La propagación de tantos temores, se debe a la ausencia de este otro temor. Si hubiera temor de Dios, seguramente no habría esta multitud de temores.
Si los temores siempre han sido uno de nuestros compañeros inseparables de viaje en el curso de esta vida, ahora parece que han aumentado en su intensidad y variedad, apareciendo algunos totalmente insospechados hasta hace nada de tiempo, causando desazón y perturbación, pudiendo decirse que asistimos a toda una pandemia de temores y miedos, dado que el futuro se presenta sombrío y los interrogantes son muchos y las certezas pocas, si es que hay alguna. Como son tan abrumadores, nos vemos impotentes para conjurarlos, de ahí el estado de ansiedad que provocan. Al haber hecho acto de presencia amenazas hasta ahora desconocidas, cabe la posibilidad de que no sea más que el comienzo de una especie de catarata, en la que males inéditos surjan y se sucedan, por lo que los psicólogos y psiquiatras van a tener mucho trabajo en los días venideros. Aunque pudiera suceder que los mismos psicólogos y psiquiatras acaben necesitando a su vez apoyo, como en el caso de aquel paciente que acudió a su médico para que le ayudara en su depresión y él le recomendó que fuera al circo para ver a tal payaso, respondiendo el paciente: ‘Ese payaso soy yo.’ La supuesta solución era quien tenía el problema.
Si ya había un grave flanco abierto con el cambio climático, ahora se nos ha presentado otro, sin haber resuelto el anterior, con la crisis del coronavirus, teniendo ambos dimensiones mundiales. Y es que la globalización no es solamente un término válido para explicar la común participación de las naciones en los asuntos económicos, políticos y sociales; también hay una globalización de los males. Ahora bien, para solucionar males globales se requerirán remedios globales y para atajar grandes males globales serán necesarias grandes medidas globales; todo lo cual prepara el camino para un control globalizado, esto es, un gobierno mundial, del que la Biblia tiene bastante que decir. Todo corre en esa dirección de manera inevitable.
Pero en medio de esta pandemia de temores y miedos que cabalgan desbocados, hay un temor totalmente diferente, siendo el que nos muestra el siguiente tweet de Dios: ‘El temor del Señor es para vida y con él vivirá lleno de reposo el hombre; no será visitado del mal.’ (Proverbios 19:23). Me atrevo a decir que la propagación de tantos temores, se debe a la ausencia de este otro temor. Si hubiera temor de Dios, seguramente no habría esta multitud de temores; pero dado que se ha dejado a un lado el temor de Dios, es por lo que los temores se han hecho dueños de todo el escenario. Aunque no parece que, a pesar del duro correctivo, vaya a haber un cambio de actitud, porque todo indica que una vez se haya relajado la situación, se volverá a la alocada carrera que nos ha traído hasta aquí. Hasta que se presente otro imponderable en el horizonte.
Pero el temor de Dios es para vida, dice el tweet. ¡Qué aparente contradicción, que un temor produzca vida! Cuando el temor, por su misma noción, tiende a ser algo que va en la dirección opuesta, hacia lo indeseable y peligroso. ¿Qué de bueno puede haber en un temor, si la mera palabra ya asusta? Mas el temor de Dios, que es tomar a Dios en serio, es para preservación, no para destrucción. Además, esa vida que tiene como fruto va mucho más allá de la mera vida biológica, que después de todo tiene un término, por la misma condición humana. ¡Qué gran expectativa abre el temor de Dios, hasta el punto de sobrepasar los estrechos límites de esta existencia terrenal! Pero incluso a esta vida temporal, ese temor la hace diferente.
La imagen que presenta este texto de Proverbios es la de una morada en la que el hombre ha alojado al temor de Dios para que se quede, lo cual impide que el mal venga a introducirse en esa morada, porque ya está habitada. Se trata de una cuestión de ocupación. Ahora que está en auge en España la ocupación de viviendas vacías, es perfectamente entendible la idea de este tweet. Si la morada está ocupada, el mal no hallará cabida en ella y no podrá convertirse en un okupa que la transformará en su dominio, donde hará lo que le plazca, siendo un quebradero de cabeza al hacerse fuerte y ser muy difícil expulsarlo de ella. Pero si el temor de Dios se ha convertido en morador de esa casa, no dejará al mal pasar de la puerta.
Para que nadie se llame a engaño en cuanto a la naturaleza de ese mal, la enseñanza no es que se trata del mal físico, como si se estuviera exento de la enfermedad o del dolor; tampoco se trata del mal que se presenta en forma de aflicción o tribulación, porque innumerables son los casos de quienes temiendo a Dios, han pasado y pasan por multitud de pruebas y dificultades. Se trata del mal en su sentido más profundo, del virus más pernicioso que pueda haber, el que tiene poder para arrastrar hasta el infierno.
Con ese temor de Dios, dice el tweet, el que lo ha alojado en su morada vivirá en plenitud, en satisfacción. El contentamiento y la llenura son la experiencia de este anfitrión. Por tanto, miremos bien a quién metemos en nuestra casa, esto es, en nuestro corazón, y asegurémonos de que nuestro inquilino permanente sea el temor de Dios, para que un espantoso okupa no se haga dueño.
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