El tweet de Dios sobre la torpeza alegre y la circunspección enderezadora

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Cuando los dos peregrinos, Cristiano y Fiel, marchaban en su camino hacia la ciudad celestial, tuvieron que pasar por una ciudad que se llamaba Vanidad, en la cual se celebra una feria todos los días del año, que se llama la feria de Vanidad. No era una ciudad eludible, a la que hubieran podido dar un rodeo y evitarla, porque el camino que conduce a la patria celestial la atraviesa. Necesariamente, pues, tenían que pasar por allí, aunque lo que en esa ciudad se practicaba era una ofensa, no solo para los dos peregrinos, sino también para su Señor. Pero todos los peregrinos que fueron antes de ellos y todos los que serán después de ellos, han de pasar por la ciudad de Vanidad y quedar expuestos a su feria.

En esa feria se trafica con todo, porque a todo se le pone precio, incluso a lo más solemne y sagrado, habiendo un especial deleite en denigrar y ultrajar esto último. En ella lo bueno se estima malo y lo malo bueno, de modo que se da rienda suelta a toda clase de perversiones que ruborizarían hasta a un experto en maldades. El engaño y la mentira deambulan libremente por sus calles y plazas, no habiendo sitio para la verdad, que es perseguida y odiada, lo mismo que quienes la proclaman. Y aunque se jacta y enorgullece de tener elevados valores, reacciona con furia desmedida cuando alguien se atreve a denunciar sus pecados y a anunciar que está bajo el juicio de Dios.

Por eso aquellos dos peregrinos fueron llevados a juicio, sufriendo un humillante trato por parte de sus jueces, siendo exhibidos ante la población como delincuentes, para servir de escarmiento a todos. Finalmente fueron echados en la cárcel, sufriendo Fiel la muerte, acusado de quebrantar la ley de Vanidad, que defiende lo malo y condena lo bueno. Cristiano pudo escapar, por la intervención soberana de su Señor, y al retomar su camino hacia la patria celestial comprobó que no iba solo, sino que Esperanza lo acompañaba. Esperanza había sido ciudadano de Vanidad, pero al ver el testimonio de Cristiano y Fiel, creyó el mensaje y resolvió hacerse peregrino, en busca de la ciudad que tiene fundamentos. No había quedado, pues, sin fruto la semilla que a tan alto precio Cristiano y Fiel habían sembrado en Vanidad.

Que la feria de Vanidad no ha cambiado lo más mínimo es evidente, porque hasta el día de hoy continúa en su desbocado frenesí, ejerciendo descaradamente su actividad, que ha tomado unos derroteros insospechados, dado que la maldad se ha multiplicado y no tiene límites. La revista Vanity Fair, que cínicamente tomó de ella su nombre, se ha quedado siendo un mojigato espejo de lo que la feria de Vanidad en realidad es. Los peregrinos que pasan por ella, como los de ayer, experimentan y van a experimentar, todavía más, el rechazo y la persecución, de manera que solo los valientes, que saben que son débiles en ellos mismos, van a poder ser vencedores, aún a costa de lo más valioso, por medio de aquel que los amó.

La disparidad que hay entre Vanidad y los peregrinos es patente, porque entre dos naturalezas contrapuestas no puede haber concordia, dado que lo que una ama lo aborrece la otra y viceversa. Solo en el caso de que una de las dos ceda, podrá haber compañerismo. Pero Vanidad nunca renunciará a su feria, porque sería lo mismo que quedar reducida a nada, ya que su feria es el exponente de lo que ella es. Por tanto, solamente si los peregrinos renuncian a su patria celestial será posible el acuerdo, con la hipotética ventaja de no tener que sobrellevar el oprobio y la ignominia por la que tuvo que pasar su Señor, cuando vivió en Vanidad. Pero la pérdida que provoca tal ventaja es tan alta y la ganancia es tan insustancial, que cambiar una ciudad por otra es la mayor locura que se pueda cometer.

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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘La necedad es alegría al falto de entendimiento; mas el hombre entendido endereza sus pasos.’ (Proverbios 15:21). Hay muchos motivos legítimos de alegría que se pueden tener y hay una alegría que brota de la limpieza. Pero también hay una alegría que surge de lo torcido y perverso, siendo esa la que ofrece la necedad, en la cual hay cabida para todos los desafueros, maldades y desenfrenos, que se presentan a sí mismos como el no va más del deleite y la satisfacción. Y tal alegría es el anzuelo en el que pica el falto de entendimiento, porque hay una armonía entre su falta de cabeza y la necedad con su alegría. En la Biblia de Ferrara, la traducción que los judíos sefarditas hicieron del Antiguo Testamento en 1553, se ha vertido falto de entendimiento como ‘menguado de seso’. No podían dar más en el blanco aquellos traductores para describir a este personaje.

Pero el tweet tiene una segunda parte, en la que se menciona al hombre entendido, es decir, al hombre inteligente, que no se deja arrastrar por una alegría aparente, sino que examina precavidamente las cosas y toma medidas para que sus pasos no se extravíen. Es fácil que eso suceda, porque en Vanidad y su feria hay muchas artimañas engañosas. Pero el hombre inteligente está constantemente comprobando su rumbo y enderezándolo, esforzándose por cambiar lo que es un obstáculo para alcanzar la meta, desechando lo que quiere tirar de él para apartarlo de ella y enfocando su mente en el premio del supremo llamamiento. El necio llamará taciturno y otros epítetos más vejatorios al hombre inteligente, del mismo modo que aquellos ciudadanos de Vanidad escarnecieron a los dos peregrinos; pero, finalmente, la torpe risa del necio y la cauta circunspección del inteligente tendrán cada una su justa remuneración.