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La experiencia europea de Francis Schaeffer (3)

Su pensamiento se vuelve europeo en Suiza durante los años 60, para acabar siendo precursor de la política moral cristiana al volver a Estados Unidos.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 11 DE JUNIO DE 2024 09:00 h
Schaeffer predicando en la iglesia de Grove City.

Aunque hay ahora más evangélicos en cualquier continente que en Europa, la principal influencia sigue siendo estadounidense. Basta echar un vistazo a los vídeos, libros, músicas y películas que se difunden en este ámbito, para observar que esta es una subcultura imposible de entender sin el contexto norteamericano. Si Francis Schaeffer (1912-1984) es un claro exponente del fundamentalismo americano hasta los años 50, su pensamiento se vuelve europeo en Suiza durante los años 60, para acabar siendo precursor de la política moral cristiana al volver a Estados Unidos a principios de los 80. 



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Como escribe el profesor de historia de la Universidad de Baylor, Barry Hankins, la clave para entender a Schaeffer es su traslado a Europa en 1948 y su regreso a finales de los 70. Si fue al viejo continente para defender la fe contra el mundo moderno, tras participar en la división del mundo evangélico americano, entra en diálogo en Europa con la cultura contemporánea y descubre el sentido de comunidad, para acabar defendiendo de vuelta en Estados Unidos la lucha política por la supuesta base cristiana de la sociedad americana. 



Su pensamiento llevó al mundo evangélico del separatismo al diálogo con la sociedad, para acabar en la militancia política. Tras ver su papel en la lucha fundamentalista con el llamado modernismo teológico, consideramos cómo cambia su mentalidad en Europa, para entender cómo descubre después la verdadera espiritualidad, tras una profunda crisis que le lleva a una ruptura con el medio en que se movió hasta 1948. 



La Junta Independiente para Misiones Presbiterianas en el Extranjero envía a los Schaeffer a Europa en el verano de 1947. Su propósito era averiguar qué quedaba del protestantismo ortodoxo evangélico tras la Segunda Guerra Mundial. La finalidad era también considerar la posibilidad de un ministerio de enseñanza bíblica a los niños, que preparara una nueva generación en los fundamentos de la fe. 



Como dijimos, la organización Incorporada de Niños para Cristo era una división de la Alianza Pro Evangelización del Niño (APEEN), por colaborar con congregaciones que tenían relación con el Consejo Mundial de Iglesias, que no consideraban fiel a las Escrituras. Su ámbito se limitaba, por lo tanto, al nuevo Consejo Americano de Iglesias Cristianas que había organizado Carl McIntire (1906-2002) en 1945. Schaeffer es nombrado director de Niños para Cristo con McIntire en el consejo. 



[photo_footer]Los Schaeffer en San Luis con sus hijas Deborah de 2 años, Susan de 6 y Priscilla de 10.[/photo_footer]



Primer viaje a Europa



La primera vez que vino a Europa, Schaeffer fue sin su familia. Dejan la iglesia de San Luis en el verano de 1947. Edith y los niños pasan el verano con su hermana y sus sobrinos, hasta encontrar una antigua escuela donde vivir en Brewster (Massachusetts). Fran –como llamaban familiarmente a Schaeffer– viaja noventa días por trece países europeos. Sus cartas a Edith forman un diario largo y detallado de su recorrido. Visita lugares asociados con la Reforma, como la Ginebra de Calvino o la iglesia donde el reformador escocés Knox predicó durante su exilio en Inglaterra. 



El nombre de Barth aparece a menudo en sus cartas, ya que le considera responsable de lo que llama, con el profesor holandés que tuvo en el seminario de Westminster (Filadelfía), el “nuevo modernismo”. Schaeffer nunca reconoce las diferencias de Barth con la teología liberal a la que se enfrentó el teólogo de Basilea. De hecho, es dudoso que leyera a Barth con profundidad. Su conocimiento era probablemente el que le había dado Van Til en el seminario, antes de la división con la que se funda el Seminario de Fe, donde continua sus estudios de teología.



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En Oslo escucha al más importante teólogo americano de aquella época, Reinhold Niebuhr, que venía también del liberalismo, como Barth, y había sido socialista, antes de llegar a lo que denominaba un “realismo cristiano”. En Noruega asiste a una reunión bautista, aunque no entiende una palabra de noruego, pero escribe a Edith que les comprendía mejor que a los delegados del Consejo Mundial de Iglesias, que sólo hablaban inglés. Conoce también iglesias “libres” en Noruega, o sea más conservadoras e independientes de las denominaciones históricas. Y curiosamente, visita con varios cientos de jóvenes protestantes una iglesia ortodoxa griega. Conoce a un pastor valdense en Italia y al gran predicador galés del Londres de posguerra, el Dr. Martyn Lloyd-Jones. 



