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“Putin y Kirill son dos fantasmas del stalinismo”: Jean-François Colosimo, teólogo ortodoxo

Una entrevista de Jean-Luc Mouton al teólogo ortodoxo, documentalista y ensayista Jean-François Colosimo acerca de lo que está aconteciendo ahora mismo en Ucrania.

GINEBRA VIVA AUTOR 79/Leopoldo_CervantesOrtiz 31 DE MARZO DE 2022 14:03 h
Putin y el patriarca ortodoxo ruso Kirill.

Réformé, núm. 3940, 31 de marzo de 2022, pp. 6-7.



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Jean-Luc Mouton, exdirector de la revista protestante francesa Réforme, entrevistó para ésta al teólogo ortodoxo, documentalista y ensayista Jean-François Colosimo acerca de lo que está aconteciendo ahora mismo en Ucrania. El énfasis recae en el papel de las iglesias ortodoxas y sus patriarcas, especialmente el de Moscú, ante tan delicado problema. En opinión de Colosimo, estamos ante “un escándalo para la conciencia cristiana universal”, motivo por el que llama a romper las relaciones ecuménicas con la Iglesia rusa. Algunos de sus libros son: Dios es americano. De la teodemocracia a los Estados Unidos (2006), El apocalipsis ruso: Dios en el país de Dostoievski (2008), Ceguera: religiones, guerras, civilizaciones (2018) y La religión francesa. Mil años de laicidad (2019).



 



Jean-François Colosimo [Aviñón, 1960] es un teólogo, historiador y ensayista ortodoxo, expresidente del Instituto Saint-Serge, de París [de teología ortodoxa, www.saint-serge.net/]. Ahora es director general de Editions du Cerf [www.editionsducerf.fr/]. Lejos de aprobar y comprender las críticas del Patriarca de Moscú contra las democracias occidentales, considera abrumadora la responsabilidad de Kirill en los crímenes que hoy comete el ejército ruso en Ucrania.



 



¿Cómo ve la intervención militar rusa en Ucrania?



El ex miembro de la KGB que es Vladimir Putin en realidad representa al hombre soviético, tiene el cerebro de reptil, su visión del mundo… Es inútil buscar, como hacen ciertos comentaristas, a los zares de Rusia; hubo una verdadera escisión totalitaria, que se llamó Unión Soviética. Estamos ante un intento de reconstrucción imperial de tipo comunista. Estábamos muy equivocados al permitir que esta ideología mortal se reconstruyera en torno a este país, Rusia, que hoy sufre porque está dominado por un régimen que nunca ha existido en el resto del mundo.



Putin instauró en Rusia el reinado absoluto de los servicios secretos, de donde procedía, ahora ellos reinan sobre todo, el Estado, la política, la economía, la sociedad y la religión. Putin se ha embarcado en una guerra fratricida contra los ucranianos para satisfacer su voluntad de poder. Todos quienes afirman que Occidente habría provocado a Rusia y que nunca deberíamos haber aceptado a los países del Este en la OTAN están en el lugar equivocado. Antes de esta invasión, Putin había dividido Georgia al absorber parte de Osetia y Abjasia, anexó Crimea, hundió el Donbás, en el este de Ucrania, en sangre y fuego, ganó su guerra en Siria, estuvo presente en Libia y acababa de echarnos de Mali con su división Wagner de torturadores.



 



¿Cuál es el componente religioso de este conflicto?



Muy a menudo las religiones juegan un papel negativo, mucho más de lo que queremos admitir. Estamos claramente en una situación de instrumentalización política de la religión, o al revés. Cuando surgió el comunismo, solo quedaban dos instituciones en Rusia: la Iglesia Ortodoxa y la KGB. Sin mencionar que la Iglesia Rusa ha dado más mártires que cualquier otra iglesia. No menos de 600 obispos, 40 mil sacerdotes, 120 mil monjes fueron asesinados o deportados a los campos, sin contar los 75 mil lugares de culto destruidos... Durante tres generaciones, esta Iglesia de Rusia ha sufrido mucho más que todas las demás iglesias de los países de Oriente que también fueron suprimidos.



