Izquierda ‘progre’ y Francisco, ¿frente común contra los evangélicos?

Yolanda Díaz salía de su anunciado encuentro con el Papa Francisco, que tuvo lugar el pasado sábado en el Vaticano, con una amplia sonrisa. La ministra de trabajo del Gobierno de España se mostró muy satisfecha tras conversar con el Papa durante 40 minutos sobre diversos asuntos de actualidad. Díaz explicó a los medios que no quería desvelar los detalles de la charla con Francisco, a quien denominó “el Santo Padre”. No deja de ser llamativo el calificativo empleado por quien es hoy la cara visible de la izquierda que se define como progresista.

A las palabras de Díaz siguieron este lunes las declaraciones de Alberto Garzón, ministro de Consumo y también líder de Izquierda Unida. En una entrevista emitida en TV3, Garzón alabó al Papa, de quien dijo que “está haciendo lúcidas y necesarias reflexiones sobre la crisis ecosocial, y en ese diálogo con los principales retos de la humanidad todos tenemos mucho que aprender”. Garzón describió al Papa como un “intelectual” con quien, aunque no siempre se esté de acuerdo, vale la pena entablar conversación.

El ministro parecía conquistado por la coincidencia con Francisco en la difusión de un discurso social y ecologista. Pero tal vez la mención más curiosa fue la que realizó Garzón con respecto a la estrategia religiosa del Papa, en la que también se percibe una sintonía entre el político español y el líder de la Iglesia Católica Romana.

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Según el ministro de consumo, la Iglesia Católica en los países del llamado tercer mundo “compite con sectas evangelistas muy conectadas con movimientos extremistas”.

Este término de “secta evangelista” es lamentablemente recurrente en ciertos ámbitos en España para referirse al movimiento evangélico que tanto está creciendo en Asia, África o Latinoamérica. Un movimiento al que en ocasiones sus opositores denominan con el peyorativo “secta”, a pesar de que no se corresponda con la realidad, aunque también haya casos de sectarismo en el amplio abanico del movimiento evangélico -sería como considerar el Palmar de Troya la verdadera cara de la Iglesia Católica-.

Otro factor preocupante es la identificación de los evangélicos con “movimientos extremistas”. Probablemente Garzón está influenciado en este sentido por una lectura de la actualidad marcada por el apoyo dado por parte de algunos evangélicos a líderes de derecha como Bolsonaro en Brasil, un apoyo que en cualquier caso, tiene muchos matices.

La participación en política de los evangélicos, solo por la masa social que suponen, es un hecho que no se desarrolla de igual forma en todos los países. Sin embargo sí hay aspectos que caracterizan a los evangélicos, como son la defensa de la vida, los valores cívicos y la acción social, que son compartidos en mayor o menor medida por formaciones políticas de diverso signo. Aunque finalmente, todos los estudios en diferentes países muestran que no existe un “voto evangélico” monocolor.

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Lo que no se puede discutir es el diagnóstico religioso al que apuntan las palabras de Garzón. En los últimos años, es notable el descenso del catolicismo en prácticamente todos los países de Latinoamérica. A diferencia de lo que ocurre en los países occidentales, donde este descenso coincide con un aumento del agnosticismo o el ateísmo -aunque también hay un crecimiento de las iglesias evangélicas-, es en Latinoamérica donde el crecimiento evangélico está siendo más explosivo. 

Perú, México, Brasil, Uruguay o Argentina viven esta tendencia. De forma general este crecimiento ha sido estudiado por el Pew Research, en un informe que muestra que en 1910 aproximadamente un 94% de latinoamericanos eran católicos romanos y solo un 1% eran protestantes o evangélicos. Un siglo después los católicos latinoamericanos son menos del 70% y los protestantes ya un 20%.

Garzón y Francisco parecen tener muy claro que hay una competencia. ¿Hasta qué punto estarán dispuestos a unirse en la batalla común contra el crecimiento evangélico?