El tweet de Dios sobre la aprobación del malo y la condena del justo

Se conoce con el nombre de perogrullada, según la Real Academia de la Lengua, “una verdad o certeza que, por notoriamente sabida, es necedad o simpleza el decirla.” Por ejemplo, si digo que el agua es húmeda estaré diciendo una perogrullada y también si digo que un círculo es redondo. Nada se aporta a algo que ya se sabía y que era evidente y de dominio público. La perogrullada no necesita demostración, a menos que se tengan muy cortas entendederas; por eso ir por la vida exponiendo verdades de Perogrullo no se le ocurre a nadie, porque será objeto de mofa y sarcasmo, al ser impensable que alguien las niegue y si alguien las negara sería señal de demencia o locura por su parte. A todas luces, Perogrullo es el tonto que discurre sobre lo simple, que de ser tan simple es innecesario decirlo.

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Pero resulta que ahora estamos viviendo en un mundo en el que hay que escuchar a Perogrullo, porque verdades que son auto-evidentes son negadas, hasta el punto de que el tonto de Perogrullo ha de aleccionarnos, si no queremos acabar tontos todos. La gravedad del asunto radica en que los negadores de Perogrullo se han multiplicado casi hasta el infinito y algunos han alcanzado una posición encumbrada de poder, con la enorme influencia que conlleva. De este modo el ridiculizado Perogrullo de antaño es el denostado Perogrullo actual. Antes era ridiculizado por decir lo que era manifiesto, ahora es denostado por decir lo mismo que decía antes, pero que es negado.

Y así es como Perogrullo decía que el sexo lo determina la genética, siendo cada cual hombre o mujer según sea la constitución sexual que le viene desde el nacimiento y antes. Nada más elemental. Los órganos de reproducción sexuales determinan el sexo, decía Perogrullo. Y al decirlo una carcajada surgía en el auditorio, porque ¿qué otra cosa va a determinar el sexo sino la configuración sexual? ¡Vaya verdad que ha venido a descubrir Perogrullo! Eso lo saben hasta los niños y los que nunca fueron a la escuela, porque se trata de algo tan auto-evidente, que ya decirlo muestra lo simple que era Perogrullo.

Otra cosa que decía Perogrullo era que el matrimonio es cosa entre hombre y mujer solo, porque si un fin del matrimonio es la propagación, es incuestionable que debe ser cosa de ambos sexos; además, como otro fin del matrimonio es la complementación de dos seres iguales pero distintos ¿dónde encontrar la igualdad y distinción sino en el hombre y la mujer? Al pronunciar Perogrullo esta verdad, de nuevo la audiencia estallaba en carcajadas. ¡Por supuesto que el matrimonio es cosa entre hombre y mujer solo! Vaya descubrimiento que ha hecho Perogrullo. En fin, este hombre no tiene remedio con sus perogrulladas.

Ahora Perogrullo ya no es mofado ni burlado por enseñar lo obvio, sino rechazado, perseguido y hasta denunciado. ¿Qué ha pasado? Si él sigue diciendo lo mismo que siempre dijo, ¿a qué se debe este cambio? Antes no se le necesitaba porque lo que anunciaba ya se sabía y ahora no se le necesita porque lo que anunciaba ya no se quiere saber. Antes era tonto y ahora es aborrecible. Si él no ha cambiado, quiere decirse que los que han cambiado son los del auditorio. Y si antes por decir verdades elementales que todos conocían de sobra se le parodiaba, ahora por decir esas misma verdades se le injuria. Antes era un cómico simplón, ahora es un destacado malhechor.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Tener respeto a la persona del impío, para pervertir el derecho del justo no es bueno.’ (Proverbios 18:5). El pasaje nos muestra una verdad obvia, porque es evidente que no puede ser bueno respetar al malvado para torcer el derecho del justo. Solamente los cínicos podrían negar la auto-evidencia de esa verdad. Tener respeto en esa frase es sinónimo de justificar, es decir, de dar por bueno al que hace lo malo. Y ello con el siniestro fin de torcer el derecho del justo. 

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El pasaje contiene dos partes, siendo la primera la aprobación de lo que hace el malo y la segunda la condenación de lo que hace el justo, estando ambas unidas inseparablemente entre sí. Es decir, no se puede aprobar lo que hace el malo, sin al mismo tiempo reprobar lo que hace el justo. Lo primero desemboca en lo segundo. No hay tal cosa como una aprobación de lo malo y también, al mismo tiempo, una aprobación de lo justo, porque lo malo y lo justo son incompatibles y auto-excluyentes.

Precisamente, a lo que estamos asistiendo en nuestro tiempo, no de manera casual o aislada, sino premeditada, planificada y extensiva, mediante la tenaz propagación de ideas retorcidas sobre el ser humano, la sexualidad y la familia, es al reforzamiento de quienes son partidarios de las mismas, a la vez que se acosa, arrincona y amenaza a quienes defienden lo que es recto y auto-evidente.

¡Ay Perogrullo, qué necesitados estamos de ti, en esta edad saturada de sabios en su propia opinión!