Nadie puede acercarse a Dios si se da un alejamiento, desprecio o abuso del hombre.
No miremos solo al cielo no sea que nos olvidemos del hombre. Uno de los grandes errores de la humanidad es que, para buscar a Dios, a veces nos alejamos del hombre, de lo humano. De ahí que incluso se puedan hacer guerras contra el hombre en el nombre de Dios. En esos casos lo que ocurre es que estamos con Dios, pero lejos de lo humano, de los hombres. O sea, en el fondo, no estamos tampoco con Dios.
Mira también al suelo. Sí analizamos la historia de la iglesia o de las religiones, nos encontraremos con muchísimos abusos contra el hombre en el nombre de Dios: inquisiciones, muertes de infieles y de herejes, desprecios a los diferentes por parte de los religiosos. Eso puede ser porque nos fijamos en el Dios glorificado, a Jesús sentado a la diestra del Padre, y no recordamos con honestidad y eficacia al Jesús hombre, al hecho de la encarnación, el Dios que se funde con lo humano y hace de él el auténtico lugar sagrado.
No aísles a Dios del hombre, del entorno humano. Si este distanciamiento entre el hombre y Dios no lo hubieran realizado los cristianos, quizás, inconscientemente, es posible que se hubieran eliminado o suavizado los abusos religiosos contra el hombre. Poco predicamos ni recordamos la frase de Jesús en donde pone el amor a Dios en semejanza con el amor al hombre. Es como si esa visión no estuviera en nuestros parámetros, en nuestra forma de vivir la espiritualidad cristiana.
El cielo y el suelo no son dos realidades antagónicas. A veces nos equivocamos en la relación con el hombre y, por ende, con Dios y, por eso, ocurren todas esas maldades contra el hombre de las que estamos hablando y que se pueden. Tenemos que recordar que, Dios y el hombre, son dos realidades semejantes, no antagónicas. Nadie puede acercarse a Dios si se da un alejamiento, desprecio o abuso del hombre.
No mires solo al cielo. Baja tu mirada al hombre. Si el mundo cristiano hoy entendiera esto siguiendo las líneas y los parámetros bíblicos, seguro que el mundo cambiaría y, por tanto, la lucha por la justicia, el equilibrado reparto de los bienes del planeta y todo lo que implica el concepto de projimidad. Haríamos no sólo un mundo diferente, sino que tendríamos una vivencia de la espiritualidad cristiana más auténtica y genuina. Dios no está distanciado de lo humano. Lo que hacemos contra el hombre, en el fondo es algo que también hacemos contra Dios.
No despreciemos las realidades del suelo. No creo que haya muchos cristianos hoy que piensen que lo importante es el alma, y que desprecien al cuerpo. En el fondo estarían poniendo las bases para los posibles abusos, rechazos y fobias contra lo humano, contra el hombre. No se salva el alma, sino el hombre integral, y nunca debemos de olvidar que la Biblia apunta hacia la resurrección de los muertos.
El cielo y el suelo, de alguna manera, se funden. Con la irrupción de Jesús en nuestra historia, lo trascendente deja de ser lo metahistórico, lo lejano. Lo trascendente y lo inmanente se unen, se funden y dan lugar a un cristianismo que tiene al hombre como el más excelente lugar sagrado. ¿Cómo vamos a aprobar las violencias contra el hombre, el hambre, las torturas, las violaciones de los derechos humanos, el desprecio y abandono de los pobres de la tierra?
Mirar al suelo nos hace más humanos. La forma de hacernos cada vez más semejantes a Dios estará en la línea de ser más humanos, más solidarios con las problemáticas humanas, promotores de justicia, de promoción humana y de bienestar social. Promotores de dignidad y de libertad. Es verdad que algunos cristianos creen que sólo deben mirar al cielo, quieren ser como los ángeles si no como los dioses.
No nos olvidemos de mirar a los hombres. No descuidemos el mensaje fundamental del cristianismo, la práctica de la projimidad que nos hace mirar hacia abajo, hacia los hombres y. fundamentalmente, hacia los más desfavorecidos. El orientar nuestra mirada sólo hacia el cielo, es una de las trampas de Satanás, la gran tentación de muchos llamados cristianos.
Redirecciona tu visión siempre en esas dos dimensiones. Así, en la medida que los cristianos se van humanizando solidarizándose con las problemáticas del prójimo, la visión del cristianismo cambia y nos a cercamos mucho más al programa de Jesús, a sus estilos de vida, sus formas evangelizadoras y sus prioridades. Nos fundimos con el hombre que sufre empatizando con él como si fuera nuestro hermano. Allí es donde se van a fundir lo divino y lo humano, lo trascendente y lo que nos rodea en nuestro aquí y nuestro ahora. Al fundirnos en sinceridad con nuestro Dios, lo hacemos también con nuestro prójimo y viceversa.
Trono de Dios y focos de sufrimiento. No busquemos a Dios sólo en su trono celestial, busquémoslo también en medio de las realidades humanas allí donde los hombres sufren. Es posible que los tronos celestiales, y los focos de sufrimiento y pobreza, no estén tan alejados como a veces nos parece. Esto nos debe hacer cada vez más humanos y más solidarios con el prójimo como parte integrante e importante de nuestra espiritualidad cristiana.
El cristiano debe humanizarse. No queramos caminar nunca en la dirección opuesta a Dios. No miremos cómo Dios se humaniza por amor a los hombres mientras que nosotros sólo tenemos el deseo de huir del mundo y mirar sólo hacia arriba. Sería la práctica de un cristianismo unidireccional, una espiritualidad cristiana a la que le falta la dimensión espiritual, una vivencia de lo trascendente a la que hemos mutilado.
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