No estamos autorizados por la Biblia a vivir nuestra propia identidad de forma excluyente, más aún, cuando estamos excluyendo a personas sufrientes y, en muchos casos, empobrecidas por las ansias consumistas de las que no está ajena nuestra propia patria.
La verdad es que, cuando entro en Facebook, por ejemplo, y veo que hay cristianos, incluidos algunos pastores y líderes, que navegan al borde del racismo, la xenofobia y el desprecio a otras razas y culturas, sufro con ello. ¡Cuánto desprecio se respira en muchos mensajes de Facebook contra el inmigrante, el refugiado, el extranjero en general!
Yo me pregunto: ¿Cómo es posible que cristianos que tienen ese mandamiento tan fuerte de amor al prójimo, y sabiendo que, en muchos casos, como en la parábola del Buen Samaritano, se pone como ejemplo de buen prójimo a un extranjero samaritano odiado por los judíos, sigamos navegando por la líneas del desprecio al diferente? ¿Será la ideología política la que nos arrastra a este pecado que se expresa de una forma tan frecuente entre muchos llamados seguidores de Jesús?
Además de las influencias políticas que se cuelan nublando la percepción de muchos de los miembros de nuestras iglesias, es posible que también influyan falsas formas de expresar nuestra propia identidad.
Es necesario que, en un mundo tan plural y diverso en donde se mueven tantas criaturas diferentes, creadas todas a imagen y semejanza de Dios, reflexionemos en las formas y manera de enfrentarnos a otras culturas, sobre como practicar la interculturalidad, sobre el hecho de que las culturas estancas y cerradas a las influencias de otras acaban por empobrecerse, sobre la riqueza del encuentro con hermanos procedentes de lugares lejanos, intentando regocijarnos en la alegría del encuentro y que, también, nos planteemos cómo hemos de expresar nuestra propia identidad.
Los factores de riesgo que nos lanzan al desprecio al diferente, al rechazo de otras influencias culturales que, en el fondo acabarían enriqueciéndonos, pero que impiden la práctica de la interculturalidad y al diálogo entre personas con diferentes patrones culturales, identitarios, sociales y económicos son, entre otros muchos, éstos:
Los fundamentalismos de los que creen poseer en todo la verdad absoluta y se cierran a la acogida al que piensa o cree diferente, las caídas en el error o pecado de creer en Dios de espaldas al prójimo, el racismo, la xenofobia, las formas estancas, prepotentes y cerradas de vivir nuestra identidad cultural, extrañas ideas de limpieza étnica, los apegos al terruño donde hemos nacido como si ese nuestro espacio de tierra se pudiera sacralizar, la ignorancia sobre las riquezas que encierran todas y cada una de las culturas… y otras ignorancias —sí, muchas ignorancias—, egoísmos o desprecios del prójimo que, en el fondo, nos están apartando de Dios.
Nadie puede vivir la auténtica espiritualidad cristiana de espaldas al prójimo, aunque éste sea de diferente color, raza, etnia, religión, creencia o situación económica o social. Esto es muy importante para los cristianos de un país como España que está recibiendo grandes contingentes de refugiados o de inmigrantes económicos a los que, simplemente, los deberíamos llamar nuevos ciudadanos o, en nuestros ambientes congregacionales cristianos, nuevos miembros.
No, no me gusta ver mensajes o escritos diversos en los que muchos cristianos se mofan o atacan a esos diferentes que, sin lugar a duda, son criaturas de Dios y prójimos nuestros. No estamos autorizados por la Biblia a vivir nuestra propia identidad de forma excluyente, más aún, cuando estamos excluyendo a personas sufrientes y, en muchos casos, empobrecidas por las ansias consumistas de las que no está ajena nuestra propia patria.
Por tanto, rechazo todos aquellos sentimientos identitarios y posicionamientos fundamentalistas que rechazan y excluyen a muchos semejantes. Tanto las culturas como las religiones deben de estar abiertas y ser acogedoras con la preocupación del conocimiento mutuo y del mutuo respeto. El hecho de que haya creyentes que caen en estos errores, pecados de exclusión o rechazo del prójimo diferente, es una de las grandes tragedias de la cristiandad.
Hay que tener un diálogo abierto entre las culturas de forma igualitaria, en donde la diversidad cultural o identitaria debe de aceptarse con toda normalidad y nunca debe ser un problema… y, fundamentalmente, entre cristianos. Si no, deberíamos dudar de nuestra fe. Los creyentes debemos intentar con todas nuestras fuerzas que no falle nuestro sentimiento de projimidad, vivir la propia identidad de forma que resulte enriquecedora y positiva ante esa forma de vivir la ciudadanía cosmopolita en donde todos somos diferentes, pero también todos somos iguales.
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