Al rechazar a la Luz, el mundo se quedó con su luz, que es oscuridad, en la cual el príncipe de las tinieblas gobierna a su antojo.
La posibilidad de un apagón energético es una de esas noticias que están apareciendo de forma intermitente en los medios de comunicación, contingencia que hasta ahora no se había planteado nunca, toda vez que dábamos por sentado, como tantas otras cosas, que la energía estaba garantizada, aunque sin pensar en qué basábamos esa garantía. Pero como todo lo que tiene que ver con este mundo, resulta que también la energía está sometida a los vaivenes y cambios de las cosas de aquí abajo.
Cuando yo era niño había que tener en casa alguna vela preparada, porque en cualquier momento las luces se apagaban de forma inadvertida, no sabiéndose muy bien cuánto tardaría en restaurarse el suministro. ‘Se ha ido la luz’, era el término familiar para explicar el apagón. ¿Sería una avería producida por la caída de algún poste? ¿O se debería a la sobrecarga en los transformadores? ¿Tal vez alguna tormenta con aparato eléctrico era la causa del percance? Había una cancioncilla que entonces se canturreaba y que decía:
‘La luz de este pueblo es una porquería;
Se apaga de noche, se enciende de día.
Por eso mi madre no quiere pagar
Las siete pesetas de electricidad.’
Lo cierto es que había que recurrir a las velas en esas ocasiones, lo cual permitía salir del paso, hasta la siguiente vez.
Hoy la solución de las velas no serviría de mucho, por la sencilla razón de que si entonces lo que alimentaba la electricidad eran básicamente las bombillas de las lámparas, hoy la electricidad es lo que hace funcionar todo y mientras escribo esto, lo hago gracias a la electricidad. Un apagón energético sería un desastre de dimensiones incalculables. Si fuera de unos minutos solamente, todavía sería llevadero; pero pensar en un apagón largo en el tiempo va más allá de lo que la ficción puede imaginar. ¿Cómo funcionarían los aeropuertos, las estaciones y las comunicaciones? ¿Cómo operarían los negocios, el comercio, las Bolsas y la industria? ¿Y los hospitales y centros esenciales de salud? Eso sin pensar en las consecuencias personales que resultarían de que los teléfonos y los ordenadores dejaran de funcionar. Acostumbrados, como estamos, a depender de la tecnología, ¿qué sería nuestra vida sin ella? Seguramente, ya habrá algún avispado director o guionista de cine pensando en hacer una película sobre esta contingencia, para añadirla al amplio catálogo existente de películas de catástrofes.
Y sin embargo, hace ya mucho tiempo que se produjo un apagón de consecuencias mucho más devastadoras que el apagón energético, al que se podría denominar apagón integral, porque abarcó todas las facetas de la existencia, y también apagón universal, porque nada ni nadie quedó libre del mismo. Fue resultado de que el hombre optó por cortar los cables que le unían a su fuente de energía, que era su Creador, creyendo que esa dependencia era una limitación y que la independencia energética era posible. Fue un suicidio total, en el sentido más trascendental de la palabra, porque al hacerlo ocurrió lo que sucede cuando se desenchufa cualquier aparato conectado a la red, que automáticamente se queda sin alimentación. Pero a diferencia del aparato desconectado, que se puede volver a conectar otra vez, aquí esa opción ya no era posible, porque el hombre era mero receptor del suministro, no estando en su mano poder recuperarlo.
Y así fue como este mundo, y todos los que lo habitan, quedaron sumidos en una lóbrega oscuridad, donde lo tenebroso es toda la luz que hay, con la confusión y caos que van asociados a ese estado de cosas. Al rechazar a la Luz, el mundo se quedó con su luz, que es oscuridad, en la cual el príncipe de las tinieblas gobierna a su antojo.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘La luz de los justos se alegrará; mas se apagará la lámpara de los impíos.’ (Proverbios 13:9). Dos luces se contrastan en este texto. Una que se avivará y la otra que se extinguirá. Llama la atención la afirmación sobre la alegría de la luz de los justos, pues no parece que haya lógica en asociar luz con alegría. Pero pensándolo detenidamente es evidente que hay una correlación entre luz y alegría, solamente hace falta constatar cómo las calles de cualquier ciudad en tiempo de Navidad se llenan de luces. Hay un pasaje que también establece esa relación: ‘…Y los judíos tuvieron luz y alegría’ (Ester 8:16). Sí, la luz y la alegría están hermanadas. Si esto es así, quiere decir que su opuesto también es verdad, es decir, que la falta de luz es sinónimo de desolación y tormento, panorama que aguarda, dice implícitamente este tweet de Dios, a los que se les apagará su luz.
‘Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.’ (Juan 8:12). Ante el apagón integral y universal, que ya sucedió y sigue vigente, no hay más que dos alternativas: Quedarse como se está, lo cual depara un espantoso futuro, o venir a Jesús. Lo que vaya a ser tu vida, no solo en este mundo, depende de ello.
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