La iglesia ha primado sus relaciones de alabanza y sus rituales, a la búsqueda de la justicia y a la práctica de la misericordia. Es por eso que, quizás, en muchos casos y sectores, no está lo suficientemente habilitada para elevar su voz de denuncia a favor del prójimo.
¿Qué pasa con los derechos en el mundo? ¿Es que, acaso, hay derechos importantes, de primera, y derechos secundarios, de segunda clase? Hay derechos civiles que son considerados primarios, defendibles hasta el límite y que comprometen a los gobiernos, a las leyes y a los jueces, en su defensa estricta y categórica. Nosotros, lógicamente, no estamos en contra de que se defiendan los derechos civiles, como lo son el derecho a la vida, a no ser torturados, violados, esclavizados, mutilados u otros en esta línea. Hay que defenderlos sin ningún tipo de excusa.
Ante esta violación de los derechos civiles citados, no es extraño que los gobiernos actúen, hagan legislaciones para que los jueces puedan condenar su conculcación, y para que la policía pueda detener y castigar a aquellos que matan, esclavizan o torturan. Faltaría más. Debemos alinearnos en la defensa de esos derechos, tanto los cristianos como aquellos que defienden sus posicionamientos desde humanismos laicos.
Cualquier persona que sea víctima de un atentado contra su vida, que sea maltratada, violada o esclavizada, tiene derecho a denunciar ante la policía o los jueces el haber sido atacada en sus derechos. Los jueces fallarán a su favor y, en su caso, llevarán a la cárcel a aquellos que han conculcado estos derechos civiles a los que nadie debiera conculcar.
Sin embargo, vayamos a los derechos secundarios. ¿Qué pasa con los derechos sociales? ¿Qué pasa con aquel que, por abandono, desidia y mala orientación de las políticas sociales y económicas en el mundo, mueren de hambre o por falta de medicinas o higiene? ¿Es este un derecho social secundario por el que, en caso de su conculcación, nadie pueda recurrir ni a policías ni jueces, ni gobiernos del mundo? ¿Es la muerte por hambre un derecho conculcado, pero que nadie dice nada porque es algo secundario, un derecho inferior y menos importante? Lo mismo ocurriría con el derecho a las medicinas, el agua potable, los hospitales, la capacitación para, así, eliminar la mentalidad de pobreza que sobrevuela como un fatum o destino personal para más de media humanidad.
¿Quién denunciará, desde el ámbito de los derechos sociales, a los causantes de que existan estructuras económicas y de poder que empobrecen y que marginan a los débiles del mundo, permitiendo que sus hijos se mueran de hambre o por falta de bienes esenciales y que existen en el mundo en cuantía suficiente para evitar esta conculcación de uno de los más elementales derechos: El de no morirse por el hambre, por la escasez, por falta de medicinas, por no tener agua potable u otros bienes de primera necesidad.
Es un escándalo el que, en un mundo con bienes y posibilidades que podían alcanzar a todos, haya personas que se mueren de hambre sin que no haya nadie, ni los cristianos, ni los que actúan desde humanismos laicos, reaccionen ni protesten. Un escándalo humano. Una conculcación de derechos ante los que el mundo permanece en silencio.
¡Cuándo llegará el día en que la conculcación de los derechos sociales pueda ser llevada a los tribunales de justicia! Creemos que es importante que se persigan a los asesinos, pero nos extrañamos que no se considere el hambre una forma de matar, cuando en el mundo podría haber alimentos suficientes para todos, si no fuera por un mal reparto, una maligna redistribución de los bienes del planeta tierra. Es como si hubiera algunos seres humanos que estuvieran privados de ejercer su derecho a participar en plan igualitario con el resto de la humanidad, de los bienes que produce el planeta tierra.
La acumulación injusta de riquezas en pocas manos, desequilibrando la balanza de la justicia, es como una bomba que mata a muchos seres humanos. ¿Quién podrá llevar a estos acumuladores insolidarios ante la justicia.
En cuanto a la iglesia: para la iglesia también es problemática esta situación y, en cierta manera, tiene las manos atadas al dar preferencia a los rituales cúlticos, aunque se dé la espalda a los pobres y sufrientes de la tierra. La iglesia ha primado sus relaciones de alabanza y sus rituales, a la búsqueda de la justicia y a la práctica de la misericordia. Es por eso que, quizás, en muchos casos y sectores, no está lo suficientemente habilitada para elevar su voz de denuncia a favor del prójimo, cumpliendo la misión diacónica de la iglesia y el mandamiento de amor al prójimo, habiendo considerado estas líneas de amor al hombre y de búsqueda de la justicia, como elementos secundarios frente a la alabanza, oraciones o ritos.
Desde aquí una llamada de atención para que la iglesia y los cristianos sepan volver su mirada hacia el prójimo, la búsqueda de justicia y hacia una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra entre todos los hombres y, quizás, desde aquí, se convierta en las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor. Es entonces, cuando la iglesia podrá coadyuvar a que tanto los derechos civiles como los sociales, sean tratados en pie de igualdad y que, también, la conculcación de los derechos sociales, pueda ser denunciada y llevada a los tribunales internacionales competentes. Quizás sea entonces, cuando la iglesia haya encontrado el Dios de la vida, de la justicia, del amor y de la misericordia.
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