¿Un milagro?



Me llama la atención que en sus cartas no habla de las necesidades materiales que había en Europa, ni el sufrimiento que había producido la guerra. Lo que sí le interesa es la cultura que encuentra en museos y lugares históricos. Visita el Louvre en París, ruinas romanas y el arte de Venecia. El acontecimiento más extraordinario le ocurre en el viaje de vuelta a Estados Unidos, que él y su familia ven claramente como un milagro. Schaeffer voló de Paris a Shannon (Irlanda), cruzando el Canal de la Mancha, para ir luego a Gander (Islandia) y de allí a Nueva York. 



En el relato que escribe a Edith, Fran dice que, al cruzar el Atlántico, dos de los cuatro motores del avión dejaron de funcionar. La tripulación dice que se pongan los chalecos salvavidas y Schaeffer cree que va a “pasar la noche sobre el ala del avión” en medio de las frías aguas del Atlántico Norte. Un amigo de la familia, Carl Straub, dice a Edith que ha oído por la radio la noticia que un avión caía sobre el Atlántico norte. Al darse cuenta de que era el vuelo de Fran, empezaron a orar por un milagro. El resultado fue que los dos motores volvieron a funcionar, llegando sanos y salvos a Gander. Según Schaeffer, los pilotos no sabían cómo ni por qué se habían puesto de nuevo en marcha, los motores, pero Edith y Fran no tenían la menor duda. 



Schaeffer vio este primer viaje a Europa como “la más grande experiencia espiritual de su vida, después de su conversión”. Acabó exhausto del viaje y las reuniones, pero es curioso lo que Edith dice en su libro El Tapiz –nunca traducido al castellano–. Interpreta la separación de su esposo por un largo viaje como antinatural y antibíblica. Escribe: “Es ridículo que juntas, comités y directores manden a hombres o mujeres a hacer tareas, solos, ignorando el hecho que la Biblia claramente reconoce, que la relación sexual, la unión física en el matrimonio, es algo para ser mantenido y satisfecho, diariamente”. Como observa luego su hijo Franky en sus libros, el sexo era algo fundamental para su madre. 



Salvando a la abuela



Como se pueden imaginar, Fran nunca volvió a viajar solo. Edith se convierte en su compañera de viaje y secretaria personal. La agencia misionera decide mandar a los Schaeffer a Europa permanentemente. Ellos aceptan el ofrecimiento justo antes de las navidades de 1947. Él envía una carta oficial como candidato a la Junta Independiente para ir a Europa bajo los auspicios del Consejo Americano de Iglesias Cristianas con la misión de organizar las primeras reuniones del Consejo Internacional de Iglesias Cristianas, que se fundará en Ámsterdam, el verano siguiente, a la vez que el Consejo Mundial de Iglesias. 



Los Schaeffer llevan todas sus cosas de San Luis a Filadelfia, donde pasan seis meses con la madre de Fran, antes de marchar a Europa. La difícil relación con ella ha sido narrada por su hijo Franky en una novela satírica, claramente autobiográfica, Salvando a la abuela. La madre de Fran está totalmente en contra de su traslado a Europa. Si llora en su sermón de despedida es porque deja una “carrera segura” como pastor y predicador en Estados Unidos, para hacer lo que ella consideraba una mera “tarea administrativa” para la junta misionera. Según Edith, ella descargó su enojo con sus hijas.



[photo_footer]Edith escribiendo a máquina las cartas que dictaba Schaeffer.[/photo_footer]



La historia de la familia con la “matriarca” de los Schaeffer da, efectivamente, para una novela. Acabaría yendo a vivir a L´Abri, donde muchos cuentan historias de los innumerables incidentes que protagonizó. Hablaremos de ello en su momento, pero al principio mucho de la tensión vino por la misteriosa enfermedad de su hija Priscilla, que empezó a vomitar constantemente. Es entonces cuando conocen al Dr. Everett Koop, que acababa de convertirse unas semanas antes. El médico se convirtió en uno de los principales colaboradores de Schaeffer, llegando hacer una película juntos, “¿Qué ha sucedido con la raza humana? –acompañada de un libro, que fue editado por Vida en español en 1983–, antes de llegar a ser el encargado de la salud pública –cirujano general, le llaman en Estados Unidos– con el presidente Reagan en los años 80.



