Lo que había sido anunciado por Dios acerca del dominio del hombre sobre su esposa, se convirtió en el dominio del hombre sobre la mujer en general, en el plano matrimonial, familiar, social, religioso y jurídico.
Para el que escribe no le cabe la menor duda de que lo que hoy denominamos machismo tiene su origen en el mismo momento de la caída del ser humano en el pecado. Solo hay que observar las consecuencias de la caída en la relación entre el hombre y la mujer. Relación que cambió drásticamente dando al traste con el propósito original de Dios que debía cumplirse en un contexto de reconocimiento mutuo, respeto y compañerismo en todo el empeño del cumplimiento de la gran comisión natural expresada en Génesis, 1.26-28.
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Después de la caída en el pecado, tanto el hombre como la mujer dieron una pésima respuesta a la pregunta divina que tuvieron que enfrentar. Ellos no asumieron su responsabilidad personal y por otra parte se puso de manifiesto, de forma inmediata, su alienación no solo de Dios sino de sí mismos y el uno del otro; pero las consecuencias iban a extenderseaún más y fue Dios mismo el que las anunció previamente. Por resaltar una de ellas y que ha dado mucho que hablar -¡y escribir!- recojo aquí la siguiente:
“A la mujer dijo (Dios): Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Gé.3.16).
Todo esto sucedería después que Dios le presentara Eva a Adán, y él exclamara de forma poética lo que significaba para él aquella maravillosa creación que era la mujer (Gé.2.3). Al respecto fijamos nuestra atención en las últimas palabras del texto citado: “Y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”.
Algunos teólogos aseguran que fue Dios el que puso a la mujer bajo la autoridad del hombre; algo que se puede ver a lo largo y ancho de toda la Biblia. ¡Y eso –dicen- hay que respetarlo! Sin embargo, otros teólogos ven en esa declaración divina lo que fue una consecuencia del pecado y que afectó a la relación hombre-mujer. Esa interpretación sería igual a la que se le da en relación con las demás consecuencias del pecado que aparecen en el texto bíblico, como, por ejemplo, los dolores del parto al dar a luz la mujer y el dolor y la tensión con la cual el hombre efectuaría el trabajo para comer el pan de cada día (Gé.3.17-19). Claro, también tuvieron lugar otras consecuencias que se darían de forma inmediata. Pero en relación con esa declaración que pone de manifiesto el cambio radical en la relación entre el hombre y la mujer, “y él se enseñoreará de ti…” dice el autor mencionado más abajo:
“La expresión tu deseo será para tu marido, con la recíproca y él se enseñoreará de ti, muestran una relación matrimonial en la cual el control ha pasado del terreno plenamente personal a aquel en que el instinto urge, pasiva y activamente. ‘Amar y cuidar’ se convierte en ‘desear y dominar’. Aunque aún el matrimonio pagano puede elevarse sobre este nivel, el pecado arrastra hacia él.”[i]
Parece que es inevitable que esa breve frase “desear y dominar” nos evoque la imagen de lo que significa realmente el “machismo”. El “deseo” y el “dominio” es lo que define muy bien el carácter del hombre que se comporta más como “macho” que como hombre creado a la imagen de Dios, como después veremos.
Por otra parte, comentando el mismo texto bíblico citado, dice otro autor:
“El término mashal (enseñorear) significa dominio o señorío. El peligro está en interpretar que esta es la intención divina.Es imperativo recordar que esta declaración es parte de un oráculo de castigo. Es una sentencia pronunciada por un delito sumamente serio. Por lo tanto, es una aberración extraer de este versículo una enseñanza tan característica de nuestra cultura, como es la sumisión de la mujer al hombre. La descripción de la mujer en el capítulo dos enseña una igualdad prístina ideal. El dominio del hombre sobre la mujer es consecuencia de una relación deteriorada originada por el rechazo de la alternativa divina (…)Por lo tanto,el castigo que cae sobre la mujer no representa lo que Dios quiere para ella. Solamente en un mundo que ha sido pervertido por una actitud de auto independencia, existe la opresión del hombre sobre la mujer. Esa realidad tiene cabida en un contexto de pecado, no en lavoluntad de Dios. Por lo tanto, el mensaje de esperanza que proclama el texto es que la mujer yace bajo el dominio del hombre a causa del pecado, y no como una norma establecida por Dios. El Nuevo Testamento apoya esta premisa, afirmando que en Cristo todos los seres humanos son iguales”[ii] (Gá. 3.28).
