En la mayoría de los centros docentes de Occidente se presenta la ciencia como enemiga de la religión ya que los descubrimientos de ésta supuestamente harían imposible o innecesaria la existencia de un Creador.
Una de las últimas encuestas Gallup realizada en los Estados Unidos indica que el porcentaje de estadounidenses que creen en la existencia de Dios ha descendido al 81%.1 Esto significa un mínimo histórico ya que representa una caída del 10% en la última década y quienes mejor reflejan dicha tendencia son los jóvenes de entre 18 y 29 años.
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En España las cosas aún están peor. El 31% de los españoles confiesan no creer en Dios y del 64% que sí dice creer, un 60% tiene dudas respecto a su creencia. Seguramente existen numerosas causas susceptibles de provocar esta incredulidad galopante. Se han señalado varias como la educación laica falta de valores religiosos, el desconocimiento de la Biblia, la hipocresía o el mal testimonio de algunos religiosos, la irrelevancia social de las iglesias e incluso hasta las consecuencias negativas del COVID-19.
No obstante, hay un factor que no se ha tenido suficientemente en cuenta y que resulta fundamental. Se trata de la errónea interpretación de la ciencia que reciben las jóvenes generaciones.2 En la mayoría de los centros docentes de Occidente, donde se forman adolescentes y jóvenes, se presenta la ciencia como enemiga de la religión ya que los descubrimientos de ésta supuestamente harían imposible o innecesaria la existencia de un Creador. Los muchachos terminan sus estudios convencidos de que las creencias religiosas en general -y en particular, el cristianismo- son de carácter mítico, mientras que la ciencia es el único camino que conduce a la verdad. A esto han contribuido sobre todo teorías científicas como la evolución no dirigida de la vida. Si el mundo se creó a sí mismo a partir de la nada mediante una gran explosión, ¿para qué se necesita a Dios? A esta falsa percepción de la ciencia han contribuido científicos ateos famosos como Richard Dawkins, Stephen Hawking, Lawrence Krauss, Bill Nye, Michael Shermer, etc. Todos coinciden en señalar que en el universo no hay diseño, ni propósito alguno, sólo azar e indiferencia porque nadie nos espera ahí afuera.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Durante el siglo XX y el XXI muchos descubrimientos han puesto contra las cuerdas el ateísmo de estos científicos. La ciencia ha descubierto importantes secretos de la naturaleza cuyas implicaciones no se explican convenientemente al gran público. Hay una desconexión entre los resultados de las investigaciones científicas y su divulgación social. Por lo menos, tres de estos descubrimientos fundamentales vienen a respaldar la visión bíblica de un Creador sabio.
El primero es que el universo tuvo un principio. Aunque algunos rechacen tal evidencia y prefieran creer que algún día la ciencia descubrirá la eternidad del cosmos, lo cierto es que la teoría del Big Bang, hoy por hoy, corrobora tal principio. Los datos proporcionados por la cosmología y la astrofísica modernas vienen a confirmar las palabras del Génesis acerca de que el mundo fue creado.
El segundo descubrimiento tiene que ver con la estructura del universo. Es decir, con las leyes y constantes físicas que se muestran como finamente ajustadas para permitir la vida y la existencia del ser humano. Muchos investigadores se han preguntado por qué el cosmos viene empaquetado de manera tan exquisita. Si tales números de la física -como la gravedad o el electromagnetismo- variaran ligerísimamente, la vida habría sido imposible. Algunos prefieren creer que tuvimos mucha suerte. No obstante, otros como el famoso astrofísico de Cambridge, Sir Fred Hoyle, piensan que “algo debe haber” pues parece como si un superintelecto hubiera jugado con la física para hacer posible la vida en la Tierra.
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Y, en tercer lugar, está el descubrimiento realizado por la biología molecular en el interior de las células. Todo un nanomundo de biomáquinas moleculares repletas de información y códigos sofisticados pululan por los citoplasmas y núcleos celulares haciendo posible la vida. Es imposible que tanta información contenida en el ADN y el ARN se formara sin informador. Alguien tuvo que programarlo todo porque los sofisticados programas informáticos no se construyen solos. La biología nos está mostrando hoy que toda esta increíble complejidad celular no es lo que cabría esperar de un proceso materialista ciego.
Estas tres evidencias científicas, de las que habitualmente no suelen sacarse sus consecuencias trascendentes, en vez de apoyar la idea de un azar no dirigido, constituyen argumentos en favor de un diseño inteligente del mundo por parte de un Creador como el que se muestra en las páginas de la Biblia. Por tanto, se puede concluir que el aumento del ateísmo contemporáneo en Occidente se debe también a una simple y pura desinformación científica. De ahí la necesidad que tienen las iglesias de una apologética de calidad, dirigida principalmente a los jóvenes, con el fin de prepararlos para contrarrestar esa creciente ola de ateísmo de la sociedad.
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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