Por medio de la predicación del evangelio, la acción del “Espíritu de verdad” estuvo, está y estará encaminada a convencer del pecado de no creer que Jesús de Nazaret es el Hijo del Dios viviente; y por otra, a creer y poner la fe en aquel a quien “Dios ha hecho Señor y Cristo”.
“Os conviene que me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” (J.16.8-11)
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Aunque esta es otra cita que menciona al Espíritu Santo bajo la denominación del “Consolador”/”Abogado”, debe verse también bajo la designación primera de “Espíritu de verdad” de 15.26-27, ya que en este contexto el trabajo del Espíritu Santo estará asociado con el testimonio de los discípulos (la Iglesia) tal y como se explica en los versículos anteriores. La razón por la que ahora, en vez de referirse nuevamente al “Espíritu de verdad” se haga al “Consolador”, pudiera ser intencionada por parte del Señor, dada la oposición y persecución que los discípulos sufrirían, incluso hasta la muerte, a lo cual ha hecho referencia Jesús en los versículos precedentes (J.16.1-4).
De todas maneras, el Señor hace referencia a una función del Espíritu Santo en relación con “el mundo” en el cual viven sus discípulos. Entonces, el “Espíritu de verdad” convencería al mundo de una triple mentira que habían creído con respecto a Cristo. Pero estas palabras, evidentemente se referían tanto al tiempo después de su resurrección como a lo largo de la historia de la Iglesia. Sin embargo del texto no debe desprenderse que “todo el mundo” sería convencido por el Espíritu de lo que dice el texto, sino aquellos que creerían en el Señor por la palabra de sus discípulos (J.15.19; 17.16,20).
1.- “Convencerá al mundo de pecado, por cuanto no creen en mí” (J.16.9).
La primera mentira de la que el “mundo” estaba (y está) convencido, es que aquel Jesús de Nazaret que murió en la cruz, era un hombre más, ajusticiado por las autoridades romanas. Entonces, no pasaba de ser un “buen hombre”, pero equivocado y que pagó caro con su vida su enfrentamiento con las autoridades religiosas y políticas. No obstante aquel Jesús de Nazaret era “el Verbo de Dios hecho carne”, “la luz que alumbra a todo hombre…” (J.1.9,14) a quien “el mundo no le conoció” (J.1.10) y “no le recibieron” (J.1.11). Ese fue y es el gran pecado de aquellos que habiendo oído las buenas nuevas de salvación se negaron y niegan a recibir en su corazón.
Entonces por medio de la predicación del evangelio, la acción del “Espíritu de verdad” estuvo, está y estará encaminada a convencer del pecado de no creer que Jesús de Nazaret es el Hijo del Dios viviente; y por otra, a creer y poner la fe en aquel a quien “Dios ha hecho Señor y Cristo” (Hech.2.36 con, Hech.4.12). Esa labor, ha querido Dios delegarla en la Iglesia (J.15.27) con la asistencia del “Espíritu de verdad”. De otra manera, no se podría cumplir con el programa divino de salvación. Si leemos el capítulo 2 del libro de Hechos de los Apóstoles, vemos ese proceso en el cual se pasó de la incredulidad más absoluta, a creer mediante el convencimiento del Espíritu Santo apoyando y usando las palabras de la predicación del apóstol Pedro. Un convencimiento sobrenatural, al punto de compungir el corazón de las personas que solo unos momentos antes sentían desprecio o indiferencia hacia el crucificado, Jesús de Nazaret. Es lo mismo que nos pasó a nosotros en su momento y ha pasado a millones de creyentes a lo largo de toda la historia.
2.- “Convencerá al mundo… de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más” (J.16.10).
En este caso, también el convencimiento que el “Espíritu de verdad” tendría que producir en “el mundo”, sería doble; por una parte, convencer de una mentira y por otra, convencer de una verdad. Expliquemos esto.
Cuando crucificaron a Jesús, todos estaban convencidos de que aquella muerte, era una muerte más, sin ninguna trascendencia; un acto de “la justicia” humana. Incluso los discípulos del Señor habían huido y perdido las esperanzas en relación con tantas de las cosas que había dicho Jesús. ¿Habría sido todo lo enseñado y afirmado por Jesús, mentira? Pero su muerte no era una muerte cualquiera. La referencia que el Señor hizo al carácter redentor de su muerte, ilustrándolo mediante el pan y el vino en la última cena (Mt.26.26-29; Mr.10.45) cobraron toda su fuerza y valor con la resurrección. (Luc.24.44). La resurrección de Jesús, pues, vindicaba el valor tanto de la persona como de la muerte redentora de Jesús. Después, los apóstoles del Señor, sobre todo el apóstol Pablo, explicaron más exactamente el carácter redentor, propiciatorio y expiatorio del Señor Jesucristo. (Ver, 2ªCo.5.19-21; Ro. 3.22-26; 1ªP1.18-20; 3.18;)
Entonces, como dijimos antes el “convencimiento” que llevaría a cabo el “Espíritu de verdad” al mundo, -aún hoy día- sería doble. Por una parte, si Jesús era el Hijo de Dios como así habían afirmado Él y sus discípulos, el acto de “justicia” llevado a cabo por los hombres crucificando a Jesús en la cruz, se demostró como la injusticia más grande que los seres humanos hayan cometido jamás. Pero por otra, mientras que ellos creían aquella mentira, Dios estaba llevando a cabo su obra redentora a través de ese “inocente Cordero” como víctima propiciatoria (J.1.29, 36; 1ªJ.2.1-2). Dios estaba cargando sobre Él “el pecado de todos nosotros”, tal y como Isaías, el profeta, lo había anunciado hacía más de 700 años (Is.53.6) y de lo cual los apóstoles se hicieron eco. (2ªCo.5.21; 1ªP.1.18-20; 3.18)
Solo cuando se tiene ese doble convencimiento es que podemos poner la fe en Jesucristo y Dios nos otorga su propia justica: “siendo justificados gratuitamente, mediante su gracia… por medio de la fe en su sangre” (Ro.3.24-25; 10.8-9). Insistimos en que la resurrección de Jesucristo validó su obra redentora. De igual manera, la exaltación de Jesús solo fue posible por su resurrección.
