El tweet de Dios sobre la alegría y la fiesta

El cruento levantamiento que había sido llevado a cabo en el reino del norte, cumpliéndose así las palabras que el profeta había pronunciado años atrás sobre aquella malvada dinastía, tuvo sus repercusiones en el reino del sur, dado que ambos reinos estaban relacionados por un matrimonio entre las dos casas reales. 

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Los sucesos se sucedieron de forma muy rápida y lo que parecía tener un largo futuro por delante, se derrumbó súbitamente ante el imparable empuje del insurgente, quien, uno tras otro, fue acabando con todos los dirigentes que hasta entonces habían estado al mando de la situación. Toda la dinastía del reino del norte fue exterminada, alcanzando también la espada justiciera a todos los representantes del idolátrico culto que había sido hegemónico en ese reino. Ni uno escapó.

Cuando la madre del rey del reino del sur supo que su hijo también había caído en aquella sublevación, tomó ella misma el poder y ocupó el trono, al que no tenía ningún derecho, porque no pertenecía por sangre a la casa real de ese reino, cuya legitimidad venía sólo por nacimiento. Temiendo que con la muerte de su hijo el trono pasara a alguno de sus descendientes y su propia posición quedara en peligro, aniquiló a todos los vástagos de la casa real, asegurándose así el poder para ella misma. Parece que un crimen de esta categoría, asesinar a la propia progenie, es impensable, pero cuando la ambición y el odio se aúnan, todas las atrocidades son posibles. Y así fue como aquella mujer ocupó ilegalmente un trono durante seis años.

Sin embargo, en mitad de aquella carnicería de niños candidatos a reinar, uno de ellos, de un año de edad, fue salvado por la intervención de una tía suya, quien, arriesgando su vida, lo escondió en el templo. Como ese templo no era precisamente el sitio de adoración a donde iba la ahora reina, nunca descubrió quién estaba allí oculto. Y así fue como el niño creció, siendo instruido por el sumo sacerdote, que aguardaba el momento oportuno para dar un vuelco a la situación y poner en el trono a su legítimo heredero. Pero había que actuar con mucha prudencia, porque un paso en falso sería fatal, habida cuenta de que aquella mujer era implacable. 

Cuando el sumo sacerdote estimó que había llegado el tiempo, comunicó su plan a varios jefes de centenas, capitanes y hombres de la guardia, a quienes presentó al niño. Era costumbre en sábado que una tercera parte de ellos cumplieran con su deber en el palacio, mientras que dos tercios controlaban a la multitud de fieles que atestaban el templo en ese día. En la fecha fijada para el levantamiento no iba a haber ningún cambio en el arreglo en el palacio, no fuera a ser que la reina sospechara por la falta de su guardia habitual, pero los otros dos tercios protegerían al niño, formando una larga y cerrada fila a través del templo, con orden de matar a cualquiera que se acercara demasiado. También el sumo sacerdote les proporcionó lanzas y escudos. Cuando la guardia hubo tomado su posición, el joven príncipe fue ungido, coronado y proclamado. Dándose cuenta la reina de que algo anormal estaba sucediendo por las voces y la música que se oían desde lejos y acompañaban a la proclamación de su nieto, se apresuró a ir al templo y al ver al niño, inmediatamente captó lo que estaba sucediendo y a voz en grito clamó: ‘¡Traición! ¡Traición!’ Es sorprendente que quien había roto todos los principios más elementales de humanidad, acusara de traición a los que simplemente estaban restaurando la legitimidad al sitio que le correspondía. Pero ya era demasiado tarde para ella, al ser inmediatamente ejecutada por mandato del sumo sacerdote. Con ella también cayó su protegido, el sacerdote del culto idolátrico, siendo destruido el templo de ese culto y sus estatuas.

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Fue una ocasión de regocijo y alegría para todos por partida doble; por un lado, por la muerte de la usurpadora y todo lo que significaba, y por otro, por la restitución al trono de quien debía ocuparlo. La pesadilla había terminado y comenzaba una nueva etapa. La celebración estaba más que justificada.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta.’ (Proverbios 11:10). Hay dos palabras similares que ocurren en el texto, para describir el sentimiento de júbilo, a cual de las dos más expresiva, porque si la alegría es manifestación espontánea de dicha, la fiesta es esa misma alegría desbordada. Pues bien, ambas manifestaciones se expresan en dos ocasiones que suelen ir simultáneas, como son que a los justos les vaya bien y a los malvados mal, pues es la ciudad, esto es, la comunidad, la que recibe el fruto de la acción de los unos o los otros. Es decir, el pasaje se refiere a personas que están en puestos de poder y cuyas decisiones van a repercutir, para bien o para mal, en quienes están bajo su mando.

Hasta el día de hoy es así, porque lo narrado en 2 Reyes 9, 10 y 11 es un relato que se repite, aunque bajo otros nombres y otras circunstancias. La ambición de poder mueve las más bajas pasiones y convierte a los seres humanos en algo peor que alimañas. Por eso el triunfo de la justicia siempre produce alegría y la derrota de la maldad siempre es ocasión de fiesta.