuenta que “hablar demasiado de la separación alimenta el orgullo espiritual” y empieza a llamar al grupo de McIntire “El Movimiento”. Aunque piensa que mucha de la lucha era correcta, se ha perdido la perspectiva correcta, “el primer amor” de Apocalipsis 2.
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Schaeffer tiene ya un incidente con McIntire en 1938, cuando era pastor de Grove City, y le manda la noticia a su periódico The Beacon de una escuela bíblica que van a tener en la iglesia, a la vez que le comenta de pasada, que han echado a una mujer de la iglesia presbiteriana histórica del coro y la escuela dominical. McIntire publica lo de la mujer y nada de la escuela bíblica. No le interesaba más que el conflicto. El distanciamiento aumenta cuando es enviado a Europa y McIntire quiere que se concentre en cuestiones administrativas para el Consejo Internacional de Iglesias Cristianas, cuando él piensa que ese no es su don. Se enfrentan luego por la membresía de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa –fundada por Machen–, que McIntire cree que no debe estar en el Consejo y Schaeffer sí.
El colmo llega en 1954, cuando McIntire publica una carta abierta del director del FBI, J. Edgar Hoover, al predicador evangélico Donald Barnhouse, que se había quedado en la iglesia presbiteriana histórica por aceptar un programa en la radio del Consejo Nacional de Iglesias. McIntire jugaba con el nombre del evangelista –ya que “barn” significa granero– y decía que era una respuesta a un artículo de Barnhouse criticando al FBI en la revista Eternity. Cuando Schaeffer funda la comunidad de L´Abri, McIntire le acusa de comunista y sigue con sus batallas contra la moderna traducción de la Biblia Revised Standard. Tenía programas de radio, pero por sus problemas con la Comisión Federal de Comunicación, los sigue emitiendo desde un barco fuera de aguas jurisdiccionales. Y acaba comprando un hotel en New Jersey en los 60 que convierte en centro de conferencias y luego otro en Florida. Muere a los 95 años en el 2002 y nunca se volvieron a ver.
Cuando los propietarios del Chalet des Fresnes deciden vender a la casa a un precio que los Schaeffer no pueden pagar, se van a uno mucho más modesto en Bijou, en 1951. Fran le empieza a decir a Edith que no está satisfecho con su espiritualidad, que no se correspondía con la realidad que había vivido justo después de su conversión. En una carta a MacRae, le dice en 1950 que esos tres años y medio en Europa le han llevado a “pensar de nuevo su postura sobre muchas cosas, sobre las que ahora creía que estaba realmente equivocado”.
La semilla de L´Abri, supongo, está en la relación que tenían los Schaeffer con la escuela inglesa de chicas en Champery de 1948 a 1952. Una de ellas, Deirdre Haim, hija de padre judío no practicante y madre agnóstica, empezó a ir con cuatro compañeras a los cultos que hacían los Schaeffer cada domingo en la pequeña capilla en inglés. Es así como comenzaron a ir una tarde cada semana a su casa, para ver diapositivas de sus viajes y merendar con ellos. Sin presionarles, siempre con tacto y respeto, los Schaeffer les presentaron el Evangelio y se acabaron convirtiendo tres o cuatro chicas, incluida Haim. Ella se casó con uno de los primeros “estudiantes” de L´Abri, Richard Ducker, el artista que ilustró dos de los libros de Edith, uno sobre la historia de L´Abri.
De mayo del 53 a septiembre del 54 están los Schaeffer en Estados Unidos recaudando fondos. Los hijos se quedan en la casa de un tío de Fran a las afueras de Filadelfia y ellos visitan iglesias por todo el país. A sus tres hijas se había unido ahora Franky, nacido en Suiza en el verano del 52. Schaeffer enseñaba ese tiempo en el Seminario de Fe, dando la conferencia inaugural del curso del año 54. Fue tan controvertida que la esposa de un profesor le dijo a Edith que iba a dividir la denominación, lo que se produjo el año después. La Iglesia Bíblica Presbiteriana se separa entre el denominado sínodo de Collingswood y el de Columbus, que se llamó luego Iglesia Evangélica Presbiteriana. La división trae un nuevo seminario y universidad, Covenant, que estaba al principio en Pasadena (California) y ahora en San Luis (Misuri), donde está ahora el Instituto Francis Schaeffer.
