Hay personas cuya jactancia es tan elevada, por el alto concepto que de sí mismas tienen, que por esa misma razón quedan descalificadas.
Que las apariencias engañan es un hecho constatado del que el mismo dicho nos previene, para que no nos guiemos simplemente por lo externo, dado que extraer conclusiones basadas en lo superficial puede llevar a grandes sorpresas y decepciones. Y no importa cuán perspicaces podamos ser y cuánta experiencia de la vida tengamos, nunca terminaremos de sorprendernos ante casos en los que creíamos que había algo real, pero en verdad todo era farsa. Nuestro mundo es un mundo de apariencias, donde, al igual que ocurre en el carnaval de Venecia, los antifaces cubren el rostro, disfrazando su verdadera faz.
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Esos montajes tecnológicos que permiten modificar la cara de una persona, para rejuvenecerla y embellecerla, son todo un compendio del tiempo en el que vivimos, en el que todo parecido con la realidad es mera coincidencia. Si ya de por sí los cosméticos consiguen cambiar la fisonomía, razón por la cual aquella mujer tan sugerente con ellos no pasa de la mediocridad sin ellos, ahora los programas informáticos pueden hacer que un adefesio sea un adonis.
Pero el deseo de aparentar puede ir más allá que la simple transformación del rostro. Famoso fue el caso hace pocos años en España del individuo que se hacía pasar por alguien importante, logrando tener contactos con gente del más alto rango en la administración del Estado y del Gobierno, acudiendo a selectos actos y codeándose con figuras de primer nivel, hasta que se demostró que todo era una superchería basada en apariencias engañosas. Para lograr su usurpación, no escatimaba en medios que dieran la impresión de ser alguien de categoría.
Uno de los grandes poderes, que es el dinero, se presta muy adecuadamente para facilitar la ansiada promoción que proporciona un elevado estatus a la persona que lo posee. Las puertas que abre y la ostentación que lleva asociada son difícilmente eludibles, dada la amplia capacidad de seducción que tiene, por lo que en muchas ocasiones esa ostentación va por delante de la cantidad verdadera de dinero que se posee.
Sin embargo, existe también la otra cara de la moneda, cuando alguien que tiene mucho, vive como si no tuviera nada. Hay ejemplos de famosos, algunos de la pantalla, que fueron millonarios, pero vivieron y murieron casi como indigentes. Otros, sin ser famosos, pero teniendo dinero que habían amasado a lo largo de su vida, fueron tan míseros que solamente al morir se supo lo que con tanto ahínco habían guardado.
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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Hay quienes pretenden ser ricos y no tienen nada; y hay quienes pretenden ser pobres y tienen muchas riquezas.’ (Proverbios 13:7). La expresión ‘pretenden ser’, que aparece en las dos partes del texto, es sinónima de ‘se hacen ser’, es decir, que hay personas que declaran ser ricos o bien lo son, aunque nada tienen, porque como dijo Billy Sunday: “El que no tiene dinero es pobre. El que no tiene más que dinero es más pobre todavía.” Pero también hay otras personas que declaran ser pobres o bien lo son y, sin embargo, tienen grandes riquezas.
Pero hay otro significado que el texto tiene que va más allá de lo material, aplicándose a otras esferas de mayor calado. Y así es como cobra sentido que haya personas cuya jactancia es tan elevada, por el alto concepto que de sí mismas tienen, que por esa misma razón quedan descalificadas, porque no le falta razón al dicho: dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. A más presunción, más vaciedad. La autopromoción y el encumbramiento son pruebas evidentes de auténtica pobreza. Se tienen creído que son excelentes y no saben que son miserables.
Pero del mismo modo, hay quienes son sabedores de su necesidad y conocedores de su insolvencia, lo cual los convierte ya en candidatos para recibir lo que verdaderamente vale y, por tanto, ser ricos. De hecho, su confesión de pobreza, hecha sinceramente, indica que no saben que son ricos. Es decir, no estamos aquí ante una falsa humildad, que declara algo que en el fuero interno no se cree, sino ante un verdadero testimonio de insuficiencia.
En Apocalipsis se mencionan a dos iglesias en términos de pobreza y riqueza. Una es la iglesia de Esmirna, que era una iglesia sufriente y denostada, pero con una fidelidad a toda prueba. En su propio concepto, la palabra pobre era la que mejor la definía. Sin embargo, Jesús le dice que en realidad es rica. ¿Cómo no iba a serlo, si tenía lo más precioso que se puede tener, aun hasta el riesgo de la muerte? Esmirna, una iglesia pobre que era rica. Pero Laodicea es el caso opuesto. Cree ser autosuficiente, próspera y floreciente. Pero la verdad es la contraria, porque el que sondea lo interior ve que la miseria, pobreza y desventura son las características que la saturan. Laodicea, una iglesia rica que era pobre.
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