Lo importante, es servir humildemente al Señor y bajo su dirección y en su nombre, llevar palabras de fe, esperanza, amor y restauración a los necesitados.
“Las ruinas son a menudo las que abren las ventanas para ver el cielo” (Viktor Frankl)
Tal y cómo decía el psicólogo mencionado más arriba, a veces hemos pasado o hemos visto pasar a otros por situaciones de “ruina”; sin embargo, también hemos sido testigos del poder de Dios obrando cuando parecía que no había salida ni solución alguna.
Por ejemplo, hace unos 35 años, el hermano Antonio Baena y un servidor fuimos al hospital a ver a un hermano recién convertido, que estaba muy enfermo. A juicio del equipo médico solo conservaría la vida si le hacían un trasplante de hígado. Así que estaban en espera de que llegara el órgano que necesitaba. Su situación era muy delicada, por decirlo de manera suave.
Cuando llegamos al hospital, él nos recibió con mucho agradecimiento. Pero enseguida nos compartió que el enfermo, vecino de cama, era un hombre que pasaba todo el rato maldiciendo y blasfemando a Dios, de tal manera que a nuestro hermano y amigo le resultaba muy molesto.
Después de un rato, y después de la oración que hicimos por nuestro querido hermano, ungiéndole con aceite, y cuando estábamos en la puerta para irnos sentí que debía decirle algo a aquel hombre, vecino de cama de nuestro hermano.
Así que nos volvimos y me acerqué a su cama. Lo saludé y cariñosamente le pregunté qué le sucedía. Nos lo contó. Estaba muy delicado y con muchos dolores. Luego de una muy breve conversación, le dije que estas ocasiones a veces podían servir para pensar en cosas que normalmente desechamos como despreciables; y añadí: “Por ejemplo, a veces Dios ‘permite’ que estemos en una cama, imposibilitados, para que conozcamos nuestras limitaciones y para que miremos ‘hacia arriba’; porque de otra manera nunca le recordamos ni le tenemos en cuenta, y siempre estamos miramos ‘hacia abajo’ pendientes solo de nosotros mismos y de nuestras cosas”. (Seguramente, podría haberlo hecho mejor, pero eso fue lo que le dije).
De pronto el hombre comenzó a emitir un lloro entrecortado. En ese estado emocional, hubiera sido fácil para mí haberle “guiado a recibir al Señor Jesús en su corazón”, pero no lo hice. Solo le pedí permiso para orar por él y como me lo diera, así procedí y le encomendé al Señor para que le guiara, sanara y le bendijera.
Ya no supe más de él; pero siempre confío en que Dios no tiene límites a la hora de tratar con las personas. Dudo mucho de que a partir de entonces, no hubiera un cambio en su actitud y que, con cierta frecuencia, “mirara hacia arriba” en busca del Dios al que antes tanto había menospreciado y del cual había blasfemado.
Luego, debo añadir y aunque no es tan frecuente como quisiéramos, aquel hermano recién convertido a Cristo fue sanado y los médicos, extrañados, después de hacer las pruebas pertinentes dijeron que ya no hacía falta hacerle trasplante de hígado alguno, hasta el día de hoy.
Su familia y nosotros mismos hemos podido disfrutar del esposo, padre, hermano y desde hace ya muchos años también abuelo y bisabuelo, hasta el día de hoy, con 86 años.
¿Será verdad lo que dijo el psiquiatra Viktor Frankl: “Las ruinas son a menudo las que abren las ventanas para ver el cielo”? Bueno, en realidad “las ruinas” no son “las que abren las ventanas…” sino que son el medio en el cual Dios se mueve con poder para “abrir las ventanas” cuando el que padece alguna clase de “ruina” no tiene esperanza alguna de ver la salida.
En esa situación el ser humano llega a ser tan consciente de sus limitaciones y de su necesidad de salud física o espiritual, que se ve impulsado a clamar a Dios como nunca lo hubiera hecho. Y Dios responde, aunque su respuesta no sea la que nosotros esperamos, ni en el tiempo ni en la forma; pero responde.
Lo importante, es servir humildemente al Señor y bajo su dirección y en su nombre, llevar palabras de fe, esperanza, amor y restauración a los necesitados, tal y cómo nos enseñó el mismo Señor Jesús, con sus palabras y ejemplo:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió… para anunciar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón a publicar libertad a los cautivos y a los presos apertura de la cárcel, a proclamar el año de la buena voluntad del Señor…” (Is.61.1-4; Lc.4.18-19; Hch.10.38)
Lo que Él haga, el cómo, el cuándo y en relación a quién, no es cuestión nuestra sino suya; y todo lo demás se lo dejamos a “aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…” (Ef.3.20).
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