El tweet de Dios sobre el intercambio del justo en lugar del malvado

Que mantener la integridad puede llegar a costar un alto precio es evidente, precisamente por el elevado valor que la integridad tiene, no ocurriendo lo mismo con su contraria la deshonestidad, que no requiere esfuerzo alguno y por ello carece de valor.

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Aquel hombre íntegro estaba rodeado de enemigos, quienes le tenían envidia porque el rey lo había encumbrado hasta las posiciones más destacadas, pensando incluso en ponerlo por encima de todos sus notables, lo que ya era más de lo que sus adversarios estaban dispuestos a soportar. ¿No era, después de todo, un extranjero, miembro de un pueblo que había sido subyugado? ¿Cómo iban a tolerar semejante despropósito? Había que destruirlo de cualquier manera. Pero parecía una meta imposible, porque aquel hombre se comportaba recta y fielmente en todos los asuntos que se le habían encomendado. Si ya de por sí es difícil mantenerse limpio en medio de las revueltas corrientes de este mundo, cuánto más no lo es guardarse así entre las turbias aguas de la política. Para preservar el puesto alcanzado muchos ceden, porque el pragmatismo es la divisa que, finalmente, se acaba imponiendo. Sí, hay que ser prácticos, porque el idealismo no lleva a ninguna parte. Sin embargo, aquel hombre había optado por ser fiel a sus principios, siendo, a la vez, un servidor del Estado.

Pero ¿hasta qué punto estaría dispuesto a seguir así? ¿Cuál sería el límite en el que diría: Hasta aquí he llegado? Para conseguirlo, sus enemigos planearon una estratagema para ponerlo entre la espada y la pared, de manera que no le quedara otra salida que renunciar a su conciencia, si quería seguir conservando la vida. Y si renunciaba a su conciencia, ellos habrían ganado la partida, porque habrían destruido su fibra moral.

La estratagema fue usar al rey, sin que éste supiera sus auténticas intenciones, para que promulgara una ley prohibiendo, durante treinta días, dar culto a nadie que no fuera el rey mismo. Había una doble idea en el plan, porque por un lado se adulaba la vanidad del monarca y, por otro, se tendía la red sobre la víctima, siendo esta segunda intencionalidad el objetivo final. Se trataba de una ley elaborada ex-profeso con un propósito maligno. Si se mantenía firme, haría desacato al rey; si no, haría desacato a su Dios.

Como el plazo de la ley era de treinta días de duración, una solución habría sido no manifestar públicamente en ese tiempo ningún comportamiento que transgrediera esa ley. La prudencia aconsejaba seguir esa conducta, también el sentido común y, por supuesto, el pragmatismo. Como la transgresión de la ley sólo sería evidente si la quebrantaba a ojos de los demás, ¿quién se iba a enterar de lo que hiciera en privado? Sí, esta parecía ser la mejor solución del conflicto de conciencia. Durante treinta días mantendría su costumbre de orar a Dios, pero sólo en su recinto, donde nadie lo vería, y pasado el plazo volvería otra vez a la costumbre de hacerlo públicamente. Al no haber espías ni micrófonos ocultos en su estancia, su transgresión de la ley pasaría desapercibida.

¿Cuántos, en semejantes circunstancias, habrían escogido esta salida? Seguramente muchos. Pero no este hombre. Lo que él había venido haciendo siempre, lo iba a continuar haciendo esos treinta días. No se convertiría en un creyente secreto, después de haber estado dando testimonio público, para salvar su vida, porque estaba hecho de otra pasta. Y así, cuando se hizo efectivo el artero decreto, él abrió las ventanas de su cámara y oró a Dios, como lo solía hacer antes, no una vez, sino tres veces al día. Cualquiera que quisiera podía ver lo que estaba haciendo. Ya de por sí, dar testimonio en un territorio hostil en circunstancias normales era cosa de valientes, pero hacerlo ahora era cosa de héroes.

De este modo fue como lo vieron sus enemigos, que estaban minuciosamente pendientes de todos sus pasos. Por fin le habían pillado y lo tenían en su manos. Inmediatamente lo denunciaron, siendo hecha efectiva la sentencia inmediatamente. Los leones le aguardaban en el fondo del foso, que fue tapado con una piedra y sellado con el anillo del rey. No tenía salvación.

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Pero, contra todo pronóstico, a la mañana siguiente él seguía indemne, en medio de los leones. Entonces se produjo una reversión total, siendo sacado del foso y arrojados al mismo sus enemigos, quienes fueron devorados por las fieras al momento.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Recate del justo es el impío y por los rectos el prevaricador.’ (Proverbios 21:18). El justo condenado viene a ser rescatado, ocupando su sitio el malvado. El primero, perseguido y sentenciado por el segundo, es salvado, mientras que éste recibe lo que había tramado. Fue el caso de Daniel, que se convierte en destinatario y prototipo de la gracia preservadora de Dios que aguarda a otros.

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