Nuestra idea de poder es algo visceral. Está ligada a una cosmovisión en la que la huella del pecado es ineludible.
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Revisar la historia para dramatizarla y ficcionarla es una moda permanente y un formato que, paradójicamente, permite mayor flexibilidad con ciertos límites. El hecho de que existan unos acontecimientos marcados en la línea cronológica del tiempo, y que se den por sabidos y estudiados, a muchos les sirve de ánimo para dar paso a la imaginación.
La historia parece haberse convertido en una apuesta segura a la hora de producir una película o una serie, a pesar de que se han visto verdaderas calamidades en pantalla. A Bojan Vuletić le ha salido bastante bien. Se trata del primer director que ha convertido en una miniserie las últimas 72 horas de libertad del expresidente de Serbia y Yugoslavia Slobodan Milošević, en 2001, mientras negociaba con el gobierno su detención, y antes de ser extraditado a La Haya para ser juzgado por crímenes de guerra, contra la humanidad y por genocidio.
Los último tres días (Porodica, en serbio) es una de la grandes producciones serbias de televisión en la actualidad (2021). Sus cinco capítulos, rigurosos en su estética noventera, giran alrededor de la figura de Milošević, convirtiéndolo en una especie de antihéroe atrincherado en su megalomanía y con accesos psicopáticos, mientras negocia con el gobierno. No obstante, la miniserie también destaca por su carácter crítico con buena parte de la cúpula administrativa de aquella Serbia y de aquella Yugoslavia posteriores a las guerras, enquistada en la burocracia y el patriotismo desequilibrado.
[photo_footer]A pesar de contar con un elenco de actores locales y poco conocidos, Los últimos tres días está cosechando éxito en Europa. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]
Buena parte del guion de la serie gira alrededor del discurso antiimperialista que ha abanderado el bloque soviético cuando observaba a occidente, pero que ha olvidado cuando se analizaba a sí mismo. De hecho, junto con los diálogos dramatizados de los personajes, se incluyen fragmentos de archivo de discursos reales pronunciados por el propio Milošević.
La retórica militar es muy pobre y tiene poco recorrido. Todo se resume en amenazas, consecuencias, alianzas y enemigos. Se simplifica todo de una forma que estremece. Como está ocurriendo ahora en Ucrania. Se justifica la agresión, cualquier decisión utilizando unos pocos conceptos y haciendo una revisión histórica de la situación según la necesidad.
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Soy consciente, sin embargo, de que el cuadro no es tan simple. Vuletić presenta a un Milošević encaprichado con el pasado y aferrado a su incierto futuro. También hoy muchos piensan en el conflicto de Ucrania como si fuese una rabieta de Putin. No se pueden olvidar ni dejar de lado los intereses económicos ni los flecos de la diplomacia.
Pero también pienso que es real una nostalgia de un pasado histórico que se ha idealizado, o con el que se relaciona exclusivamente una supervivencia presente. Hasta cierto punto, somos nostálgicos del pasado que aplican su nostalgia al presente no solo como mecanismo de defensa, sino como reivindicación personal, como justicia individual. Y esto no tiene que ver tanto con el grado de patriotismo que cada uno ha desarrollado por su cuenta, sino, sobre todo, con el hecho de querer encontrar una razón propia y una comprensión general de las cosas; una bondad personal en un mundo que se desvanece. Es Natanael respondiéndole a Felipe: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Juan 1:46).
[photo_footer]La cuestión del tratamiento periodístico de situaciones políticas complejas también está presente en la trama. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]
En Los últimos tres días Milošević sigue siendo el “presidente” para muchos, incluso en la actual cúpula de gobierno, y para su familia es mucho más que un marido amador o un padre protector. Es, como le llama su hija en un momento en concreto, “mi dios”, una figura sin la cual no se puede entender el futuro, no se puede vivir conservando el pasado. Perderle a él significa perder la historia.
La secuencia que elabora Vuletić es trágica. Plasma bien la desesperación del líder que está al borde de caer en la irrelevancia política, esos últimos coletazos que resultan realmente tristes. No dejo de pensar en la respuesta que Felipe le da a Natanael antes de que su comprensión de la vida se desmorone al conocer al Mesías: “Ven y ve” (Juan 1:46).
Nuestra idea de poder es algo visceral y ficticio. Está ligada a una cosmovisión en la que la huella del pecado es ineludible y que no deja de fantasear más allá de sus posibilidades reales. Así lo viven los mandatarios, los ‘emperadores’ del siglo XXI que toman decisiones que nos parecen tan desproporcionadas. Pero así lo vive también cada uno, en su día, con una, palabra, un gesto o una mirada. ¡Cuánto necesitamos ver y tener presente a aquel que verdaderamente tiene el poder! Aquel en el que todo fue creado (Colosenses 1:16).
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Con Jesús, el reino de los cielos se acerca (Marcos 1:15). Y mientras que los estados modernos fluctúan entre fronteras porosas e intereses débiles, el verdadero reino de Dios se expande a través del arrepentimiento y la humillación de los corazones. No responde a nostalgias pasadas, sino a la promesa de salvación que es según el propósito de Dios.
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