La Junta Independiente dejó elegir a los Schaeffer dónde querían basar su ministerio en Europa. A Fran le impresionó Suiza en su primer viaje. Schaeffer viaja por toda América hablando de su proyecto, para levantar fondos. Edith era la administradora económica de la familia, pero también la que solicitó los visados y decidió la ciudad en que vivir, Lausana. Temporalmente, se establecen en un piso de una señora llamado Madame Turrian en la calle de La Foret del barrio de La Rosiaz. 



Hans Rookmaaker



Los Schaeffer llegaron en barco a Ámsterdam, donde están un tiempo en una iglesia reformada. Sus primeras reuniones en Europa fueron, curiosamente, en la capilla del siglo XV donde los Padres Peregrinos de Plymouth tenían sus cultos, antes de irse en el Mayflower. Es entonces cuando conoce a Hans Rookmaaker, un crítico de arte de dos periódicos holandeses, que estaba haciendo su tesis doctoral en historia del arte.



Rookmaaker venía de una familia no cristiana. Su abuelo era un diplomático que abandonó el protestantismo al casarse con una católica, y anunciar su separación de cualquier iglesia conocida. Sus padres vivían entre Sumatra y Holanda, cuando Hans nació en La Haya a principios de los años 20. No había sido bautizado de niño. Era más bien introvertido, y se crio protegido por sus dos hermanas, mudándose siempre de casa. La guerra separó a su familia entre los campos de concentración japoneses en Indonesia y las prisiones nazis de Polonia. 



Su padre muere de un ataque al corazón durante la ocupación alemana, cuando tenía 55 años. Se cierra entonces la Escuela de Marina donde estudiaba, por lo que comienza a hacer ingeniería en Delft. Se hace entonces un gran aficionado al jazz, y en un baile conoce a su novia, una judía llamada Riekie. Sus amigos empiezan a ser enviados a los campos de exterminio, cuando Hans decide empezar a colaborar con la Resistencia, distribuyendo un periódico clandestino, que le llevará finalmente a la cárcel. Su novia morirá mientras, en Auschwitz.



[photo_footer]En Amsterdam Schaeffer conoce a Hans Rookmaaker, un crítico de arte de dos periódicos holandeses, que estaba haciendo su tesis doctoral en historia del arte.[/photo_footer]



En la prisión nazi el único libro que le dejaron a Rookmaaker era la Biblia. En 1943 es deportado junto a diez mil holandeses a un campo de guerra en Núremberg. Allí pasa hambre, pero empieza a hacer grandes descubrimientos en la Escritura. Luego es llevado a Ucrania, donde es internado al pie de los Cárpatos, para acabar en la costa báltica, continuando sus estudios por correo. Allí conoce a un capitán llamado Mekkes, que luego será profesor de filosofía. Por medio de él llega a ser cristiano. 



Inicios en Lausana



Los primeros meses que pasan en Suiza, los Schaeffer conocen en la calle a una mujer irlandesa y una señora divorciada de Boston con dos niños. Fran empieza a predicar para ellas y su familia, cuando la mujer americana trae a un chico alemán también a las reuniones. El matrimonio empieza a escribir cartas –dictadas por él y escritas a máquina por ella, que las manda luego–, dando lugar a invitaciones para hablar sobre los peligros del “nuevo modernismo” de Barth y la necesidad de alcanzar a una nueva generación. Siempre que era posible, Edith le acompaña con las tres niñas, que cantan en las reuniones. 



Hans Rookmaaker habla de su nueva fe a una de las amigas que sobrevivió el Holocausto. Anky trabajaba como secretaria en La Haya. Iban juntos al cine, pero ella no fue a la iglesia hasta el día en que Rookmaaker fue bautizado en una Iglesia Reformada Libre –una denominación conservadora que había salido de la iglesia reformada que fundó el teólogo y primer ministro holandés Abraham Kuyper–. Anky tenía ideas orientales como la reencarnación, pero al hacerse cristiana se casaron. Como resultado de unas conferencias de los Schaeffer en Holanda, los Rookmaaker empiezan también clases de Niños para Cristo en su casa, inspirando a otros a hacer lo mismo.



Sus amigos los animan a ir a las montañas a hacer esquí, el pasatiempo mayor en Suiza durante el invierno. Van de vacaciones las navidades del 48. Edith va sola a Champery en febrero del 49, dejando a Fran ocupado en casa y algo enfermo. Ella busca una casa para pasar los veranos en esa zona de los Alpes suizos, donde van ese verano. Piensan entonces en quedarse allí, ya que hay comunicación por tren y tendrían bastante más espacio que en el piso de Madame Turrian en Lausana. Era el Chalet des Fresnes, donde tienen una habitación cada miembro de la familia, sitio para trabajar y un gran salón con chimenea. 



