El creyente no sólo debe apreciar el trabajo y abandonar cualquier actitud de menosprecio hacia el mismo; él estará dispuesto a trabajar incluso en aquello para lo cual no tiene vocación.
La pasada reflexión sobre el trabajo creo que necesitaba una segunda consideración, pues el tema es tan complejo que no se solventa sólo con exponer los principios a los que todos estamos obligados.
En principio haríamos bien en renunciar a la idea que mantienen muchos de que “el trabajo es una maldición”. Ya aclaramos algo sobre esto en la pasada exposición. Y hemos de añadir que el trabajo no solo no es una maldición, sino que aun aquel trabajo para el cual no tenemos vocación podría convertirse en una bendición. No podrá cumplir para el que lo realiza con todos los propósitos relacionados con el trabajo, pero al cumplir con algunos eso constituye en sí mismo una gran bendición por la cual hemos de dar gracias a Dios.
Por tanto, los hijos de Dios deberíamos cambiar nuestra actitud –si no fuera la correcta- hacia el trabajo. El problema mayor que puede darse en un creyente en relación con el trabajo es que usando todos los inconvenientes habidos y por haber como excusa, se niegue a trabajar. Algunos hemos conocido algún “creyente” y no creyente en los cuales se percibía esa “desgana” en relación con el trabajo. Recuerdo que hace muchos años, una señora que visitaba la iglesia se quejaba de que su marido no quería trabajar. Siempre se excusaba y era ella la que trabajaba para los dos. Estaba tan disgustada que no sabía que hacer. Entonces le leí lo que enseñó el apóstol Pablo sobre ese tema: “Y si alguno no quiera trabajar, que tampoco coma” (2Tes.3.10); y le dije que cuando volviera su marido del bar, de jugar al dómino, para comer, le pusiera el plato vacío. Y a partir de ahí le instara a buscar trabajo y que trabajara. Como no duró mucho en la iglesia, no sabemos en qué quedó todo aquel problema de aquella mujer y su “desganado” marido para con el trabajo.
Con razón la pereza se presenta en la Biblia como un pecado que no solo empobrecerá al perezoso, sino que lo hará deudor de otros y acabará del todo empobrecido, arruinado y viviendo de forma miserable; ¡e incluso, en algunos casos, de forma delictiva! (Prov.12.24; 19.15; 20.4,13; 24.30-34). Ya en el Nuevo Testamento aparecen algunos creyentes en la iglesia de Tesalónica que usando la doctrina de la Segunda Venida de Cristo y su inminente aparición, dejaron de trabajar: “¿Para qué vamos a trabajar si el Señor va a venir pronto?” Decían. Pero como el Señor no llegaba y ellos tenían que comer, se iban a las casas de otros y se aprovechaban comiendo a costa de ellos. Insistimos en ello: A estos, de estos y los que son como ellos, dijo el Apóstol Pablo: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2ªTes. 3.10).
Si en nuestra España se llevara a cabo ese principio del apóstol en relación a los muchos que menosprecian el trabajo y hacen lo menos posible para trabajar y tratan de “escurrir el bulto”, o incluso aprovechar “prestaciones” económicas, con tal de no cumplir con su responsabilidad, mucho nos tememos que gran parte de la población acabaría famélica. Pero esa es una tarea… ¡harto delicada!
El creyente no sólo debe apreciar el trabajo y abandonar cualquier actitud de menosprecio hacia el mismo; él estará dispuesto a trabajar incluso en aquello para lo cual no tiene vocación. En ese caso, no hemos de dudar que la gracia de Dios le asistirá para que lo realice con la mejor actitud, lo mejor que pueda y con gratitud en su corazón. Mientras, luchará y se preparará para, cuando llegue el momento y si fuera posible, desempeñarse en aquello para lo cual tiene vocación. Lamentablemente, en muchos casos las posibilidades son las que son y no es fácil que todo salga como uno quisiera. Pero lo cierto es que, en muchos están ocupando puestos de trabajo para los cuales no tienen vocación, solo por el hecho de que se esforzaron desde el punto de vista intelectual. Pero la compensación económica viene a paliar, un tanto, el hecho de que el trabajo no sea el vocacional. Es posible que el campo de la sanidad, la educación y la administración están llenos de personas sin vocación; pero sacaron la “oposición” con miras a obtener “un puesto bien remunerado y seguro”.
Entonces, es de desear que los hijos de Dios aspiren a cumplir con el plan de Dios para sus vidas, y esforzarse para que eso sea posible. Si con todo no se cumplen las expectativas esperadas, que no sea porque el cristiano no ha hecho todo lo posible.
