Tragando habas

(…) trajeron a David y al pueblo que estaba con él, camas, tazas, vasijas de barro, trigo, cebada, harina, grano tostado, habas, lentejas, garbanzos tostados, (2 S. 17:28)

Las habas son plantas anuales de la familia Fabaceae que se mencionan solamente dos veces en el Antiguo Testamento (2 S. 17:28 y Ez. 4:9).

La primera, en relación a unos presentes llevados a David, como solía ser la costumbre hospitalaria propia entre los hebreos y otros pueblos semitas.

Mientras que la segunda, se refiere al pan especial que debía hacer Ezequiel como acción simbólica y profética de los males que le ocurrirían a Judá y a Jerusalén, antes de su destrucción por las tropas de Nabucodonosor.

La palabra hebrea pol, פּוֹל, que significa literalmente “ser grueso”, es la que aparece en ambos casos para designar tales vegetales alimenticios. Se tradujo al griego por kýamos, κύαμος y al árabe por ful.

Las habas (Vicia faba), junto a las judías tiernas (Vigna sp.) y las alubias (Phaseolus vulgaris y Phaseolus molliflorus), se cultivaron en Israel desde tiempos remotos y formaban parte de la dieta habitual de los hebreos.

En tiempos difíciles o de hambruna, se mezclaban habas con granos cereales para elaborar un pan basto (Ez. 4:9). En Egipto también se conocían y cultivaban habas para el consumo humano desde tiempos muy antiguos.

Solían plantarse en noviembre y cosecharse a mediados de febrero. Los tallos servían como forraje para el ganado vacuno, ovino y caprino, así como para los dromedarios. 

Cicerón se refiere al uso de las habas en los ritos religiosos y, sobre todo, entre los pitagóricos. Son varios los autores, tanto en Grecia como en Roma, que presentan diversas recetas culinarias hechas en base a esta leguminosa.

Plinio el Viejo hace hincapié asimismo en que la papilla elaborada con habas desempeñaba un papel religioso en los sacrificios a los dioses. Se creía que en las habas estaban las almas de los difuntos, de ahí que se las usaran como ofrenda a las divinidades.[1]

Las semillas de las habas poseen un gran valor nutricional ya que presentan carbohidratos, fibra, proteínas, grasas, vitaminas (A, B1, B2, C y niacina), así como abundantes sales minerales (calcio, potasio, fósforo, magnesio, cobre y hierro), por lo que son perfectamente aptas para el consumo humano y animal.

No obstante, si se comen con sus hollejos (piel fina que las recubre) son difíciles de digerir. De ahí que no tengan mucho aprecio en determinadas regiones, tal como sugiere el refrán español: “para cochinos, buenas son habas”.[2]

La semilla comestible del haba mide unos 2,5 cm por 1,5 cm y cuando se seca adquiere un color leonado oscuro.

Es una planta originaria de la cuenca mediterránea pero que se extiende hasta el Asia central. Sin embargo, actualmente suele cultivarse también en Australia, China, Egipto, Etiopía, Europa y algunos países de América Latina.

El texto bíblico de Ezequiel (4:9-17), anteriormente mencionado, se refiere a la predicción realizada por el profeta acerca de la desolación que sobrevendría sobre Jerusalén.

Se trata de la misma que se describe en los capítulos 4 y 5 del libro de Lamentaciones, con el fin de dramatizar simbólicamente la profecía que Dios le había revelado.

Para que el pueblo hebreo comprendiera bien lo que le esperaba, Ezequiel tiene que llevar un dieta pobre y de muy baja calidad, condimentada de manera repugnante y contraria a las prescripciones de la Ley mosaica.

Debe comer una mezcla de productos que eran más propios de animales que de personas: trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y avena.

Una mezcla de buenos y malos granos que en Levítico se prohibía plantar juntos en el mismo campo (Lv. 19:19), posiblemente por las connotaciones paganas de los cultos y orgías a la fertilidad que practicaban los pueblos vecinos.

Además debía hacerlo en poca cantidad y regulando escrupulosamente el agua bebida. Esta dieta escasa tenía que servir para transmitir a los hebreos la realidad de las calamidades que les esperaban y que, según Jeremías 37, ocurrieron realmente durante el sitio de Jerusalén por los ejércitos de Nabucodonosor.

Y todo ¿por qué? ¿Por qué tenía Ezequiel que actuar así y pasar hambre? ¿Acaso no había en Babilonia suficiente alimento, excelentes y abundantes panes, así como magníficas fuentes de aguas cristalinas?

El ser humano casi nunca acepta la justicia divina. Se niega a reconocer su propia maldad y rechaza las consecuencias de ésta. Nadie quiere ser juzgado y, mucho menos, condenado.

Sin embargo, en ocasiones, Dios demanda austeridad a sus hijos con el fin de cumplir sus planes eternos. Predicar su mensaje casi siempre requiere que nos neguemos a nosotros mismos.

En un mundo de injusticia, maldad, derroche irracional y contaminación sin control, como el de hoy, es menester que los cristianos seamos también austeros voluntariamente y vivamos así dando ejemplo a los demás que no comparten nuestra fe.

A veces, aunque no gusten, hay que tragarse las habas.

[1] Segura, S. y Torres, J. 2009, Historia de las Plantas en el mundo antiguo, CSIC, Universidad de Deusto, Bilbao, p. 426.

[2] Font Quer, P. 1976, Plantas medicinales. El Dioscórides renovado, Labor, Barcelona, p. 383.