Entrar en el Reino es aceptar con Jesús que Dios se manifiesta en el mundo y que las cosas no son como eran.
El Reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cerca de medianoche se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!’ Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse.’ Pero las muchachas previsoras contestaron: ‘No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas.’ Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda, y se cerró la puerta. Llegaron después las otras muchachas, diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él les contestó: ‘Os aseguro que no sé quiénes sois.’ “Permaneced despiertos –añadió Jesús–, porque no sabéis el día ni la hora". (Mt 25:1-13)
Por poner algunos ejemplos, en el Antiguo Testamento, en el salmo 78, 1-3, de Asaf, aparece el aviso de hablar por medio de parábolas, refranes o proverbios, según la traducción del texto que elijamos:
Oh pueblo mío, escucha mis enseñanzas;
abre tus oídos a lo que digo,
porque te hablaré por medio de una parábola.
Te enseñaré lecciones escondidas de nuestro pasado,
historias que hemos oído y conocido,
que nos transmitieron nuestros antepasados.
También el libro deuterocanónico de Eclesiástico está lleno de estas referencias. Vemos que en el capítulo 3, 29 dice: El sabio entiende los proverbios de los sabios; el que escucha atentamente se alegra en la sabiduría. En el capítulo 18 de este mismo libro, versículo 29, leemos: Los que entienden los proverbios también se hacen sabios y pronuncian dichos acertados. Y en el Nuevo Testamento vemos a Jesús metido de lleno en esta costumbre, enseña en lugares rurales y pone ejemplos cotidianos.
Conocemos parábolas referentes a la búsqueda insistente del Reino de los cielos, el Reino que siempre triunfa a pesar de las adversidades. En el evangelio de Mateo es comparado con semillas unas veces; una vez con levadura; otra con un tesoro escondido; con una perla de gran valor; con una red echada al mar; con el dueño de una viña que busca trabajadores; lo compara con la participación en una fiesta nupcial que un rey preparó para su hijo; es equiparado a un hombre que iba a viajar a otro país y dejó sus bienes a cargo de sus criados.
Cada vez que Jesús habla del Reino lo hace con la alegría de construir enseñanzas en el pueblo; hace que en ellos nazca la esperanza, porque los hace partícipes de tan buena noticia. Nuestro Señor facilita y allana el camino. Respecto a esto, Plutarco Bonilla escribe: Se nos dice reiteradamente que las gentes que en diversas situaciones rodeaban y seguían a Jesús no sólo quedaban extasiadas por el fluido, sencillo y atractivo verbo del Maestro, sino que, además, tal éxtasis se mezclaba con un hondo sentimiento de admiración y asombro al ser testigos presenciales de la manera como Jesús enseñaba. (Del libro Los milagros también son parábolas. Editorial Caribe).
Otro texto dice que el Reino de Dios ya está entre nosotros, Lc 17,21. Entrar en el Reino es participar de manera personal en la salvación, la felicidad y el agradecimiento. Es aceptar con Jesús que Dios se manifiesta en el mundo y que las cosas no son como eran. Entran en el Reino quienes lo buscan, lo persiguen y desean ser admitidos en él, Mt 6,33 y Lc 12,31.
La parábola de las diez muchachas o las diez vírgenes fue de las más populares en la Edad Media, tanto en pintura como en escultura, sobre todo en Francia y Alemania. Vuelve a referirse al festejo de una boda. Sólo aparece en el evangelio de Mateo y se centra en la necesidad de estar preparados para recibir al Esposo, el Señor, que retrasa su venida. En algunas narraciones observamos como el anfitrión desaparece durante un tiempo de la trama, lo vemos en la enseñanza del padre de familia que plantó una viña, contrató labradores y se fue de viaje, Mt 21, 33-46, no se comenta nada más sobre esa partida. En el texto presente el novio se retrasa y tampoco sabemos el motivo, pero tanto el viaje del ejemplo anterior como el retraso en el texto presente son muy significativos para conformar las historias que cuenta Jesús. El atraso en la parábola de las muchachas sirve para justificar que se durmieran. Podemos entender que es durante esas ausencias del protagonista cuando ocurre lo malo, cuando aflora la personalidad de los personajes y suceden las maldades, los descuidos que forman parte del argumento.
El ritual era el siguiente: en Oriente se tenía por costumbre celebrar las bodas de noche. El novio se vestía, según le concedía su posición, lo más parecido a un rey. Se perfumaba con incienso y mirra y se encaminaba alumbrado por antorchas a casa de la novia. Ella le esperaba perfumada también, maquillada con el rostro brillante, su pelo adornado con una corona, con oro y perlas según la familia podía permitirse. El novio la reclamaba como esposa para llevarla a su casa con él y celebrar allí el matrimonio. Previamente había recibido las bendiciones de sus padres y parientes más cercanos. Los familiares y amigos le seguían en el festejo. Las calles eran estrechas y oscuras, de ahí que tuvieran que alumbrarle. Según el Dr. Edersheim: Las lámparas consistían en un receptáculo redondo para poner la resina o el aceite para la mecha. Esta se colocaba en una taza, o en un platillo hondo... que estaba afianzada por el cabo aguzado de un pedazo de madera, con el cual era llevada en alto.
Los hombres tocaban tambores y otros instrumentos y bailaban durante todo el trayecto. Las amigas de la novia tenían un papel especial en la participación de la boda. De igual modo llevaban lámparas cargadas de aceite. Las adornaban de manera que se vieran bonitas y ardieran bien para que la protagonista y los invitados disfrutaran. Las chicas rodeaban a la novia y cuando el prometido se acercaba salían a su encuentro. Participaban, además, en el banquete que se celebraba en la casa de él.
