El bien podría sufrir y hasta estar a punto de ser aniquilado a manos del mal, pero, a la postre, jamás resultaría vencido.
En los tebeos de aventuras de mi infancia, ya fueran el Capitán Trueno, el Jabato o el Guerrero del Antifaz, entre otros, había siempre una constante en el guion, consistente en que el bien acababa triunfando sobre el mal y la justicia sobre la injusticia. Aquellos héroes eran la encarnación de lo bueno en su constante lucha contra lo malo, siendo tal su propósito en la vida. Y aunque temporalmente la maldad parecía tener la hegemonía total, finalmente era vencida por la valentía y entrega de los hombres que habían tomado como causa derrotar todos los abusos y opresiones, protegiendo y librando a los débiles de mano de los tiranos.
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Semana tras semana estábamos a la espera de que apareciera el siguiente número, para ver cómo nuestros admirados valientes escapaban de los mortales peligros que sus enemigos les habían tendido y, tras emocionantes peripecias y luchas, salían victoriosos de los mismos y acababan venciéndolos. Sin embargo, cuando ya se había conseguido el objetivo deseado de restituir la justicia y la paz al sitio que le correspondía y parecía que el horizonte se presentaba azul por doquier, al haber desaparecido de la escena el último truhan, de pronto surgía en otra parte un peligro peor, si cabe, que el anterior, con otro canalla cometiendo desmanes, al cual había que hacer frente y quitar de en medio. Era la forma lógica de que la serie continuara.
Naturalmente era imposible que alguno de aquellos paladines pereciera a manos de algún bellaco y si bien tantas veces estuvo tal cosa a punto de suceder, lo cual ocurría para añadir emoción al relato, siempre, en el último momento, acontecía la salida que daba un vuelco a la situación. La imposibilidad de la derrota definitiva de los protagonistas de aquellos tebeos se debía a dos razones, siendo la primera que si eso sucediera se acabaría su publicación y la segunda que el mal habría triunfado para siempre.
Pero a pesar de que la esencia del guion era cada vez la misma, esto es, la erradicación de la injusticia por la justicia, esa repetición no producía aburrimiento o cansancio y aunque implícitamente ya se suponía que el héroe no moriría ante el rufián de turno, tal suposición no anulaba el trepidante interés suscitado por la confrontación entre uno y otro, porque se trataba de un combate desigual, en el que los malandrines tenían a su disposición todas las ventajas y superaban con mucho a nuestros héroes en recursos. Pero, precisamente, ahí radicaba la clave para que no decayera el interés, al ser una pelea entre dos partes bien diferenciadas, no solamente por su carácter moral sino también por los medios empleados. Por supuesto, cada vez que se producía el vencimiento de un malhechor la sensación del lector era de satisfacción y alegría, al comprobar que nuestro héroe, y todo lo que representaba, había obtenido la victoria, es decir, que el bien había triunfado sobre el mal y además lo había logrado por métodos en los que la nobleza, el valor y la inteligencia habían sido capaces de derrotar a la vileza, la traición y el engaño.
En resumen, aquellos tebeos venían a enseñar lo que está grabado en la conciencia en cuanto a la lucha entre el bien y el mal y la única conclusión justa del mismo. El bien podría sufrir y hasta estar a punto de ser aniquilado a manos del mal, pero, a la postre, jamás resultaría vencido. Solamente mentes retorcidas podrían concebir que fuera al revés.
Pero, a fin de cuentas, los tebeos eran producto de la imaginación humana, mera ficción, y por tanto podían estar sujetos a error en cuanto a su veredicto de quién debe salir ganando y quién perdiendo, porque tal vez su parecer consistía solamente de buenas intenciones y deseos. De ser así, todo quedaría en el aire y la victoria del bien sería hipotética, al igual que la derrota del mal. ¡Qué duda más lacerante y qué escenario tan turbador!
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El justo no será removido jamás; pero los impíos no habitarán la tierra.’ (Proverbios 10:30). Hace tres mil años, mucho antes de que existieran los tebeos, la verdad de que la justicia permanece y la iniquidad será desarraigada, se nos presenta en este texto de manera fehaciente, por lo que no nos hace falta depender de los guiones de aquellas publicaciones para estar seguros de ello. Esta verdad es portadora de una esperanza viva, por la cual, no importa la envolvente maldad actual, podemos estar seguros de que efectivamente el bien triunfará y el mal acabará derrotado.
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Mas no se trata solamente del bien y el mal, como entidades abstractas, sino del justo y los impíos, como portadores personales de esas entidades. Llama la atención que la palabra justo está en singular, pero impíos en plural, porque solamente hay uno que tiene derecho legítimo a ser considerado el Justo por excelencia, quien no será removido jamás. Pero aquellos que, reconociendo su iniquidad, acuden a ese Justo en busca de justicia salvadora, reciben de él su firmeza permanente, de la que quedarán excluidos los que se obstinan en permanecer en su iniquidad.
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