En un mundo habituado a la ley del mínimo esfuerzo y a la consecución de los antojos en el menor tiempo posible, a la disciplina se le considera rígida, exigente y hasta dictatorial.
Entre las doncellas que no son agradables de apariencia y cuya compañía no resulta grata está la disciplina. Pero el desdén que provoca no es de ahora, sino que ya viene de antiguo, como se desprende de las palabras que escribiera, hace dos mil años, el autor de Hebreos, al decir: ‘Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza…’ Si así era entonces ¿qué será ahora, cuando todo gira en torno a la gratificación de los deseos y la evasión de lo que pueda resultar molesto? En un mundo habituado a la ley del mínimo esfuerzo y a la consecución de los antojos en el menor tiempo posible, a la disciplina se le considera rígida, exigente y hasta dictatorial, por lo que hay que huir de ella como de una pandemia letal, porque demanda duro trabajo, persistente constancia y muchos momentos amargos y dificultosos.
Y sin embargo, ¿qué acontecería si no existiera la disciplina de las matemáticas, por las que el orbe funciona exactamente de acuerdo al orden imperturbable de los números y sus fórmulas? ¿O qué sería de la música, sin la firme disciplina secuencial de notas, tiempos y ritmos, que constituyen la partitura y convierten lo fijo en belleza? Sin la disciplina de las leyes físicas ¿cómo se construiría un puente elevado o un rascacielos, sin peligro de que la edificación se viniera abajo a las primeras de cambio? ¿Alguien en su sano juicio se atrevería a negar su valor?
Pero de igual manera que la disciplina es imprescindible en el universo de las ciencias, también lo es en el universo moral. Precisamente la negación de este principio y el intento de soslayarlo porfiadamente, es la explicación del fracaso individual y colectivo que, desde los albores de la humanidad, venimos experimentando. Es llamativo constatar que mientras hay un acuerdo generalizado para reconocer el valor de la disciplina en todo lo que concierne al funcionamiento de las cosas, al mismo tiempo hay otro acuerdo generalizado para rechazarla en todo lo que tiene que ver con el aspecto espiritual y moral, lo cual es una clara prueba del profundo trastorno que nos aqueja, porque si lógico es concederle valor en unos órdenes, lógico también sería concedérselo en otros.
La independencia moral que supuso comer del árbol prohibido, significó el rechazo abierto de toda disciplina, que no fuera la propia. ¿Quién me va a mandar a mí cómo he de vivir y qué he de creer, si yo soy señor y dueño de mí mismo y hago lo que quiero? Me salto las reglas, me río de las normas y transgredo lo que haga falta, en señal de que no necesito que nadie me diga lo que tengo que hacer. Soy yo, y solo yo, quien establezco por lo que me voy a regir, que hoy podrá ser una cosa y mañana otra diferente.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento.’ (Proverbios 15:32). Aquí aparece la denostada palabra disciplina, que es recurrente en este libro de Proverbios. Para añadir todavía más fealdad al ya de por sí deslucido semblante de la disciplina, hay toda una gama de incómodos significados que en este libro adquiere esa damisela. Y así, unas veces se refiere a la instrucción, como una maestra inflexible que adiestra al alumno en su aula de clase; otras veces a la amonestación, avisando de las temibles consecuencias que tendrá su abandono; pero todavía hay otras que es sinónimo de castigo, palabra que ha sido erradicada del vocabulario del hombre moderno, por sus connotaciones negativas y hasta repulsivas.
Y sin embargo, tras ese rostro desagradable y de demandantes maneras se esconde una doncella cuyo beneficioso deleite es incomparable, por los apetecibles frutos que produce. Esa verdad de que las cosas no son lo que parecen, se cumple certeramente con la disciplina. Del mismo modo que tras el horrendo aspecto externo de la Bestia, se escondía internamente un alma buena y generosa, así pasa con la disciplina.
El tweet afirma que quien ignora o desprecia a la disciplina, en realidad a quien desprecia es a su propia alma; es decir, que se hace daño a sí mismo. La disciplina no sale lesionada ni ofendida por esa afrenta, sino el propio instigador, al privarse de lo que podría ayudarle. Hoy hay muchos que no se quieren nada, creyendo que se quieren mucho, precisamente por su aversión a la disciplina.
Pero este tweet de Dios tiene una segunda parte, al decir que atender a la corrección es señal de entendimiento. La corrección es la llamada de atención, la amonestación que tiene como objetivo reconducir al que se está desviando, para que vuelva a la senda correcta y evite el despeñadero. Atender a la amonestación supone un ejercicio de humildad, porque significa reconocer el propio error y admitir la necesidad de la reconvención externa, lo cual es el primer paso en la buena dirección y síntoma de inteligencia.
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