¿Dónde está el mundo cristiano hoy con respecto a los excluidos, a los que no encuentran su lugar en el mundo?
No sé si los cristianos hoy captamos, realmente, la radicalidad de las parábolas de Jesús. Al analizarlas en profundidad, una a una, pareciera que, algunos de los cristianos integrados hoy en muchas iglesias, podrían escandalizarse o, peor aún, pasar de puntillas sobre ellas, espiritualizando y descafeinando todos los términos y conceptos de estas conocidas parábolas, para poder seguir inmersos en una religiosidad light y sin compromiso.
¿Captamos bien la idea de que, muchos religiosos, pendientes de sus rituales, y dando una prioridad total a lo cúltico, puede ser condenados y tachados de malos prójimos, por no atender a lo que es la prioridad fundamental: la ayuda y atención al prójimo que, de alguna manera injusta, se ha quedado tirado y apaleado al lado del camino? ¿Puede llegar tan lejos la situación de insolidaridad, falta de misericordia y amor, para que haya necesidad de que, algún extranjero, despreciado y marginado, tenga que hacer la tarea misericordiosa que, el hombre religioso de culto, no pudo ni quiso dar? ¿Existen falsos religiosos a los que su fe, quizás muerta, les impide pararse y mancharse sus manos ante el prójimo sufriente y, en su lugar, pasan de largo del pobre, del proscrito, del abandonado y robado de dignidad?
Son las preguntas a las que nos puede enfrentar la parábola del Buen Samaritano en donde se condena a los religiosos incapaces de pararse ante el dolor del prójimo, priorizando el servicio religioso a un Dios que, quizás, por su falta de amor y misericordia, no oye sus rituales.
En la parábola de “Los obreros de la viña”, se nos enfrenta a otra situación que nos puede escandalizar. Hay que rescatar a esos desempleados a los que nadie contrata, por su debilidad o falta de capacitación, edad o situación de salud o social. “¿Por qué estáis aquí, desempleados?”, les pregunta el Señor de la viña. “Porque nadie nos ha contratado”, sería la respuesta. No eran vagos, ni descuidados. El problema era que nadie les contrataba. No había lugar para ellos en el mundo del trabajo.
Luego, viene la gran sorpresa de la parábola: Aunque se les contrate a última hora, aunque sean los últimos, van a ser pagados los primeros y, además, exactamente igual que a esos fuertes contratados a primera hora. Ejemplo de justicia misericordiosa que, aún hoy, a muchos cristianos escandaliza. Aquí tenéis un valor de las parábolas del Reino: “Muchos últimos serán los primeros”.
¿Radicalidad, o amor sin límites? ¿Dónde está el mundo cristiano hoy con respecto a los excluidos, a los que no encuentran su lugar en el mundo? Muchos están dispuestos a ser contratados, aunque se les oprima, con tal de dar de comer a sus hijos. ¿Preferimos hoy, los cristianos del mundo, aplicar la justicia humana, de dar a cada uno lo suyo, aunque haya muchos que no tienen nada y que, además, parecen ser a los ojos del mundo como un sobrante humano? ¿No entendemos el concepto de justicia misericordiosa? Terrible radicalidad la de las parábolas.
En la parábola de la gran cena, finalmente, los invitados van a ser los que andan tirados por los márgenes de los caminos, los pobres, los enfermos, los lisiados, y van a ser rechazados todos aquellos integrados sociales que, muchos de ellos, hicieron oídos sordos a la invitación.
La pregunta podría ser: ¿Quiénes serán, finalmente, los que sean invitados y disfruten del banquete del Reino? Las parábolas nos ponen en una radicalidad tal, que nos pueden desorientar. Así es el Evangelio, así son las parábolas. Trastocadoras de nuestros parámetros, revolucionarias con arreglo a nuestros valores, pero no ante los auténticos valores del Reino.
No digamos si estudiamos la parábola del Rico necio. Un toque de atención fatal a todos los que acumulan, sean religiosos o no. Al final se les pedirá su alma y serán condenados. ¿Para quién será lo almacenado?, se nos dice, intentando hacernos reflexionar. Parábolas que rechazan el egoísmo humano, la avaricia, incluso la acumulación de bienes que, con respecto a las leyes humanas, pudieran ser lícitos. Parábolas chocantes a favor de los pobres y en contra de los que acumulan bienes de esta tierra. ¿Nos causa cierta extrañeza, o nos lleva al hecho de escandalizarnos ante uno de los valores sociales de hoy que nos pone al rico como prestigioso?
Parábolas chocantes, sorprendentes, incomprendidas por muchos de los cristianos de hoy que prefieren estar integrados en las sociedades de consumo, sin que les cause escozor en sus conciencias, y acumulando, en muchos casos, como si fueran bendiciones de Dios, y sin contemplar el dolor y pobreza de tantos.
Estarían también otras parábolas como las del Hijo Pródigo en donde se acoge a un malgastador de haciendas y, en su regreso al Padre, se hace una gran fiesta, matando al becerro gordo, y dando una acogida sin ninguna palabra de reproche.
Pues sí. Las parábolas son dignas de estudiar, y deberíamos dedicarles tiempo para asimilar sus ejemplos de vida, transmitidos por Jesús para hacer de los creyentes elementos humanizadores de un mundo injusto y egoísta. Quiera Dios que tomemos ejemplo de su amor infinito que, para muchos, es una simple radicalidad.
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