[photo_footer]Los Schaeffer visitando Génova en 1952 con Edith embarazada de Frank.[/photo_footer]



Lejos de América



Champery está en el cantón de Valais. Era un pueblo tradicionalmente católico-romano de habla francesa, pero tenía una pequeña capilla protestante que había construido una señora inglesa en 1912, para tener cultos durante las vacaciones. Schaeffer predica allí cada domingo de 1949 a 1975. La mayoría de los asistentes eran visitantes que iban a esquiar, pero hacen contacto con una escuela de habla inglesa que lleva allí chicas durante el invierno, para tener clases por la mañana y esquiar por las tardes. 



El tutor de Schaeffer, MacRae, está decepcionado con el traslado de él a Europa, en parte porque no lo consultó con él antes. La distancia geográfica se hace también personal, cuando Fran empieza a despegarse de la tutela de MacRae y McIntire. Él tenía entonces 36 años. Schaeffer organiza las reuniones de fundación del Consejo Internacional de Iglesias Cristianas en Ámsterdam en 1948. Hace que Anky Rookmaaker sea la secretaria y esta cada vez más fascinado por Hans, que fuma en pipa y le pregunta sobre la música negra americana. Le impresiona la historia de su conversión durante la guerra y recorren los canales, tan interesados en la conversación, que Hans se olvida de recoger a Anky. Se inicia así una amistad que durará toda la vida.



Schaeffer da una ponencia en la segunda plenaria del congreso del Consejo Internacional de Iglesias Cristianas, todavía sobre el “nuevo modernismo” de Barth. Acusa a su teología de deshonestidad porque afirma que algo puede ser cierto y no serlo, al mismo tiempo. Es la peculiar visión de Schaeffer sobre “la paradoja e ironía barthiana”. Justo antes de la conferencia, Fran visita con otros cuatro miembros –entre ellos Oliver Buswell– a Barth. Schaeffer le da una copia de su ponencia y le dice que espera su respuesta. El teólogo de Basilea le contesta en septiembre. Como se puede leer ahora en una web en español, lo que le dice Barth es que son los mismos argumentos que Van Til y básicamente, le acusa de hereje, falto a la lógica y la verdad. Así que no ve qué diálogo pueden tener. 



[photo_footer]Schaeffer culpaba a Barth de llevar al protestantismo a un nuevo modernismo.[/photo_footer]



Apologética evangelística



Lo sorprendente de la reacción de Schaeffer, que indica la crisis que vendrá a continuación, es que si bien a Buswell le parece normal, no esperaba tener ninguna relación con Barth. Schaeffer tenía otras expectativas. Él creía de verdad que podían sentarse y hablar de sus diferencias, amistosa y abiertamente, algo inimaginable para sus colegas fundamentalistas. Lo que parece de sus cartas es que realmente quería convertir a Barth: “No deseo otra cosa mejor que llegue a aceptar la misma posición que mantenemos ante el Señor”. Era la primera indicación de la manera evangelística que él entiende la apologética.



Schaeffer dice ya entonces que “el propósito de la apologética no es derribar a la gente con nuestra lógica, sino llevarlos al verdadero Cristo, el de toda la Escritura”. Considera ya que la alternativa al “modernismo” es “la lógica del cielo”: “una combinación de un pensamiento consistente con una vida coherente, conformada por la revelación que da Dios en la Escritura”. Su ponencia no es tan sistemática como será luego su obra. Divaga mucho, pero tiene los conceptos que va a enfatizar el resto de su vida. Schaeffer no fue nunca un filósofo. Los detalles no le interesaban. Es fácil criticar su idea de Hegel o Barth como “relativistas”, pero lo importante para él es la visión general. 



Desde que se matriculó en Westminster en 1935, pasando por sus años en el Seminario de Fe y la década que se dedica al pastorado, vivió y trabajó con cristianos americanos, lo que hacen todavía hoy la mayoría de los evangélicos estadounidenses en el Cinturón Bíblico de la América profunda. En estos tres años que pasó en Europa se encuentra por primera vez con una juventud secularizada. Dice en la ponencia que está “impresionado de cuántos no cristianos ha encontrado en el continente, que no sólo no creen en nada, sino que no se ven capaces de juzgar si es necesario o no, creer en algo”. Se da cuenta que “es una falta de fe y certeza que va más allá del materialismo ateo”. Son los primeros indicios de la crisis que experimentará ahora en Suiza. De ello hablaremos en el próximo artículo. 



 



 



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