Entonces, si tal y como dicen algunos teólogos -y así parece ser- el anuncio divino mencionado es la consecuencia del pecado, lógicamente, al igual que los seres humanos luchamos contra las demás consecuencias adversas (como el dolor en el parto y la tensión en relación con el trabajo, etc.) si no para erradicarlas sí para suavizarlas, en la medida de lo posible, también deberíamos luchar contra esa consecuencia del pecado que es el dominio que se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad y que se da en la relación del hombre/mujer.
Después de aquella declaración divina sobre el drástico cambio producido en la relación del hombre y la mujer, las consecuencias se extendieron a los descendientes de Adán y Eva. Y una de las nefastas consecuencias que tuvieron lugar es que algunos hombres ya no le bastará con cumplir con el propósito divino de tener su propia mujer, sino que “echará mano” de alguna/as más con la finalidad, entre otras de satisfacer su propio ego de hombre/macho. Así que, muy pronto y después de la sentencia divina sobre el dominio que el hombre ejercería sobre la mujer, Lamec, un descendiente de Caín “tomó para sí dos mujeres…” (Gén.4.18-24). Llama la atención el hecho de que Lamec, guiado por instintos que nada tenían que ver con el propósito divino, “tomara para sí dos mujeres” llegando así a ser el primer polígamo de la historia en la Biblia. Poligamia que fue practicada por los llamados patriarcas de Israel y que tuvo su máxima expresión con el rey Salomón, quien llegó a tener casi mil mujeres en su harén, conforme a la costumbre de los reyes de la época. Pero llama también la atención que, junto a ese proceder Lamec se enorgulleciera de ser un hombre violento. Característica que pone de manifiesto a través de un poema que compuso y por el cual ensalza la violencia:
“Y dijo Lamec a sus mujeres: Ada y Zila, oíd mi voz; Mujeres de Lamec, escuchad mi dicho: Que un varón mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad será vengado setenta veces siete”(Gén. 4.23-24).
Notemos que el dicho va dirigido a sus dos mujeres y que en ese contexto familiar, a ellas podría haberles sonado como una seria advertencia -¡E incluso amenaza!- para que tuvieran mucho cuidado de no ofenderle, ni por medio de palabras, ni mucho menos por medio de algún hecho ofensivo. Entonces, no parecía que aquellas mujeres vivieran en un contexto de amor, de cariño, de compañerismo y de servicio compartido; más bien nos recuerda, que desde muy temprano en la historia de la humanidad el sexo y la violencia ha sido el contexto al que millones y millones de mujeres han tenido que “vivir”, intimidadas, asustadas, aterrorizadas y abusadas a lo largo de la historia. Y todo, en muchos casos, en medio de un silencio forzado y a duras penas disimulado.