En el relato todas llevan aceite en sus lámparas, pero las prudentes se han hecho con provisión. Piensan que si la espera se alarga, hará falta, y eso es lo que ocurre.
El grito de júbilo o de alerta en plena noche de ¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!, es el que pone a la vista la realidad del problema. La mitad de las jóvenes, las previsoras, despiertan alegres. Las otras también, hasta que se dan cuenta de que su aceite ha menguado notablemente y se aterrorizan. Ellas adornaron sus lámparas, se aseguraron de que ardieran bien, pero el combustible no va a durar mucho tiempo. Se acercan a las otras para pedirles. Las que son sensatas responden sin ningún miedo que no. No están dispuestas a estropear la ceremonia por la incapacidad de ellas. No obstante, al verlas angustiadas les dan una solución obvia: id y comprar lo que necesitéis. Pero es demasiado tarde y durante su ausencia, el esposo llega. Las primeras entran al cortejo, las otras quedan fuera.
Sin embargo, no debemos asociar esta actitud de no compartir el aceite con el egoísmo. Estamos ante una parábola y tenemos que fijarnos en la seriedad de un momento que exige una preparación personal que no puede derivarse a nadie más. Existen ocasiones en las que no está en nuestras manos hacer favores ni abandonar nuestra propia responsabilidad.
Pero más que fijarnos en el triste final que tuvieron las muchachas, tomemos esta enseñanza como una llamada de atención para nosotros. La historia nos exhorta a la prudencia, a estar alerta a las carencias que podamos tener. Siempre hay provisión, pero no siempre estamos atentos a recibirla.
Sabemos que el esposo es el Señor. Las diez muchachas, nosotros. La falta de aceite puede comprenderse, por un lado, como una vida relajada, estar demasiado metidos en las cosas del mundo. El aceite, en las Escrituras, también representa el Espíritu Santo. Ninguna persona ha de despreciar la gracia que recibe, ni la vida de santidad y amor a la que está llamada. Dios es la fuente y a él sólo podemos acercarnos de manera individual para recibir y desarrollar los múltiples dones, ese ángel especial que otros ven en nosotros y a la vez reconocemos en los demás, no es transferible. Hay que estar prestos a recibirlo.
La vida de los creyentes debe ser de vigilancia y fidelidad. Mientras esperamos la venida del Señor aprovechemos el tiempo con actividades responsables.
¡Cuántas veces ocurre esta parábola en nuestras vidas! Pertenecemos a los dos grupos de muchachas. La mitad de nuestro ser está dispuesto, la otra mitad lucha en contra. Velemos. El que parece que viene y nos da la impresión de que nunca llega, encuentre nuestras vidas encendidas esperando su regreso. No sabemos el día ni la hora, pues todo termina o comienza en un instante.
Cada uno es responsable de lo que el Señor le ha dado. No podemos delegar en otros lo que puede hacernos irresponsables. Conocemos, más o menos con acierto, lo que se nos ha pedido y de lo que tenemos que dar cuentas. La gracia del Espíritu la recibimos de una manera que no podemos trasplantarla en otra persona. Podemos hacer que otros disfruten de ella, pero no podemos arrancárnosla y depositarla en otro ser. Esto duele. Duele porque en ocasiones queremos hacer más por ese o esa despistada que no termina de madurar. No podemos hacer nada en lo que se refiere a traspasar la gracia ya que es un regalo del Espíritu intransferible que hemos recibido. Somos meros portadores de ella, como lo son las lámparas de las muchachas.
Todos estamos invitados al banquete para que permanezcamos en él desde el principio hasta el fin. Animémonos unos a otros a mantener nuestras lámparas encendidas.
Imaginémonos durante unos momentos sumergidos en esta historia:
Hoy es el gran día, salgamos todos preparados. Somos parte del cortejo. El Señor ha prometido asistirnos del cuidado necesario, proveernos de los dones necesarios. ¡Celebremos! Vistamos ajuar de gala. Vistamos sonrisas nuevas en la boca.
Tomemos gozosos nuestras lámparas. No permitamos que la desidia que ata nuestro pensamiento, nos vacíe las conciencias, ni nuestros cuerpos se abandonen confiados al remanso. No dejemos que el sueño nos deje fuera del regalo del Espíritu. No permitamos que la dejadez domine nuestros párpados, nos robe las fuerzas y se apodere de nuestra voluntad. Demorarse es ponerse de parte de la muerte.
Seamos la luz que el Señor proyecta, que esta luz se agigante en las sombras que nos rodean, penetre dulce en la vida de otras personas y les alegre la existencia.
¡El amor del Señor es tan grande! Sus labios derraman promesas de bendiciones eternas.
Cantemos al unísono. Recitemos alabanzas. Dirijamos a él la voz de nuestros salmos. Alumbremos la senda por donde ha de venir para que el mundo le conozca. ¡Entremos todos con él al banquete de la boda!
Notas
- Escrito con la ayuda del Comentario del Nuevo Testamento, Evangelios Sinópticos, Tomo I. L. Bonnet y A. Schroeder.
- Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino.
- Usos y Costumbres de las Tierras Bíblicas, Fred H. Wight, Editorial Portavoz.
- Jesús, Una biografía. Armand Puig. Destino, imago mundi.
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