Es Navidad. Por tanto, la esperanza, teñida de amor, debe ser activa y comprometida con el futuro. La esperanza tiene que estar comprometida también con los débiles del mundo, con los que sufren o carecen de los más elementales derechos humanos. La esperanza, aún en su utopía, tiene que ser el motor que cambie el mundo... aunque no debería limitarse sólo al tiempo navideño.
Dios con nosotros. Refuerza la esperanza amorosa. La esperanza activa es una esperanza comprometida con la realidad. La esperanza no tiene límites cuando ve las maldades de las estructuras sociales, o los terrorismos, o las torturas. Su panorama de futuro siempre es un tanto utópico, pero las utopías pueden mover el mundo y transformarlo. La Navidad es el inicio de la utopía del Reino.
Navidad. Mensaje de amor. La esperanza bañada en el amor activo, tiene que ser, en cierta manera, militante, militante de las ideas de amor, de projimidad, de cambio de la realidad, de denuncia de los sistemas opresores, militante de la aplicación de los derechos humanos. La esperanza, fundamentada en el amor, no puede tirar la toalla. El que espera trabaja, escribe, lucha, protesta contra la injusticia, contra todo tipo de tortura o terror, no descansa, no se para al lado del camino para dormitar. Máxime si el prójimo grita y mi esperanza está fundamentada en el amor, en el deber de projimidad. Navidad militante para el bien del prójimo marginado.
Navidad, indicios de un mundo mejor. La buena voluntad de Dios para con los hombres. El amor todo lo espera y la espera esperanzada ama, desea un futuro mejor, que cesen los gritos de los desesperados. Porque hay algunos que han perdido la esperanza. Su grito ha durado tanto que su garganta ha quedado seca y la esperanza ha desaparecido de su horizonte. Por eso, el cristiano, en estas fechas navideñas, aunque no sólo en ellas, tiene que ser portador de esperanza, un transmisor de esperanza. Una esperanza confiada y amorosa. Una esperanza comprometida capaz de ir transformando la historia.
Es Navidad. El Reino de Dios irrumpe en nuestra historia con sus valores dentro de la utopía del Reino. Se necesitan utópicos de la esperanza, que sean optimistas y solidarios, comprometidos con el dolor del mundo. Personas cargados de esperanza y llenos de optimismo para que, en el caso de que llegue alguna derrota, puedan levantarse y continuar rumbo a la utopía, pues la esperanza no se para ni queda tirada al lado del camino.
Navidad que acoge el grito de los pobres y marginados del mundo. La esperanza o, si se quiere, el amor que todo lo espera, no es sumisa, no es conformista, no es indiferente al grito del marginado, del oprimido, del torturado. La esperanza denuncia, en un gesto de rebeldía, toda injusticia que afecta a la vida del prójimo. La esperanza no puede conformarse ni adaptarse a las estructuras sociales de pecado, a las estructuras marginantes o insolidarias. Eso sería faltar al amor, al amor que debemos al prójimo... No sería posible la celebración de la Navidad. El que se adapta a las estructuras opresoras, no ama a Dios. No ama a Dios, porque es incapaz de amar al prójimo. Es incapaz de sentirse interpelado por el grito del sufriente. Estas personas no son militantes de la virtud de la esperanza activa, de la esperanza en compromiso vivo. La celebración de su Navidad, consumista y de jolgorio pagano, es un insulto a los valores bíblicos.
No temáis. Mi mensaje es de gran gozo. El que milita en la esperanza, tiene que transmitir también un mensaje denunciador, tiene que estar en disconformidad con los opresores. Si no, el mensaje no es navideño. La esperanza, máxime la que es un tanto utópica, nos dice que estos opresores tienen que desaparecer. Es entonces cuando la esperanza busca vías de detección de las causas de la opresión, del sufrimiento en el mundo, del por qué no se respetan los derechos humanos de todas las personas, de por qué no todos somos igualmente partícipes de los bienes del planeta tierra. En Navidad, como parte de esta celebración, se deberían hacer estas reflexiones.
La Navidad de los pobres. Es posible porque hoy en el mundo hay grandes desequilibrios económicos. La esperanza navideña nos dice que esto es posible cambiarlo, que se pueden introducir nuevos valores que sean contravalores con los valores sociales marginantes y opresores. Que existen valores del Reino, basados en el amor, que tienen que ser valores en lucha contra aquellos que son los valores del antirreino, los valores de las tinieblas y del mal. Por eso podemos celebrar la Navidad.
Navidad. Un rotundo no. Así, el cristiano, cargado de esperanza, tiene que decir un no rotundo a muchas cosas y no conformarse a este mundo. También en Navidad hay que nadar contra corriente y ser una voz que grita como trompeta que denuncia el mal y no acepta como buena la realidad que margina, oprime, genera terrorismos o torturas o despoja a los hombres, no solamente de su derecho a participar justamente de los bienes del mundo que pertenecen a todos, sino de su dignidad. Esto es algo que afrenta a Dios mismo, la Antinavidad, algo contra lo que tenemos que gritar los que caminamos por el mundo cargados de esperanza. Una esperanza que nunca es pasiva ni conformista. Una esperanza que debe cabalgar montada en el caballo del amor. El caballo de dos amores que se dan en relación de semejanza: el amor a Dios y el amor al prójimo. En estas líneas debemos desarrollar nuestro lenguaje navideño que no se queda sólo en palabras, sino en compromisos de acción solidaria.
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