El pasaje leído “tiene su miga”. El “tomó para sí dos mujeres” nos muestra la soltura y la libertad con la cual el hombre “echó mano” para hacerse con dos mujeres para él. Esto, que en nuestra sociedad hoy día nos parece un hecho reprobable, se ha practicado durante siglos, de una forma o de otra, aunque incluso no haya sido para tomar dos o más mujeres, sino una. Por ejemplo, otra forma de “tomar para sí” alguna mujer se ha dado durante siglos siendo el padre (o los padres de los futuros esposos) el que asignaba el futuro marido de su hija o ha sido el pretendiente el que “ha pedido” a la joven que le gustaba para que fuese su esposa. Pero en términos generales ha sido el hombre el que “tomaba para sí” mujer, independientemente del protocolo establecido según su propia cultura. Y cuando alguien guiado por la pulsión sexual saltaba por encima de ese protocolo, a veces pagaba muy caro tal atrevimiento, como le pasó al joven que se acostó con Dina, hija de Jacob, sin permiso de su padre y de sus hermanos.Tal acción la pagaron cara tanto el joven como sus conciudadanos. (Gén.34). Lo cierto es que en la mayoría de los casos, las jóvenes solteras decidían más bien poco, o nada, a la hora de elegir al hombre que habría de ser su marido. Al respecto decía Erick Fromm:
“El amor romántico (el casarse de forma libre con el hombre que la mujer quisiera) es cosa moderna. Durante siglos eran los padres lo que elegían a los maridos de sus hijas (…) Luego, lo que las hijas podían esperar era que los maridos fuesen amorosos para con ellas. Y con eso las mujeres se consideraban felices”[iii]
¿Pero si no eran como ellas esperaban? Pues tenían que aceptarlo sin poder dar marcha atrás ni hacer nada a su favor, excepto aguantarse. Pero quizás habría que destacar aquí un aspecto que durante siglos también se ha puesto de manifiesto. Y es la seguridad con la cual el hombre se ha creído dueño de su esposa, y no precisamente en el sentido que la Biblia enseña, como un derecho recíproco, tanto del hombre, como de la mujer (1ªCo.7.3-5). Pero el hecho es que en tiempo no muy lejano, hemos oído a algún hombre decir, en tono de amenaza: “¡Será mía y de nadie más!”.Y aun cuando en el pasado se producía un crimen –llamado “pasional”-hoy calificado como “machista”- en alguna ocasión también hemos leído u oído de parte del homicida: “¡La maté porque era mía!”. Esas expresiones ponían de manifiesto –de forma extrema- hasta qué punto se ha llevado a cabo ese sentimiento de no estar dispuesto a reconocer en la mujer los mismos derechos que se han reconocido siempre en el hombre. Pero esa idea de que la mujer es posesión del hombre, todavía se puede apreciar incluso en muchos hombres de hoy -¡Incluso jóvenes!- que en su relación con sus parejas pretenden controlar su tiempo, sus entradas y salidas, el registro de sus móviles, etc. Algo que ninguna mujer debería aceptar bajo ningún concepto, ya que dicho comportamiento define anticipadamente a un posible maltratador. Pero también es cierto que, viviendo en una sociedad cada vez más vacía de principios morales y éticos, lo que se estaría poniendo de manifiesto es una evidente desconfianza de unos hacia otros, sin que tenga que ver con el machismo. (2Ti.3.1-3).
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Pero lo que pasa desapercibido, es que durante muchas décadas la relación de muchas parejas (afortunadamente, queremos creer que cada vez menos) ha funcionado a base de coacción, control, presión e incluso amenazas por parte del hombre-machista a la mujer. Algo que se veía como “normal” pero que producía un contexto de violencia; en algunos casos soterrada, pero en otros evidente. Ejemplos podríamos poner muchísimos, pero quizás una de las reacciones extremas lo ponga de manifiesto una canción que se cantó hasta principios de la década de los años 80 del siglo pasado, titulada: “El preso número 9”. Dicha canción cantada magistralmente por los conocidísimos “Hermanos Toronjo” o, de manera distinta por la “cantante protesta” Joan Baez, gustaba mucho por la tragedia que contaba.
En dicha canción se describe a un preso que había sido condenado a muerte por haber matado a su esposa “y a un amigo desleal”. Ambos le traicionaron y él, sintiendo que “su honor” había sido pisoteado, les dio muerte. Para él, así como para millones y millones de hombres a lo largo de la historia, su honor era más valioso que la vida de dos personas.Pero en toda la canción mencionada –aunque no se diga- se pone de manifiesto aquel sentimiento de “la maté porque era mía” y, por otra parte, también subyace aquel sentimiento en el corazón del homicida y por el cual justificaba el haber matado a su “amigo”: “Lo maté porque no tenía derecho a quitarme lo que es mío”. Y además, con el consabido estribillo:
“Padre, no me arrepiento ni me da miedo la eternidad.
