El tweet de Dios sobre el terror cosechado y el deseo cumplido

Entre las grandes fuerzas que mueven a los seres humanos están el miedo y el deseo. Miedo es con lo que no se quiere tener nada que ver y deseo lo que se anhela alcanzar. Se podría decir que la existencia humana se mueve entre el uno y el otro, tratando por todos los medios de ahuyentar al primero y atraer al segundo. Que en la antigüedad existiera una categoría de personajes cuyo oficio consistía en ser instrumentos en favor de los potentados con ese propósito, no significa que en nuestra época y entorno, cuando todo parece funcionar según principios científicos, no se eche mano de cualquier solución que procure la liberación del miedo y la consecución del deseo.

Aunque nos burlamos del ingenuo infantilismo de nuestros antepasados, porque se asustaban del trueno o el rayo, al pensar que eran fenómenos sobrenaturales, lo cierto es que el miedo a una catástrofe de dimensiones colosales está bien presente en la conciencia colectiva actual, como lo corrobora la ingente producción de películas sobre cataclismos finales que acaban con toda la vida en la Tierra. Pero no solamente la fantasía nutre ese miedo, sino que con determinada frecuencia aparece la noticia de que tal o cual cuerpo celeste ha pasado a determinada distancia de nuestro planeta, planteándose la cuestión de si no llegará el día en que la trayectoria sea tal que será inevitable la colisión, poniendo punto y final a todo.

Detrás de esta mentalidad de aprensión ante una hecatombe de proporciones universales, se esconde un íntimo e inconsciente sentir de que eso es precisamente lo que tiene que pasar en justicia, dado que es imposible un sostenimiento indefinido de las cosas en su marcha actual. Es decir, que hay un reconocimiento implícito, que se intenta negar pero paradójicamente se admite, de que un formidable desastre es no solamente lo esperable, sino lo merecido. Pero como no se puede vivir todo el tiempo sometido a tan trágica expectativa, el mundo sigue su curso en la misma dirección que sus miedos le anuncian, de modo que la vida actual es un desenfrenado ritmo hacia una destrucción segura. En el desenfreno está el narcótico que ayuda a evadirse y olvidarse del siniestro futuro que aguarda; mas como ningún narcótico es capaz de sedar siempre, es por lo que aflora, de vez en cuando, la conciencia de que el fantasma de la destrucción puede hacer acto de presencia en algún momento, tras lo cual hace falta otra dosis de soporífero para seguir olvidando y viviendo, mientras es posible hacerlo. Y así, corriendo en pos de sus deseos, pero importunado por sus emergentes miedos, gira el mundo sin parar. El problema es que la naturaleza de los deseos que anhela, produce la clase de miedos que teme y de esta forma los primeros engendran los segundos, siendo imposible escapar de ese círculo vicioso.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Lo que el impío teme, eso le vendrá; pero a los justos les será dado lo que desean.’ (Proverbios 10:24). En la primera parte del texto se ha empleado el verbo temer para describir el sentir del impío, pero en realidad la palabra es mucho más fuerte que un simple temor, debiendo traducirse por pavor o terror. Parece raro que el malvado tenga terrores, dado que la jactancia de la maldad es tal que precisamente alardea de no tenerlos; sin embargo, la realidad es bien distinta y en su fuero interno los tiene, aunque procura amordazarlos. Esos terrores se harán patentes en su momento, convirtiéndose en la merecida paga que tendrá.

Herodes se turbó cuando oyó que unos extranjeros preguntaban por el recién nacido rey de los judíos. Si esa sola pregunta despertó tal turbación, es porque en el corazón de ese hombre ya anidaba una inquietud, que se convirtió en miedo que le embargó, por la amenaza que representaba tal nacimiento, al poner en evidencia que él no era más que el usurpador de un trono que no le correspondía legítimamente. Ese miedo a perder el trono provocó su cruel reacción y represalia. Sin embargo, el miedo que tuvo en este mundo se tuvo que convertir en terror cuando llegó al otro, al percatarse de que aquel niño era verdaderamente quien temía que fuera.

Pero ese mismo nacimiento, que al falso mandatario le provocó terror, fue la consumación de un anhelo largamente esperado que trajo inefable alegría a otra clase de personas. En los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas aparecen muy distintos personajes, pero todos ellos tienen un punto en común: que la venida del Hijo de Dios al mundo supone el cumplimiento de sus deseos más preciados. Son los justos, que se gozan en el otorgamiento por Dios de lo que habían estado aguardando. No son justos porque sean impecables en sí mismos, sino que lo son porque sabiéndose deudores esperan a quien les trae salvación. Por eso a Zacarías, Elisabet, María, José, Simeón, Ana y los pastores, se les da lo que deseaban.

Este tweet de Dios sigue vigente, porque al que arrogantemente persiste en desafiar a Dios le visitará lo que le infunde terror y al que con humildad pone su confianza en el único que le puede salvar, se le concederá gratuitamente ese deseo.