Terminamos la serie intentando una conexión entre lo divino y lo humano. Para poder hablar de la universalidad de los Derechos Humanos, no nos podemos restringir a decir que son simplemente un producto de un contrato social. Hay que ir más allá. Hay que caminar e ir a ver si los Derechos Humanos los podemos conectar con lo absoluto, con la dimensión eterna del hombre, con el hecho de que el hombre también tiene un origen divino, creado por Dios a su imagen y semejanza.
Por tanto, un no al hecho de afirmar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos son un mero producto del acuerdo o contrato entre los hombres. Si así fuera, todos aquellos que no han participado en la creación de estos derechos o que, simplemente, dicen no aceptar este contrato social, podrían decir que no tienen por qué aceptar estos derechos de todos y cada uno de los hombres, que no tienen por qué aceptar esta universalidad de los Derechos Humanos.
Así, para los cristianos es más fácil. Los cristianos podemos ver en todos y cada uno de los Derechos Humanos algo que le corresponde a cada hombre por el hecho de serlo, por la dignidad que le confiere el ser criaturas de Dios, por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, lo cual le confiere una dignidad especial que está por encima de cualquier contrato social y que le convierte en el destinatario natural de todos estos derechos independientemente de que alguien pueda decir que él ha participado o no en este contrato.
Los cristianos tenemos que afirmar rotundamente que el respeto a los Derechos Humanos dimanan de toda una ética o de imperativos morales que tienen sus raíces en la espiritualidad, en la vivencia de una espiritualidad que tiene como base el amor al prójimo en semejanza con el amor a Dios mismo. Así, pues, los Derechos Humanos no dependen solamente de un contrato social, sino que tienen raíces espirituales, raíces en ordenanzas divinas, en obligaciones que emanan de que el prójimo es mi hermano a quien yo debo amar como a mí mismo.
De ahí que
los cristianos sean los más capacitados para la divulgación y aplicación de los Derechos Humanos, de la proclamación de su universalidad, como la base común moral para el respeto mutuo entre todos los hombres, entre todos los pueblos y naciones. A todos y cada uno de los hombres, igual dignidad, igual respeto.
Por tanto,
para los cristianos los Derechos Humanos no se pueden quedar reducidos a una mera reivindicación política o social, no pueden quedar reducidos a un contrato social para mejorar la convivencia entre los hombres. Tenemos que ir mucho más allá: una necesidad moral y ética que dimana de la propia espiritualidad del hombre y que conecta a los Derechos Humanos con lo divino, con lo absoluto, con la metahistoria, con la igual dignidad que Dios ha conferido a cada hombre.
Así, la defensa de los Derechos Humanos enlaza con la defensa y la práctica de la projimidad. A estos derechos los podemos enlazar con los valores bíblicos, con los valores del Reino… aunque siempre pensemos que el texto y los valores bíblicos son materia primera, pero no hay contradicción entre lo excelso de los valores bíblicos y la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El hombre no tiene una dignidad espiritual y otra social. La dignidad que Dios ha conferido al hombre, abarca tanto lo espiritual, como lo social, como lo económico, como lo cultural y cualquier tipo de capacitación que mejore al hombre y lo haga más humano. Lo humano y lo divino se tocan en la persona de Jesús.
Por tanto, los cristianos no debemos cometer el error que se comete tanto con los valores expresados por la Declaración Universal como con los valores expresados por la Biblia, los valores del Reino. Muchas veces hacemos un reconocimiento público de la validez y de lo excelso de estos valores, decimos que reconocemos la universalidad de estos valores, nos parecen buenos, necesarios… los aceptamos en el plano teórico. Lo que debemos evitar es que se queden en ese plano de reconocimiento teórico por parte de la comunidad cristiana o de la comunidad internacional, sino que hemos de pasar a otra etapa sin la cual la Declaración Universal de los Derechos Humanos o, en su caso, los valores bíblicos, no se quedan en mera teoría o doctrina que no cambia nuestras vidas ni nos mueve a la acción.
Por tanto,
lo importante no es sólo la declaración o confesión de valores, sino su aplicación en nuestro aquí y nuestro ahora, la aplicación efectiva de estos valores en el mundo, en toda la tierra, en medio de los focos de conflicto, de las marginaciones, de los racismos, de las opresiones y empobrecimiento y despojo de los más débiles.
Si queremos que sean realmente derechos universales no los debemos parcelar y aplicar unos y no otros. No se debe hacer lo que se practica en algunas democracias occidentales en las que se les da prioridad a los derechos civiles y políticos individuales en detrimento de los derechos sociales y económicos en donde la dimensión social y colectiva del hombre queda relegada a un segundo plano o, simplemente, sesgada.
No olvidemos que en el mundo, con la caída de los países socialistas ha caído toda una fuerza que daba mucha relevancia y prioridad a los derechos económicos y sociales. Hay que tener cuidado para que estos Derechos Humanos no sean usados por algunos países como instrumento ideológico en manos del neoliberalismo más o menos radical.
Los Derechos Humanos, para que sean realmente Universales, tienen que ser también indivisibles, se les tiene que ver coimplicados unos con otros y saber que el no cumplimiento de uno de los Derechos Humanos va a hacer que se derrumbe todo el edificio de la Declaración Universal… Al igual que ocurre con los valores bíblicos y con los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con el nacimiento de Jesús, hijo de Dios que interrelaciona lo divino con lo humano.
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