[photo_footer]Los Schaeffer van al cantón vecino de Vaud, donde Edith encuentra el Chalet les Melezes en la aldea de Huemoz.[/photo_footer]
La junta independiente de misiones extranjeras les manda todavía a Europa en el 54, pero pronto acabarán su relación con ella. Primero les reducen la ayuda económica y en el barco ella ya le ha puesto nombre a su casa. Será un “refugio” –L´Abri en francés–, “para que la gente venga a tomar café y té con sus preguntas”. Fran entraba en uno de sus periodos oscuros. La última noche en el barco a Le Havre, Franky tenía un fuerte dolor de estómago. Al día siguiente Edith se queda con él en París, pero sale de la cuna y cae al suelo gritando que no puede andar. Tenía la polio, una pierna paralizada y un mes después, su hermana Susan está en la cama con fiebre reumática, un par de meses. Por si fuera poco, el cantón donde estaban en Suiza, Valois, les retira el permiso de residencia por proselitismo religioso. La oficina gubernamental del cantón en Sion le pregunta si habla de política, por qué da de comer y beber a la gente. Dan la orden de expulsión a la policía por su influencia protestante en un cantón católico.
Los amigos suizos de los Schaeffer no podían creerse que les echaran por eso. Un amigo de Lausana apela al gobierno nacional en Berna y los Schaeffer van al consulado americano en Ginebra. El cónsul les recibe diez minutos en Berna y cuando le dice Fran que es de Filadelfía se dan cuenta que han ido al instituto juntos en Germantown. La solución es ir al cantón vecino de Vaud, donde Edith encuentra el Chalet les Melezes en la aldea de Huemoz. El problema es que se vendía, no se alquilaba.
Tal y como Edith cuenta la historia, ella convence a Fran para que lo vea el día siguiente, pero no le dice que está en venta. Antes de salir de casa, reciben una carta de un matrimonio de Estados Unidos que les da mil dólares por una bonificación que ha recibido el marido en el trabajo. Después de meses pensándolo, han decidido darles el dinero “para comprar una casa que esté abierta a los jóvenes”. Al mudarse al Chalet les Melezes conocen a dos vecinas, que escuchan indignadas lo que les pasó en el otro cantón. Dicen que se lo contarán a su hermano, ¡que resulta ser el presidente de Suiza!
El vecino del otro lado del chalé era el tío, además, del jefe de la oficina de extranjería en Berna. Resulta que su sobrino estaba fuera de la oficina cuando su asistente católico decidió expulsarlos. Como resultado de sus gestiones, los Schaeffer reciben sus pasaportes con el sello de “anulado” sobre la página que ordenaba su expulsión. Y el 4 de junio de 1955 escriben a la junta independiente de misiones extranjeras para acabar su relación con ella. Ellos ven su dimisión como el comienzo de una nueva misión, que se va a regir por cuatro principios básicos.
[photo_footer]No hay coste econ¢mico para ir a L' Abri, porque los Schaeffer creen que, al pagar por ello, arruinarían la atmósfera abierta que quieren conseguir.[/photo_footer]
El primer principio de L´Abri es no hacer publicidad. Sólo van a orar para que Dios envíe la gente que lo necesita. Segundo, orarán también para recibir el dinero que necesitan cada mes. No hay coste económico para ir a L´Abri. Los Schaeffer creen que, al pagar por ello, arruinarían la atmósfera abierta que quieren conseguir. Luego la financiación vendrá, sobre todo, por los honorarios que recibe Fran por sus conferencias y los derechos que cobran por los libros. Tercero, no hay planes, ni estrategias. Verán la dirección de Dios en el desarrollo que tenga el ministerio. En cuarto y último lugar, orarán por tener los obreros adecuados, pero no los buscarán con anuncios, ni ofrecerán sueldo alguno.