Yo sé que allá en el cielo el Juez Supremo me ha de juzgar…
Los maté, sí señor; y si yo vuelvo a nacer, yo los vuelvo a matar”
Pero algo que uno podía apreciar en gran parte del público que escuchaba la canción era la simpatía que despertaba “el preso número 9”, que parecía quedar más que justificado con su acción criminal, ganando la “comprensión” de los oyentes ¡Fuesen hombres o mujeres! Y eso sin que el mensaje de la canción fuese de carácter “subliminal”. ¡Para nada! ¡Era un mensaje por demás clarísimo! Pero lo cierto es que aquello creaba “cultura” añadiendo a la ya creada durante siglos y que aunque a muchos les cueste reconocerlo, no es fácil de desarraigar del corazón del que ha sido “educado” en ella. Y en eso parece que estamos todavía a pesar de los grandes esfuerzos, no todos acertados, para superarla.
Así que mucho de lo que expresa la canción aludida está presente en aquel que llevado por celos o por cualquier otro sentimiento, da muerte a su pareja. Sin embargo, cuando se trataba de engañar y traicionar a la mujer por parte de los maridos, “eso no tiene importancia”. El derecho de los “machotes” estaba muy por encima del derecho de las mujeres. El engaño, la mentira, la burla y la risa acompañaba (si no todo, en parte) el comportamiento de los hombres adúlteros. Y ante esa realidad, las mujeres tenían que aguantar, aguantar y aguantar hasta reventar por dentro y sufrir verdaderos desequilibrios psicológicos y emocionales. ¡Y que no se viera! Y eso también formaba, y forma parte, de nuestra “cultura”.
Así que al igual que aquel Lamec antiguo, sexo y violencia han estado unidos desde los albores de la Humanidad hasta nuestros días, en muchos hombres y contextos dominados por ellos.[iv] Y lo que había sido anunciado por Dios acerca del dominio del hombre sobre su esposa, se convirtió en el dominio del hombre sobre la mujer en general, en el plano matrimonial, familiar, social, religioso y jurídico. No ha habido un área en el cual el hombre no haya manifestado su dominio sobre la mujer, ejerciendo formas de violencia, tanto patentes y visibles como silenciosas e invisibles, ante las cuales muy poco o nada podían hacer las mujeres; porque a todas luces era (¡y en muchos países y culturas, sigue siendo!) estimada como inferior al hombre en todo[v]. Y en el contexto religioso occidental, en la gran mayoría de los casos, usando los pasajes bíblicos que no hace falta que traigamos a colación porque son del todo conocidos, con el pretexto de “que la mujer tiene un rol diferente”, también se le ha impedido desempeñarse en su contexto eclesial de forma integral. Así en muchas iglesias las mujeres encuentran menos espacios de libertad que en la misma sociedad a la cual pertenecen.
Seguiremos D., m.
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Notas
[i]Kidner Derek, 1985, Ed. Certeza. Negritas y cursivas son mías.
[ii]Voth Esteban. Edt. Caribe. 1992. Com. Génesis, Pp.58 y 59. Negritas y cursivas son mías.
[iii]Fromm Erich. El Arte de Amar. Edt. Paidos, 1982.
[iv] El hecho de que haya surgido un nuevo movimiento “feminista” que pareciera que es “él no va más” de la lucha a favor de los derechos de las mujeres y que, además, tengamos leyes igualitarias… (en realidad, ya las teníamos antes de que apareciera dicho movimiento) eso no significa que se haya conseguido erradicar el machismo. ¡Ni mucho menos! Haría falta una gran dosis de educación desde la infancia y en el hogar, además de la escuela, etc. Pero en relación a este tema se hace necesario ir más allá de lo que ocurre en nuestro propio contexto y país y pensar en el sufrimiento de millones y millones de mujeres en todo el mundo, bajo las poderosas manos de las mafias que las explotan sexualmente, la religión que las esclaviza y les priva de educación, o esa cruel “cultura” bajo la cual muchas niñas sufren la ablación del clítoris. Solo por mencionar algunas evidentes injusticias.
[v] En muchos países y culturas siguen siendo consideradas inferiores al hombre, en todo. Y en nuestra propia cultura, aunque las leyes dicen una cosa, el comportamiento de muchos hombres pareciera desmentir aquella realidad legal.
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