El tweet de Dios sobre el gobernante malvado

Entre los muchos Herodes que hubo en aquella saga familiar hay uno que destaca, habiendo sido distinguido de los demás con el apelativo de el Grande, que se debe a los logros que consiguió en su vida. Su astucia para saber moverse en las turbulentas aguas de la política de su tiempo le sirvió para llegar a ocupar el trono de Judea, que Roma le otorgó, siendo el primero de su familia en alcanzar tal prominente puesto de poder. Para lograrlo siempre supo arrimarse al árbol que más sombra daba, de modo que al principio gozó del favor de Marco Antonio y de Octavio, cuando los dos estaban al mando de Roma, pero cuando surgieron las disensiones entre ambos y Marco Antonio fue derrotado, Herodes se las arregló para ponerse del lado del vencedor, quien lo reafirmó en el trono de Judea.

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Para conservar su puesto, que tanto le había costado conseguir, no iba a permitir que nada ni nadie se lo arrebatara, de ahí que ordenara matar a cualquiera de quien sospechara que estaba conspirando contra él, comenzando por miembros de su propia familia, incluidos algunos de sus hijos de quienes no se fiaba. También su esposa, su suegra y los descendientes de los Macabeos siguieron el mismo fatal destino en sus manos, porque su ambición de poder era mayor que cualquier otro principio moral, lo cual quiere decir que si con los más cercanos y respetables no tenía escrúpulos de conciencia en quitarlos de en medio, mucho menos los iba a tener con los más lejanos. Y así fue como Herodes implantó una red de espionaje en Jerusalén, siendo el soborno y la extorsión los medios para que quien tuviera alguna información valiosa delatara a cualquier posible intrigante.

Este terrible retrato moral de Herodes cuadra bien con lo que sabemos de él por el evangelio de Mateo, pues al conocer por los magos que el rey de los judíos había nacido, usó de astucia para obtener de ellos la información precisa sobre su paradero y cuando se sintió engañado mandó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores.

Teniendo en cuenta todo esto, antes que ser conocido como Herodes el Grande, apelativo con el que ha pasado a la historia, le convendría más el de Herodes el Miserable, que por sus abundantes crímenes merece.

Pero seguramente el primer apelativo se debe a las grandes aportaciones que Herodes hizo en el campo arquitectónico, ya que mandó construir la ciudad de Sebaste, llamada así en honor de Octavio Augusto, su protector, pues Sebastos es el término griego para el latino Augusto, además de la Cesarea marítima, también así llamada por el emperador. ¡Cómo no iba a halagar a quien le debía tanto! Además construyó fortalezas, estando entre las más famosas la de Masada, atracción turística actual, o la Torre Antonia, así denominada en honor a su primer benefactor. 

No faltaron en Jerusalén y otras localidades la construcción de anfiteatros, teatros, palacios, etc., que daban buena cuenta de su tendencia pagana, la cual procuró equilibrar, para agradar al pueblo sobre el que gobernaba, con el agrandamiento y embellecimiento del templo de Jerusalén, de lo cual da buena cuenta la fascinación que, décadas después, ejerció sobre un discípulo de Jesús, cuando le dijo: ‘Maestro, mira qué piedras y qué edificios.’

Pero Herodes no tenía dos cualidades imprescindibles para el puesto que ocupó, como son la legitimidad y la dignidad. Le faltó legitimidad, porque él no era de estirpe judía, sino edomita. Por tanto, no era israelita, con lo cual el cargo no le podía pertenecer legítimamente, por más que tuviera la legalidad de Roma. Se puede tener legalidad y no tener legitimidad. Tampoco tenía dignidad, al estar desposeído de ella por su carácter vil y comportamiento infame.

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Legitimidad y dignidad son dos características que siguen siendo necesarias para cualquier gobernante. Herodes no tuvo ninguna de las dos. Hoy hay gobernantes que siguen en los pasos de ese hombre, habiendo llegado al poder sin ninguna de las dos cualidades. Hay otros que, teniendo legitimidad, porque la aritmética de los números se la confieren, carecen de dignidad, que no tiene nada que ver con apoyos y votos, sino con el calibre moral personal.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘León rugiente y oso hambriento es el príncipe impío sobre el pueblo pobre.’ (Proverbios 28:15). Dos fieras implacables, que buscan satisfacerse a sí mismas, son la ilustración que sirve para retratar al gobernante malvado. El rugido del león ya estremece al que lo escucha, del mismo modo que ocurre cuando el gobernante malvado abre la boca para hablar. Y si de por sí el oso ya es temible, mucho más lo es cuando está necesitado, porque entonces su furia es más grande, con lo cual el daño que infligirá será todavía mayor. El pueblo es el que sufre las consecuencias en ambos casos.

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