Los damanes bíblicos son una de esas curiosas especies mosaico difíciles de relacionar con cualquier otro grupo de mamíferos.
En el Antiguo Testamento se menciona a este singular mamífero y se le incluye entre los animales impuros que no eran kosher (no se podían comer). Concretamente, en Levítico se dice: También el conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña, lo tendréis por inmundo (Lv. 11:5).
Esta misma especie animal se repite también en otros lugares (Dt. 14:7; Sal. 104:18; Prov. 30:26) y plantea los siguientes interrogantes: ¿Eran conejos, como dice el texto, o eran en realidad damanes? Y, en cualquier caso, hoy sabemos que ninguna de estas dos especies son animales rumiantes como las vacas, ovejas, cabras, camellos o ciervos. ¿A qué se refiere entonces la Biblia?
A la primera cuestión hay que responder que los traductores europeos de la Biblia no tenían conocimiento de la existencia de estos animales y tradujeron la palabra hebrea shaphan por “conejo”. Especie que les resultaba mucho más familiar. No obstante, el texto bíblico se refiere en realidad a otro animal muy peculiar que vive entre los agujeros de las rocas y que en Palestina se le denomina vulgarmente “oso-rata”, debido a sus semejanzas con ambas especies.
Se trata del damán de las rocas, antiguamente denominado hyrax pero hoy clasificado como Procavia capensis. En realidad, se asemeja a una marmota o a un conejo de Indias grande. En Israel resulta muy común y es fácil fotografiarlo por todo el país, tomando el sol sobre las rocas o subido a construcciones humanas y a las acacias del desierto. Capté estas imágenes en el monte Carmelo, en Banias (Galilea) y en Ein Guedi (Judea), junto al mar Muerto.
En cuanto a la segunda cuestión, conviene recordar la definición exacta de animal rumiante y en qué momento se descubrió dicha fisiología particular. En general, los animales que rumian (bovinos, ovinos, caprinos, camélidos y cérvidos) poseen un estómago dividido en cuatro cavidades: panza, redecilla, libro y cuajar. Dicha anatomía les permite digerir el alimento vegetal en dos etapas.
Primero lo tragan y cuando llega a la panza se mezcla con mucus y diversas especies de bacterias que son capaces de deshacer la celulosa. En la panza hay también toda una población de protozoos ciliados que digieren dicha celulosa de los vegetales y que, a su vez, son digeridos después por el rumiante.[1]
Posteriormente el bolo es regurgitado medio digerido. Luego lo vuelven a masticar, ensalivar y así lo degluten definitivamente. Todo este proceso les sirve a los rumiantes para comer rápidamente el alimento y retirarse después a digerirlo en condiciones de seguridad, lejos de posibles depredadores. Además, su capacidad para romper la celulosa les permite nutrirse de plantas duras que otros animales son incapaces de consumir.
Como se ha indicado, conejos, liebres y damanes no pueden considerarse animales rumiantes que posean estómagos con las características anteriores. Además, aquello que los israelitas de la época de Moisés entendían por “rumiar” no es lo mismo que lo que entiende actualmente la fisiología animal.
Por tanto, sería un error juzgar la exactitud de la declaración bíblica en función del concepto restringido y reciente de lo que es un animal rumiante. A pesar de todo, al damán, y también a los conejos y cobayas, se les puede ver muy a menudo moviendo sus mandíbulas como si masticaran vegetales frescos, cuando en realidad no lo hacen.
Tal comportamiento se ha considerado vulgarmente, desde siempre, como si realmente estuvieran rumiando. ¿Qué es lo que comen entonces, puesto que no son rumiantes verdaderos?
En vez de comer más hierba lo que hacen es comerse algunas de sus propias heces. No son rumiantes pero le dan también a su alimento un segundo tránsito por el intestino. De vez en cuando, producen unas deposiciones blandas (cecotrofos) constituidas por comida parcialmente digerida, rica en bacterias y proteínas, que son diferentes a las habituales deposiciones más sólidas.
Inmediatamente después de ser excretados estos cecotrofos, los consumen para aprovechar sus nutrientes. Esto es precisamente lo que parecen rumiar cuando se encuentran en reposo y, desde luego, a cualquier hebreo observador que se hubiera percatado de tal comportamiento, le habría faltado tiempo para colocar a los damanes y conejos en la lista de los animales impuros.
De manera que la Biblia acierta en su apreciación del comportamiento de tales especies. No son rumiantes en el sentido científico actual pero sí “rumian” algo tan impuro como algunas de sus propias deposiciones. A lo mejor, esta afición a la coprofagia y su consiguiente rechazo culinario por parte de los israelitas es lo que ha permitido la conservación y abundancia de dicha especie en Israel, hasta el día de hoy.
Desde el punto de vista zoológico, los damanes son también muy singulares. La docena de especies conocidas se consideran como un rompecabezas natural ya que presentan características de otros animales muy diferentes. Algunos zoólogos consideran que se parecen a los elefantes ya que ambas especies carecen de escroto por tener los testículos internos próximos a los riñones.
Además los huesos de las patas y pies anteriores, así como el cerebro, son también como los de estos proboscídeos. Sin embargo, el estómago es parecido al del caballo. Pero también las hembras presentan dos úteros y una placenta similar a la de un pequeño mono del género Tarsius.
Por si esto fuera poco, su esqueleto tiene mucho en común con el de los rinocerontes, siendo notable el gran número de costillas que posee. Por otro lado, las muelas de su mandíbula inferior recuerdan a las del hipopótamo.
En fin, los damanes bíblicos son una de esas curiosas especies mosaico difíciles de relacionar con cualquier otro grupo de mamíferos. Un auténtico rompecabezas para los zoólogos evolucionistas.
La Biblia se refiere a este curioso animal y a su costumbre de buscar cobijo entre las rocas para resaltar su sabiduría instintiva. Aunque no posee la fuerza y el poder de otros animales, compensa tal carencia así como su aparente vulnerabilidad proporcionándose refugio en lugares rocosos e inaccesibles para sus depredadores.
El AT hace hincapié en esa idea: Los conejos (shaphan o damanes), pueblo nada esforzado, y ponen su casa en la piedra (Pro. 30:26). Y también, las peñas, madrigueras para los conejos (shaphan o damanes) (Sal. 104:18). Estos versículos exhortan a las personas a sobrevivir en medio de las dificultades de la vida.
El mismo Creador que le concede sabiduría al débil damán para protegerse de los peligros entre las rocas, ¿no nos concederá también a los humanos la fuerza necesaria para sobrellevar con esperanza las cargas de la existencia? Los pequeños damanes creados por Dios son pues un claro ejemplo para nosotros.
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