El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El panorama podría ser un poco desolador, triste, injusto y con sensaciones de abandono y exclusión de muchos. Quizás por eso es bueno pensar en el tiempo prenavideño, tiempo que puede cambiar nuestras sensaciones, nuestras sensibilidades, nuestras solidaridades.
Aguzad vuestra vista, preparaos también para la escucha. Que las falsas luces y los negros sonidos navideños de una sociedad injusta y, en gran parte, de espaldas a Dios, no nos haga perder esa gran luz auténtica y maravillosa que se acerca.
El reloj prenavideño es signo de esperanza para los humillados y vencidos. El mismo Dios viene a salvarlos, a salvarnos.
No hay quijotes evangelizadores que se vayan voluntariamente a vivir a muchas zonas de los centros urbanos, fundamentalmente los antiguos, con el propósito de crear tejido social evangélico que vaya leudando toda esa masa social.
El seguidor del Maestro, no puede tener un alma sorda, ni unas manos insolidarias, ni unos pies que no estén prestos a acudir allí donde se da ese grito.
Hoy, Dios puede actuar en el mundo de forma directa, como hizo Jesús cuando estuvo entre nosotros haciendo bienes, pero también quiere que sus seguidores se paren y actúen ante estos gritos por misericordia.
Un Evangelio que se despreocupa del destino de los sufrientes, es una evangelización que está cayendo en la tentación.
El voluntario puede cambiar valores, estilos de vida y prioridades. Sin duda están siendo un fermento de transformación social.
La iglesia ha primado sus relaciones de alabanza y sus rituales, a la búsqueda de la justicia y a la práctica de la misericordia. Es por eso que, quizás, en muchos casos y sectores, no está lo suficientemente habilitada para elevar su voz de denuncia a favor del prójimo.
¿Dónde está el mundo cristiano hoy con respecto a los excluidos, a los que no encuentran su lugar en el mundo?
Hoy no hay esperanza en ningún tipo de éxodo que nos lleve a ninguna tierra prometida. Lo que contemplamos son pozos, lagos, negras piscinas con detritos humanos.
¡A cuántos niños habremos librado del aborto con nuestro trabajo, quitado del hambre, de la enfermedad, de la exclusión social!
Hay muchos llamados cristianos que son avaros, pero de una espiritualidad falsa e insolidaria para con el prójimo.
El cielo y el suelo deben estar en conexión en nuestra percepción y vivencia de la espiritualidad cristiana.
Hay que romper los esquemas, hay que trastocar los valores del mundo, debemos prepararnos para ser diferentes, para remar en otra dirección, para escandalizar a un mundo cuyos valores están en contracultura con los valores bíblicos.
No estamos autorizados por la Biblia a vivir nuestra propia identidad de forma excluyente, más aún, cuando estamos excluyendo a personas sufrientes y, en muchos casos, empobrecidas por las ansias consumistas de las que no está ajena nuestra propia patria.
Llamo con urgencia para redefinir la misión de la Iglesia Cristiana en un mundo predominantemente pobre, despojado, empobrecido.
Quizás, seamos nosotros los que podamos decir al mundo: ¡Andad sobre las aguas! Sí. Porque alguien que es real, poderoso y bueno, nos invita.
Recordemos: Amor a Dios y al prójimo están en relación de semejanza.
La forma de hacernos cada vez más semejantes a Dios, es hacernos manos tendidas de ayuda al prójimo apaleado y tirado al lado del camino. Por nuestra experiencia en el trabajo de Misión Urbana, a Dios se le encuentra de forma muy real al lado de sus criaturas.
De alguna manera, en los temas proféticos, en Jesús y en gran parte del pensamiento bíblico, el culto no es posible ni agradable a Dios si antes no estamos en líneas de práctica de justicia y de misericordia con el prójimo.
Jesús no es el profeta de aquellos que, con sus tumbas para sepultar en ellas talentos hacen que aumenten los desequilibrios, los sufrimientos y los desiguales repartos.
Invocamos al Dios crucificado sabiendo que, a su vez, es el Dios Omnipotente que, sin lugar a dudas es también bondad.
Nadie puede acercarse a Dios si se da un alejamiento, desprecio o abuso del hombre.
Maniatados con valores en contracultura con la Biblia, no podemos ser, en muchos casos, buscadores de justicia, ni denunciadores de la opresión.
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