En 1941, Stalin convocó a la Iglesia Ortodoxa porque la necesitaba para enfrentar al invasor nazi. A cambio de la restauración del patriarcado, de algunas catedrales, de algunos seminarios, la Iglesia se adhirió a la Unión Soviética.



A finales de la década de 1970, una figura importante, misteriosa pero poderosa, Nicodemo, arzobispo de Leningrado, hizo un pacto con la KGB para moderar la represión interna, a cambio de lo cual la Iglesia renacía y se convertiría en escaparate del régimen. Ella fue a Ginebra al Consejo Mundial de Iglesias, a la ONU, a la UNESCO. Proclamó que estaba muy feliz de ser comunista. Era antinuclear, por el desarme, por la “tercera vía”, por la no alineación y contra Estados Unidos. Este pacto funcionó y Nicodemo tuvo muchos discípulos, a quienes colocó en todos los puestos clave. Creó un departamento de asuntos exteriores, que es el verdadero centro del patriarcado heredado por su mejor discípulo, Vladimir Goundiaïev, convertido en Kirill, el actual patriarca de Moscú, quien selló un pacto faustiano con Vladimir Putin. Está perfectamente familiarizado con esta alianza del pincel y el sable, o más bien del incensario y el misil, como vemos trágicamente hoy en Ucrania.



La iglesia está presente en los países bálticos, en Kazajstán, en Ucrania, en Bielorrusia, en las repúblicas de Asia Central, es para el poder la levadura de la unidad. Es el depósito de lo sagrado, la moralidad, el patriotismo y, en última instancia, la ideología. Y la ideología que comparten Putin y Kirill es el mundo ruso. Solo hay un mundo ruso. Esta reunificación es la justificación ideológica del proyecto imperialista de Putin. A cambio de esto, Putin le construyó iglesias, monasterios y lo celebró como su ministro de asuntos religiosos.



 



¿Quién instrumentaliza a quién, básicamente?



Solo hay un jefe, y ése es Putin. Pero Kirill, el patriarca de todas las Rusias, tuvo la elección perfecta para reconstruir una iglesia en el marco del famoso concilio ruso de 1917. La iglesia había aprovechado la agitación revolucionaria para hacer un concilio muy progresista, que anunció de alguna manera el Concilio Vaticano II: asamblea clerical-laica, retorno a la Biblia, redescubrimiento de la liturgia, intenso movimiento espiritual. Podría haber elegido ese camino y exigir responsabilidades en nombre de sus innumerables mártires. Los enterró, como lo hizo Putin. Porque recordar los crímenes del pasado habría sido algo condenatorio para Putin, que los repitió: persecución de disidentes, asesinato de periodistas, prohibición de una prensa libre... Putin cerró la ONG Memorial, fundada por Andrei Sajárov, que recogía los archivos de la maldad radical de los campos, justo antes de invadir Ucrania. ¿Protestó Kirill? Absolutamente no. Kirill aceptó ser el “hierofante” de Putin, el sirviente sagrado.



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En uno de sus últimos sermones, Kirill denunció a Occidente, su consumismo y la decadencia de su moral… ¿Es esto una preocupación real para la ortodoxia?



Para convertirse en patriarca, Kirill tuvo que adoptar el discurso de Putin; si Occidente es el enemigo militar, también debe ser el enemigo espiritual. Encontramos en Putin y en Kirill el mismo discurso que describe un Occidente decadente, una Europa perdida en la mala moral. Es una fábrica ideológica, pero en la que acabamos creyendo. Sin embargo, esta ideología no se queda confinada al campo de la retórica, ahora se traduce en los niños que murieron bajo las bombas.



 



¿Qué papel juega en este contexto el hecho de que la Iglesia ortodoxa ucraniana se haya vuelto autocéfala?



La Ortodoxia es una comunión de iglesias que, desde el siglo X, ha tomado un giro nacional debido al despertar de los pueblos, y al de las identidades, particularmente frente al Imperio Otomano que abarcó, con excepción del Imperio Ruso, a todos los pueblos tradicionalmente ortodoxos en los Balcanes: serbios, búlgaros, griegos…



Es el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, hoy Estambul, el que desde la ruptura con Roma tiene la primacía en la Ortodoxia. Esta primacía, sin embargo, no es como el papado. No tiene potestad jurisdiccional ni sacramental, pero está activa al servicio de las iglesias. Ejerce poder real de iniciativa, arbitraje y, en su caso, disciplina.



