La paz de saber que el mal no tiene la hegemonía debe ser en los tiempos actuales, como lo fue en los anteriores, fuente de fortaleza para el cristiano.
Hay dos reacciones que pueden ocurrir cuando los malvados consiguen sus objetivos y quedan impunes de sus delitos, siendo una la furia y otra la envidia. La furia surge cuando se constata que los principios más elementales de justicia han sido burlados, lo cual supone la victoria de la maldad y la derrota de lo que es justo. Entonces brota la indignación, como resultado natural ante esta alteración del orden moral de las cosas. Como además la burla y la risa son la provocadora expresión de los que se salen con la suya, esa indignación sube de grado hasta inflamarse, amenazando con provocar un estallido.
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Pero pudiera suceder que, en vez de indignación, lo que produce la victoria de la maldad es envidia, es decir, el deseo de imitarla, porque a fin de cuentas lo que importa es el éxito. Si lo que merece la pena es la consecución de resultados, ¿qué más da obtenerlos de una forma o de otra? Y como en este mundo lo bueno, justo y verdadero caminan a paso de tortuga, mientas que lo perverso y torcido van a velocidad de crucero, entonces parece que no hay duda sobre qué dirección tomar.
También el cristiano fácilmente puede verse arrastrado hacia una de estas dos tendencias, que se convierten en poderosas fuerzas que tiran de él hacia un lado u otro. Pero como ambas tendencias están movidas por pasiones carnales, no pueden nunca ser el marco definitivo en el que se sienta cómodo, por lo que más pronto que tarde sabrá que está respirando un aire envenenado, del que hay que escapar apresuradamente. No obstante, por su capacidad de persuasión pueden hacer mella en él.
Que la ira del hombre no obra la justicia de Dios es una profunda verdad, que por más que la sepamos nunca llegamos a aplicárnosla suficientemente, pues hasta el mismo hombre que fue ejemplo de mansedumbre, en determinado momento se dejó llevar por su ira, que confundió con la justicia de Dios, lo cual le costó caro. Allí estaba la provocación, en la forma de ingratitud y desprecio reiterados, pero en lugar de hacer lo que Dios le dijo que hiciera, se sobrepasó en su actuación, movido por su furia, creyendo que coincidía con la voluntad de Dios. Y es que resulta muy fácil igualar la ira propia con la ira de Dios.
Pero la tentación puede surgir al comprobar que les va bien a los que hacen mal y, por lo tanto, que no merece la pena esforzarse por andar rectamente, si, después de todo, los que no lo hacen consiguen con creces sus deseos. El hombre que escribió que sus pies casi se deslizaron y por poco resbalaron sus pasos, precisamente porque tuvo envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos, es testimonio de cuán fuerte puede resultar esa llamada en un creyente.
En resumen, la furia y la envidia son respuestas equivocadas hacia el despliegue y ostentación que el mal efectúa, porque la furia no consigue erradicarlo y la envidia no hace más que sostenerlo. Entonces, ¿hay solución alguna? ¿o quedamos a su merced?
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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘No te entremetas con los malignos, ni tengas envidia de los impíos; porque para el malo no habrá buen fin y la lámpara de los impíos será apagada.’ (Proverbios 24:19-20). Lo primero de todo es que la traducción ‘no te entremetas’ no es la más acertada, teniendo en cuenta que son las mismas palabras que aparecen en el comienzo del Salmo 37, donde se traducen ‘no te impacientes’, pero que pueden traducirse por ‘no te enardezcas’ o ‘no te acalores’ a causa de los malignos. Es decir, lo que hay que evitar es entrar en una espiral de irritación que va a ir a más, porque la cólera interior acabará vertiéndose en palabras desmesuradas que pueden llegar a manifestarse en acciones fuera de control, que no dejarán por inocente al que las comete y el final de tal excitación será quedar enredado y hacerle el juego al mal.
No te enfurezcas a causa de los malignos es el primer mandato de este texto, mientras que el segundo es no les tengas envidia, siendo el motivo latente que hay detrás de este mandato que, si lo haces, te vas a convertir en uno de ellos, porque vas a hacer lo mismo que ellos hacen.
Pero el tweet añade la razón que sustenta al creyente para no exasperarse ni envidiar y es considerar el final al que están abocados todos aquellos que practican el mal, pues lo que ahora mismo parece su victoria definitiva, no será tal, porque hay un veredicto contra ellos, del que no escaparán.
La paz de saber que el mal no tiene la hegemonía debe ser en los tiempos actuales, como lo fue en los anteriores, fuente de fortaleza para el cristiano, porque malo es lo que mal acaba.
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