Cualquiera que conozca misiones americanas, se dará cuenta que semejante funcionamiento no tiene nada que ver con la mayoría de las organizaciones evangélicas en Estados Unidos. Cualquier misionero tiene que asegurar su financiación y todo tiene un coste. No hay año que no se hagan planes y estrategias. Y no se ve nada espiritual en la falta de organización. Todo lo contrario. Los Schaeffer, además, estaban en contra de las estadísticas. No contaban siquiera el número de visitantes.
El año 55 comienza L´Abri oficialmente. Los primeros visitantes son compañeros de universidad de Priscilla en Lausana, una chica llamada Grace, que a las dos semanas trae a otro llamado John Sandri, con quien se casa Grace. Al lado del Chalet des Melezes había una parada de un autocar que iba a Aigle de la estación de tren que conectaba Lausana con Ginebra, París e Italia. Estaban a medio camino también de una estación de esquí. La mayoría eran jóvenes que venían sin anunciarse. Algunos se quedaban varias semanas o meses, y otros incluso un año. Además de estudiantes, empezaron a venir soldados americanos de Alemania con pases de tres días.
El apoyo en Estados Unidos lo recibía el padre de Edith, que se había retirado de su trabajo misionero, después de ser también pastor y profesor de seminario. Él recibía donativos, que mandaba a Suiza. Y mantenía la tarea administrativa que los Schaeffer no hacían. La madre de Edith copiaba las llamadas “cartas familiares” con las que se comunican los misioneros con las personas e iglesias que les ayudan. El apoyo fue tan grande que a finales de los 60 ya tenían en propiedad varios chalés y la capilla.
[photo_footer]La mayoría de los que venían a L' Abri eran jóvenes que venían sin anunciarse y se quedaban varias semanas o meses, incluso un año.[/photo_footer]
No hay duda de que L´Abri nace como una “obra de fe”, conforme a los principios misioneros de Hudson Taylor en China o George Muller en los orfanatos de Bristol. Ahora bien, hay que entender que cuando se habla de una “misión por fe” es cierto que no hay sueldos, ni apoyo económico garantizado, ya que no se pide dinero, pero no se deja de decir continuamente que no se pide dinero. Esto hace que historias de donativos inesperados como los que cuenta Edith Schaeffer, Taylor o Muller, son inesperados en cuanto que no se han solicitado, pero sus donantes saben que ese apoyo no es requerido explícitamente. Es una forma de cómo la Gracia estimula la generosidad sin un continuo recordatorio de la necesidad económica.
[photo_footer]Como los Schaeffer estaban en contra de las estadísticas, no contaban siquiera el número de visitantes.[/photo_footer]
Es cierto además que, al carecer de proyectos o planes específicos, no hay manipulación posible de presentar ciertas necesidades, aunque no se pida apoyo para ello. Una cosa está unida a la otra. Si no pides dinero, pero estás haciendo publicidad continua de lo que te gustaría hacer con ello, es otra forma de pedir dinero, más elegante, pero clara, ya que estás presentando proyectos concretos en busca de financiación. Obvia decir que muy pocos se han atrevido a hacer algo así en el mundo evangélico. La mayoría lo considera una locura, algo imposible de realizar en la práctica. Los Schaeffer tienen en ese sentido algo de la excentricidad de Taylor o Muller. Todo en ellos era bastante singular, no sólo su forma de mantenerse económicamente.
Muchos se apresurarán a objetar que no hay nada reprochable en el sentido práctico de hacer planes y estrategias, que permitan llevar a cabo un proyecto. Está claro que hay ejemplos de ello en la Escritura. Historias como la de L´ Abri quedan para los libros sobre “héroes de la fe”, pero la mayoría sigue creyendo que sus iniciativas son “obras de fe”, a pesar de su planificación y continuas demandas de apoyo económico. Hay un “doble lenguaje” en el mundo evangélico que a alguien como Schaeffer le reventaba. Puedes pensar lo que quieras de él, pero no hay duda de que fue un hombre honesto, que buscaba la autenticidad sobre todas las cosas. Aunque, como veremos, no hay luces sin sombras en esta vida. Siempre tuvo momentos oscuros.
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