El voluntario puede cambiar valores, estilos de vida y prioridades. Sin duda están siendo un fermento de transformación social.
Hace mucho tiempo que no hablo del voluntariado y, realmente, es un tema sumamente importante tanto en la sociedad española como en el ámbito evangélico. En mis escritos, normalmente he defendido la idea de la misión diacónica de la iglesia, pero no simplemente como el hecho cotidiano de poder dar ropa, comida o conseguir cubrir las necesidades básicas de los desheredados de la tierra. Siempre he defendido que los cristianos, tanto en el ámbito individual, como en el de ser iglesia, han de hacer el trabajo social, siempre con la mirada puesta en algo que, sin que yo quiera decir que es más importante que lo asistencial, traspasara la acción directa sobre la persona a la que ayudamos.
Así, pasaríamos, sin olvidar eso otro que es el trabajo asistencial, al estudio de las estructuras sociales, a la búsqueda de la justicia, a la denuncia social de las situaciones de opresión que hacen sufrir a los hombres, y la potenciación de nuevos valores en nuestra sociedad, los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la venida de Jesús al mundo. En fin, buscar un equilibrio entre el trabajo asistencial, a la vez que se intentan cambios estructurales en nuestras sociedades injustas.
Sin embargo, si soy sincero, en mi experiencia con el voluntariado de diferentes edades y situación social, lo que he encontrado, lógicamente con excepciones, es el voluntario que desea paliar o mejorar el sufrimiento humano, en su momento concreto, en su aquí y su ahora, pendiente de la persona que, en ese momento, atiende, o de los que atenderá en los futuros días.
Su lucha por la justicia, se concreta en acciones reales, en el prójimo apaleado que tiene delante de él, sin pasar, normalmente, a elucubraciones sobre los desequilibrios en el mundo, las políticas sociales, las estructuras injusta de poder y económicas. Su vocación y su llamado es el poder eliminar el sufrimiento de una persona concreta, en un momento dado, a la que le puede mirar a los ojos, al rostro, a su figura en general hasta abrazarle si llega el caso.
Para muchos de los voluntarios, más que estar trabajando, de manera consciente, por ideales de justicia o por modelos de teorías de trabajo social, está centrado en su experiencia vital que le proporciona el ser voluntario en la ayuda a un ser concreto del que conoce su nombre y sus características.
¿Sabéis una cosa? Creo que el voluntariado, en lugar de estar pensando en el cambio de las estructuras económicas o, en su caso, la búsqueda de la justicia a la que estamos llamados según la Biblia, los profetas y Jesús mismo, se mueve en lo sencillo, manchándose las manos, como buenos samaritanos, sabiendo que su esfuerzo, aunque sea sencillo, va eliminando pequeñas cuotas de sufrimiento. Ahí se siente bien y realizado.
¿Quiere decir esto que no está trabajando por cambios estructurales, por la búsqueda de la justicia en el mundo, y a favor de una ética social que puede transformar el mundo? De ninguna manera. Quizás no sea, como ya hemos dicho, totalmente consciente, pero, sin duda alguna es un luchador por la justicia y ejemplo para una sociedad insolidaria. El voluntario puede cambiar valores, estilos de vida y prioridades que, sin duda, están siendo un fermento de transformación social.
Son anunciadores al mundo de la necesidad que hay, tanto de un trabajo sencillo asistencial, como de una irrupción de una justicia social más igualitaria y solidaria con los más débiles. Si sólo existieran teóricos sobre el trabajo social, la búsqueda de la justicia y la transformación de las estructuras socioeconómicas y de poder, faltaría algo fundamental: El ejemplo solidario de tantos voluntarios en el mundo que dan su tiempo para enfrentarse de forma concreta ante unos ojos y un rostro de una persona frente a él en su aquí y su ahora.
Lo social, lo ético y lo espiritual, se funden en la figura del voluntario. Ejemplo de vida y fermento para que haya en el mundo un cambio de valores. Por eso, hay que eliminar, en el trabajo social, la dualidad entre los profesionales y voluntarios, aunque sólo en el sentido de que no haya ni prepotencias ni sentimientos de superioridad de los profesionales con respecto al voluntariado. Sólo saber cuál es el lugar de cada uno.
El ejemplo del voluntario es algo muy especial: desciende en un esfuerzo de sencillez, rompe las fronteras de la comodidad o de clase, se baja del tren de la prosperidad, y desciende a la arena de la más cruda realidad, abandonando cualquier tipo de prepotencias. Así, puede lavar los pies, si es necesario, al pobre cansado, convirtiéndose en su igual... en su hermano. Sería injusto que otros, usasen de la prepotencia para con ellos por una simple razón de profesionalidad. La prepotencia está reñida con el voluntariado y con todos los que se acercan al trabajo social.
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