Luego, todos conocemos a gente que se aprovecha de las prestaciones sociales más allá de lo que es “lo honesto, lo puro, lo verdadero, lo justo, etc.” (Fil. 4.8). Esa actitud y manera de actuar es todo lo contrario de lo que expresan la cita bíblica anotada más arriba. Pero el creyente jamás debería permitirse ciertas licencias, y mucho más cuando, además, se permite la falsificación de documentos con datos que no se ajustan a la realidad de los hechos. Sabemos que eso, en determinadas circunstancias es duro, pero no tenemos ningún derecho a mentir y robar con la excusa de que “estoy necesitado”. Antiguamente, muchos padres enseñaban a sus hijos “la honradez por encima de todo”. Hoy en día, eso son palabras mayores que no entran dentro del vocabulario ni de la práctica de una gran mayoría. Entre otras cosas, porque “como todo el mundo lo hace…” y: “Bueno, para eso está el Estado…” Sin embargo, hemos conocido a algún creyente que habiendo salido de una empresa, el jefe le propuso firmar los documentos necesarios para que tuviera acceso a la prestación por desempleo: “Mira, así podrás cobrar el desempleo por espacio de un año, al menos. Solo es cuestión de cambiar el motivo de tu despido…”; “Pero eso no es verdad”; “¡Y qué más da!; lo importante es que tú puedas cobrar el desempleo”. “Esa es una opción, pero no la voy a tomar, porque no se ajusta a la verdad”. Actitudes así, son raras (¡muy raras!) en el campo laboral (¡Y en otros campos!). Pero es lo que procede acorde con el testimonio y demandas divinas.
Otra de las faltas que se observa en muchos de los trabajadores de muchas empresas, sean privadas o públicas, es la falta de ética de muchos trabajadores. Hemos conocido personas que trabajaban en la Seguridad Social y en grandes empresas que nos han informado del comportamiento de muchos de sus trabajadores que sustraían útiles, herramientas y otras cosas llevándoselas a su casa sin pudor de ninguna clase. Nos quejamos de la clase política porque muchos cuando tienen la oportunidad también roban; solo que a escala mayor. Luego se justificarán y harán todo lo posible para “demostrar” su inocencia. Pero como en alguna ocasión hemos dicho: “Los políticos nos devuelven la imagen de la sociedad en la cual viven”. Así es.
A principio de los años 90 puse una escuela de joyería para enseñar el oficio de joyero-engastador. Lamentablemente y por causas ajenas a mi voluntad tuve que cerrarla a los tres años. Pero en ese tiempo pude constatar, de vez en cuando, que había ciertas herramientas que desparecían. Todo aquello que cabía en un bolsillo (muchas suelen ser herramientas pequeñas) desaparecían con facilidad. Como ejemplo de esto que digo, cuando comenzó la escuela cada banco de trabajo tenía un compás de acero necesario para el trabajo de aprendizaje. Después de dos años y medio, solo quedaban dos compases.
Hay otras formas en las cuales se roba a la empresa. Por ejemplo, el hacer fotocopias para uno mismo, sin permiso de la persona que corresponda. Igualmente usar cualquier tipo de material de la empresa para uso personal. El robar tiempo que pertenece a la empresa, para hacer otras cosas –o no hacer ninguna- que no están relacionadas con el trabajo contratado y encomendado.
Sin embargo, al seguidor de Jesús no le está permitido esa clase de comportamientos. El Apóstol Pablo escribió a los que antaño habían tenido un comportamiento igual que el mencionado, y les dijo: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef.4.28). Claro, aquel cuyo corazón no ha sido transformado, no tendrá problema con la tentación; más bien seguirá el deseo de su corazón de apropiarse de lo ajeno: “Al fin y al cabo, nadie se va a enterar; además, ¡aquí hay mucho material! ¡Nadie lo va a notar!”
Este encabezado podría ser interpretado como “una locura” y un tanto el comportamiento de “tontos”. Pero ya puse un ejemplo más arriba de alguien que actuó como debía y no como suelen actuar “la mayoría”. A ver. Hace muchos años yo regentaba una pequeña empresa en la cual tuve hasta unos 11 trabajadores. Hubo un tiempo en el cual necesitaba integrar algunos más. Pero no podía hacerlo de forma libre sino que tenía que recurrir a las Oficinas de Empleo para contratar a aquellos que estaban en el registro, esperando la oferta de alguna empresa. De las citadas oficinas me enviaron, primero uno, después otro y así, hasta cinco. No pude contratar a ninguno. ¿La razón? Ninguno quiso aceptar el puesto porque, decían: “Mire usted, yo estoy cobrando el paro obrero, pero además trabajo en casa y entre una cosa y otra gano mucho más dinero que el que voy a ganar trabajando”
¿Cómo debería proceder el creyente en un caso como este, dado que muchas personas solo aceptan el trabajo durante el tiempo necesario para conseguir el “derecho” a cobrar el desempleo aunque sean unos seis meses más? Un país no puede cambiar su forma de ser si no es por medio de la educación. Vuelvo a citar a D. Antonio Escohotado, que dijo: “La riqueza de un país no está en su recursos materiales, sino en su educación” Y no conocemos mejor educación que aquella que el ser humano recibe por parte del Evangelio y por medio de la ética de Jesús. Dicha ética no se basa meramente en “cumplir con una ley”, sino que tiene su comienzo con un cambio interno, el del corazón; luego se podrán seguir los principios éticos. Mucho de lo cual está registrado en las palabras del llamado Sermón del Monte, de Jesús.
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