Pero dicho todo lo anterior, hemos de prestar atención al hecho de que hoy día, se está propagando (y en esto las redes sociales juegan un papel primordial) la idea de que la muerte del Señor Jesús fue “una muerte ejemplar”, que nada tendría que ver con una obra redentora ni nada de eso. Entonces, aquí se hace necesario volver a leer lo que decíamos en el pasado escrito sobre la necesidad de testificar/predicar lo que es “la verdad” sobre Jesús y su evangelio y no otras ideas e historias que nada tienen que ver con el mismo. Y para eso fue enviado a los discípulos de Jesús, y por extensión a toda la Iglesia, “el Espíritu de verdad”, “para dar testimonio de la verdad”. Igual que hizo Jesús (J.18.37).
3.- “Convencerá al mundo… de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (J.16.11).
Seguro que en estas declaraciones de Jesús hay mucho más que podríamos decir, desde el punto de vista teológico. Pero basten algunas observaciones al respecto.
No hay duda de que el Señor habló del “príncipe de este mundo” y que él lo identificó con “el diablo” (J. 12-31; J.8.44). Para Jesús era un ser real. Jesús no usó la figura del diablo de forma metafórica como si fuera “la personificación del mal”, como muchos dicen hoy. Por ejemplo Rudolf Bultman decía:
“Es imposible usar luz eléctrica y radio y beneficiarnos con descubrimientos médicos y quirúrgicos modernos y, al mismo tiempo, creer en el mundo de espíritus y milagros del Nuevo Testamento. Tal vez pensemos que podemos manejarlo en nuestra propia vida, pero esperar que lo hagan los otros es hacer ininteligible e inaceptable la fe cristiana en el mundo moderno”[i]
Sin embargo si hemos de creer el testimonio fiel de los escritores del Nuevo Testamento que recogieron las palabras y hechos del Señor Jesús, y el de sus propias experiencias, veremos que Jesús habló muchas veces de eso mismo que Bultman y otros niegan. Las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto y la lucha que sostuvo con el mundo espiritual no eran alucinaciones ni fantasías de él. Por otra parte, sería improcedente, desde todo punto de vista, decir que “Jesús participó de los errores de su tiempo”. ¿Dónde queda, entonces, su divinidad y el conocimiento que tenía de las cosas de este mundo y del otro? Entonces, al llamarle Jesús al diablo “el príncipe de este mundo” es porque le estaba reconociendo un papel “principal” en su actividad demoniaca, de engaño, de destrucción y de muerte en este mundo. La razón de esa “libertad” que el diablo tiene para hacerse con el control de los seres humanos, al punto de “dominar” al mundo bajo el engaño (Ef.2.2-3; 2ªCo.4.4; 1ªJ.5.19) y encadenarlos, poniéndolos bajo su autoridad y dominio (Hech.26.18; Col.1.13) es el pecado: “porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro.3.22-23; 5.21). De ahí la declaración del apóstol Juan: “Y el mundo entero está bajo el maligno” (1ªJ.5.18).
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Ahora bien, ya hemos señalado que la muerte del Señor tuvo un carácter redentor y propiciatorio. A través de la muerte de Jesús la deuda que teníamos con la justicia de Dios fue saldada y el diablo despojado de aquello que le daba autoridad sobre las almas, es decir el pecado. Por otra parte, al ser Jesús nuestro sustituto y pagar con su vida el “precio” del pecado, la ley de Dios que nos condenaba a causa de nuestras transgresiones, quedó sin efecto condenatorio sobre nosotros. Como escribió el Apóstol Pablo, “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…” (Ro.8.1) puesto que ya había dicho que “somos justificados gratuitamente por su gracia…” (Ro.3.23-24; 5.1-2).
Con esto en mente, cuando predicamos el evangelio, les decimos a las personas que hay perdón y libertad de toda cadena de esclavitud de pecado, del mundo y del diablo, por medio de la fe en Jesucristo, previo arrepentimiento. Él es el Salvador y el Libertador; él venció en la cruz al diablo y al pecado. Cuando Jesús dijo, antes de morir en la cruz: “Consumado es”, ese era el sentido de sus palabras: ¡La obra que él había venido a realizar ya había sido consumada! (J.17.4; J.19.30). De ahí que Jesús dijera: “el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (J.16.11); “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (J.12.31). Sobre esto escribió el apóstol Pablo en Colosenses, 2.13-15 que es bueno tener en cuenta.
Entonces, al haber sido removidos los impedimentos para obtener la salvación, ahora podemos proclamar como los primeros discípulos: “y todos aquellos que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hch.10.43). Pero hasta llegar a ese punto, es el “Espíritu de verdad” el que hará la obra de “convencer” de esas realidades expuestas en el texto sagrado. Y en toda esta tarea, el Señor cuenta con su Iglesia y, en tanto es una tarea “extraña” para este mundo tan hostil a las verdades divinas, se hace necesaria la presencia del “Consolador=Ayudador=Abogado”, “el Espíritu de verdad” acompañando a los mensajeros que él envía, como decíamos al principio.
(Seguiremos)
[i] Nuevo Testamento y mitología-Bultman. 1998, pág. 4.
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