En Succession, el dinero es lo de menos. Al final, es el dinero la fachada habitual tras la que se esconden los grandes egos, y lo que ilumina con más claridad la incertidumbre humana.
Hablar de dinero nunca falla. Ni siquiera cuando se hace una serie hay muchas probabilidades de fallar, porque el del dinero es un tema que siempre genera curiosidad, y a veces morbo, un deseo insano de recrearse pensando en ello. Ahí está, por ejemplo, El lobo de Wall Street. Pero cualquiera, en algún momento, puede haberse preguntado cómo vive un rico, si alguna vez disfruta del placer de pedir comida para llevar o de entrar en una sala de cine, un día del espectador, a ver el último estreno de la cartelera.
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De ahí, en parte, el éxito de Succession, que interpreta todos esos detalles y los dramatiza, unas veces de forma excesiva y otras con algo más de realismo. La serie de HBO estaba ‘comprada’ antes de ser ‘vendida’, hablando de forma monetaria. No es una producción que corra muchos riesgos y su buena acogida por el público se basa en tres aspectos principales.
El primero es, como decimos, la temática. Succession habla de dinero, sí, pero no de cualquier forma. Los personajes a partir de los cuales estructura su historia son complejos, y eso dota la serie de aspecto reflexivo que no siempre se encuentra al hablar de dinero.
Por otro lado, la serie está ambientada en la actualidad y es inevitable extraer de ella algunos paralelismos con ciertas figuras o tendencias mercantiles, aunque a nosotros nos lleguen desde los lejanos Estados Unidos. Eso facilita la conexión con la historia narrada. Por último, parece rechazar ciertos excesos que siempre aparecen en temáticas del tipo empresarial y mafioso, y ofrece un tipo de detalles más sutiles, como la perturbación progresiva del hijo menor de los Roy, la familia protagonista, o el carácter abstraído del hermano mayor con Napoleón.
[photo_footer]El escocés Brian Cox da vida a Logan Roy, un magnate de la prensa y el entretinimiento. / Fotograma de la serie, HBO.[/photo_footer]
Elementos como esos llevan a pensar que, en realidad, en Succession el dinero es lo de menos. Ver la serie como una historia enfocada simplemente en la obtención de más dinero me parece simplista. Y ni siquiera de poder. Los matices que se desarrollan en las relaciones entre los personajes, los detalles cuando interactúan unos con otros, y la compleja elaboración del carácter de cada uno de ellos con el transcurso de los capítulos, dan para profundizar más.
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Porque, al final, es el dinero la fachada habitual tras la que se esconden los grandes egos, y lo que ilumina con más claridad la incertidumbre humana. Todos y cada uno de los personajes no hacen más que proyectar sobre Mammón sus inseguridades más profundas, sus preocupaciones sin respuesta y una larga lista de decepciones en la vida que, a veces, encabezan ellos mismos.
Muchos momentos de la serie reflejan esta idea. Uno de los más llamativos para mí es ese en el que el patriarca del clan les pregunta a tres de sus hijos qué le pueden ofrecer ellos. Y Roman, el hijo menor, le responde con una pregunta: “¿Amor?”.
En el texto bíblico se habla de que “el que ama el dinero, no se saciará de dinero” (Eclesiastés 5:10). ¿Y qué hay más doloroso que vivir luchando por establecer una seguridad y una satisfacción en aquello que no puede saciar nuestra necesidad más profunda? Si el amor al dinero no encuentra satisfacción en el propio dinero, es porque busca otra cosa, y en su distorsión de enfoque se hace notoria también su dolorosa confusión.
[photo_footer]El reconocido James Cromwell, a la izquierda, da vida a otro extraño personaje del elenco: el hermano de Logan, un viejo activista incomprendido que no soporta todo cuanto representa la familia de su hermano. / Fotograma de la serie, HBO.[/photo_footer]
La historia de Succession adquiere una amargura peculiar en el momento en el que uno descubre que cada uno de los personajes está ligado a hablar, pensar y vivir para el dinero, incluso aún cuando alguno quiere dejarlo. ¿Pero de verdad hay alguien que quiera dejarlo? Aunque hay atisbos de remordimiento con algunos incidentes pasados, en la serie la idea del arrepentimiento no tiene espacio.
Y ahí cobra una especial relevancia el concepto de arrepentimiento que algunos pueden desarrollar. Arrepentirse no es reconocer lo podrido de la manzana y luego querer vender la parte que a uno le corresponde, aquella por la que ha estado trabajando, a la que ha estado dedicando su vida. Y eso es lo que ocurre con los personajes de la serie. De hecho, a los grandes episodios de crisis en sus vidas solo le sigue una sed renovada por volver a investigar a ver si realmente el dinero puede satisfacer esa necesidad tan grande que perciben en sí mismos. No hay lugar para el hecho de despojarse.
Quizá en eso coincidan con aquel joven que se acercó a Jesús confiado en lo que ya tenía para acabar descubriendo que, en realidad, no tenía nada y que estaba tan necesitado como el que más. Pienso que para él, el dinero tampoco era el problema, sino el hecho de tener que afrontar la humillación que significa el reconocerse ‘pobre’ (espiritualmente), y la realidad de haberse equivocado en cuanto al enfoque de su seguridad personal. Es la dureza del eco de aquel mensaje que dice que podemos adquirir lo que necesitamos sin dinero, que podemos obtener lo que verdaderamente sacia sin pensar en un precio (Isaías 55:1-2). Y todo porque Jesús ya lo ha obtenido para nosotros previamente.
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