El patriarca de Constantinopla, Bartolomé, ha ido comprendiendo poco a poco el malestar de los ortodoxos de Ucrania, cada vez menos capaces de soportar la dependencia de una autoridad espiritual radicada en Moscú y que apoya sin matices las opiniones del Kremlin. Por lo tanto, concedió autocefalia, independencia eclesial a la Iglesia de Ucrania. Con ello, Kirill enloqueció y comenzó una guerra sin sentido, sembrando la discordia dentro de la unidad ortodoxa, utilizando todos los recursos del Kremlin para intentar doblegar a Bartolomé, escindir la ortodoxia e instrumentalizarla hasta el punto de promover un cisma en África nuevamente este año.



Hoy, Kirill ha llegado al mismo nivel que Putin: mantener Ucrania a toda costa. Y a riesgo de perderlo todo, porque todas las iglesias ortodoxas se están volviendo en su contra. Descubrieron en la guerra contra Ucrania que su arquero moscovita es un archifalsificador.



 



¿Cómo podemos imaginar que podemos leer y comentar el Evangelio, y apoyar al más oscuro nacionalismo mientras bendecimos la guerra y sus masacres? ¿No es Kirill consciente de esto?



Se podría invocar un arcaísmo de lo más ortodoxo. Un patriarca en el monte Tabor, indiferente a la vida política, a la vida social... Pero es muy diferente. Estamos ante un líder religioso que una vez más ha sido corrompido por el régimen comunista y que ha accedido a convertirse en el confesor del FSB [Servicio Federal de Seguridad, sucesor de la KGB], el capellán de los oligarcas. Él mismo heredó una fortuna de dos mil millones de dólares. Se aprovechó de una ley de la Duma, el parlamento ruso, eximiendo de derechos de aduana a todos los productos importados destinados a la Iglesia. Desde entonces, Kirill se ha convertido en el primer importador de cigarrillos Dunhill, coñac Rémy Martin y bolsos Louis Vuitton en Rusia... ¡Todo lo que tiene que hacer es poner el sello del patriarcado cuando la mercancía llega a la frontera y todo está libre de impuestos! Estamos en presencia de una mafia, ni más ni menos.



Lee el Evangelio todos los días, pero en las celebraciones está rodeado de guardaespaldas de la KGB. Se lo lee a multimillonarios que han hecho fortuna sumergiendo sus manos en sangre y a quienes absuelve. Lo hace con Vladimir Putin, que está reduciendo a Ucrania a ruinas, destruyendo al pueblo ucraniano.



Sería bueno que los círculos ortodoxos y ecuménicos rompieran todas las relaciones con el Patriarca de Moscú. Representa hoy un escándalo para la conciencia cristiana universal. Se ha vuelto anti-ecuménico. El rechazo común a su persona nos da la oportunidad de realizar un verdadero acto ecuménico y de decirnos que, a pesar de nuestras diferencias confesionales, que a veces son también diferencias culturales, los ortodoxos no merecemos a Kirill, como tampoco los rusos merecen a Putin. Además, ningún pueblo en el mundo merece a Putin, y ninguna fe en el mundo merece a Kirill. Son fantasmas de la era de Stalin.



Versión: L. Cervantes-Ortiz


 

 


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COMENTARIOS

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Felipe
02/04/2022
15:00 h
1
 
La respuesta a la primera pregunta ya deja patente su impecable objetividad. Podriamos recordar a la icar apoyando varias sangrientas dictaduras, o el inquebrantable respaldo del evangelicalismo yankie al intervencionismo militarista de los Bush. Aquel pastor q bramaba q "Dios aprueba la guerra", o la pléyade d lideres evangelicos q veian en Trump poco menos q un enviado d Jehová. Remata a lo grande: la causa de la guerra en Ucrania es...oh, si: El comunismo! Es evidente! Quien podría negarlo?
 



 
 
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